(escrito en mayo de 2004)
De rectas, semirrectas, ángulos y curvas vengo oyendo hablar desde la escuela o desde que tengo uso de razón. Hasta ahí, nada nuevo bajo el sol, que diría Qohelet. Sin embargo, hace poco, en una reunión de viejos amigos que se encuentran después de un tiempo razonable para poder contarse chismes nuevos de sus vidas sin caer en el aburrimiento de la más avezada costumbre, sin novedades ni sobresaltos, tuve oportunidad de escuchar un comentario saleroso de uno de mis amigados contertulios. Resulta que estábamos charlando mientras esperábamos a que llegara el quinto amigo para completar el pentáculo cafetil y licorero en la mesa de un bar de nuestra villa. De repente, al avistarlo atravesando la calle y pasar de largo frente al bar en que nos encontrábamos, llegó el saleroso comentario con sorna: Míralo, ahí va, todo “rectilíneo”. Jamás antes había escuchado ese calificativo aplicado a personas. Me resultó ingenioso y, en cierto modo, apropiado. Evidentemente, para entender este comentario y sus connotaciones, habría que conocer tanto al irónico remitente como al anodino destinatario. No voy a hablar de estos dos amigos míos, porque no viene al caso, aunque seguro que escribir sobre ellos me daría para un humoroso texto. Sin embargo, el comentario de marras me hizo reflexionar sobre la trayectoria vital de algunas personas, al punto de haber creído inventar una nueva disciplina que yo llamo: geometría vital (de la vida).
Sabido es que la línea recta es la trayectoria más corta entre dos puntos. Por consiguiente, si uno quiere llegar a un punto vital, debería tomar la trayectoria recta para ahorrar tiempo y espacio. Pero, claro, esto es lo que dice la teoría. En la trayectoria recta influye una variable importantísima: la velocidad. Si la velocidad es constante, no cabe duda que, al final, se alcanzará el objetivo. Sin embargo, el tiempo que se tarde en alcanzarlo dependerá directamente de la velocidad, es decir, que a mayor velocidad antes se alcanza. Cuando la velocidad es baja, aunque constante, puede ocurrir que, para algunas personas, la trayectoria vital se haga un tanto anodina. Por lo general, las personas rectilíneas rinden tributo a la recta hasta en los andares y la forma de expresarse: son rectos y estirados.
Hay otras personas a quienes incluyo en el grupo de los curvilíneos. Los curvilíneos somos tan variados y variables como curvas existen. Desde la curva más suave hasta el garabato más incomprensible cuya trayectoria es casi imposible de representar con una ecuación. En la trayectoria curvilínea intervienen muchísimas variables. Suele ocurrir, además, que la velocidad es más alta. No podría ser de otra forma. Somos personas sometidas a aceleraciones, fuerzas centrípetas y fuerzas centrífugas. Queremos llegar cuanto antes a nuestro destino que, por otra parte, suele coincidir con el punto vital de los rectilíneos. Las trayectorias curvilíneas quizás no resulten anodinas, pero pueden ser determinantemente agotadoras.
Volviendo a la amistosa tertulia pentacular, fui testigo, entonces, de la rectitud linealmente insípida y de la curva torcidamente suculenta. Allí estaban enfrente de mí la partícula A y la partícula B compartiendo probablemente puntos vitales, objetivos, pero con ecuaciones linealmente distintas, lo cual posiblemente azuzara entre ellos la rivalidad más perniciosa: la de los perros amistosamente enemigos. El porte, maneras y formas de expresión de las partículas A y B eran reveladores del paradigma de ambos grupos que conforman la geometría vital. Noté yo cierto queme vital y vitalicio del curvilíneo contertulio para con el rectilíneo. Era un pique virtual que no se veía pero que se expandía en forma de ondas electromagnéticas por el espacio euclídeo. Conjeturé que el malestar de la partícula B se debía, en parte, al agotamiento provocado por el sometimiento a elevadas fuerzas centrífugas y centrípetas y, por otra parte, a la comprobación de que la partícula A, con su anodina e insípida trayectoria (vectorialmente eficaz) conseguía alcanzar los mismos (o similares) puntos vitales que la partícula B. Quizás, lo mismo, pero al revés, se podría decir de la partícula A quien, atolondrada por el golpe realista de darse cuenta de que otras partículas con torcidas inclinaciones no le iban a la zaga, no comprende que se pueda disfrutar de la curva en lugar de aguantar la más recta de las monotonías.
Somos libres de elegir nuestras trayectorias, pero seguro que a todos nos iría mejor si conociésemos la combinación de trayectorias y puntos vitales que nos proporcione más felicidad. Definitivamente, deberíamos ser espiritualmente rectos o curvos, pero geométricamente vitales.
Michael Thallium