Hace un tiempo empecé la lectura de Prosa musical. II Pensamiento musical del cántabro Gerardo Diego (1896-1987) que publicó la editorial Pre-Textos a finales de 2015. Su lectura se está convirtiendo en un pequeño deleite para mí, porque pocas cosas hay que admire más que alguien que sepa utilizar el lenguaje de las palabras para describir con atino el de los sonidos, el de la música. El 22 de octubre de 1948, en el periódico ABC se publicó un artículo al que Gerardo Diego tituló Un cuarto a boleros y que reproduzco más abajo con anotaciones (al final del texto) referentes a expresiones lingüísticas, vocabulario y personas por si a alguien les sirvieran de algo para mayor disfrute de este texto.
Me pregunto en qué han quedado los artículos periodísticos 70 años más tarde. Poquísimas son las personas que escriben hoy con tanta riqueza como la de la pluma de Gerardo Diego en la era de la Internet, de los periódicos y bitácoras digitales. Las expresiones bajunas, por querer asimilarse algunos al “pueblo”, a la gente de la calle, menudean y hacen gala de la falta de cultura y corrección lingüísticas. Deduzco yo que Gerardo Diego se basó en la expresión un cuarto a espadas, que quiere decir “intervenir en una discusión o controversia expresando la propia opinión”, y la transformó en “Un cuarto a boleros” para expresar su opinión sobre el bolero. En fin, que como para mejor muestra no hace falta más que un botón, aquí dejo este de Don Gerardo:
Alegre torito el del bolero y papeleta difícil la de muletearle y calarle por las agujas. Menos mal que la ceremoniosa y gentilísima cesión de trastos con que me tienta el admirado Felipe Sassone me pone frente al bicho ya un poco aplomado y pastueño tras la primorosa lidia del maestro. Porque, ¿qué he de decir y con qué gratuita autoridad sobre materia tan importante como esta de la ‘Bolerogía’, que mereció en 1807 todo un tratado con ese nombre, impreso en Filadelfia y debido al numen esclarecido de don Juan Jacinto Rodríguez Calderón? Crotalogía y Bolerogía son sutiles ciencias, cuyos legítimos doctores pueden hallarse al presente acudiendo a los escenarios, tablados y viejas escuelas de baile de tradición venerable. Por muy importante que sea la bibliografía bolerística, y sin duda lo es, vale más atenerse a la sentencia y al rito popular. Afortunadamente, en nuestros días gozamos impulso de renacimiento y depuración de nuestros viejos bailes, despojándolos de oropeles y excrecencias cosmopolitas y escenográficas. Díganlo, sin más, las bordadoras de boleros (y de otros bailes seculares) de Sevilla y Mallorca, de Málaga y Jerez, que, formando deliciosas cuadrillas femeninas, han llevado la alegría, el sabor y la disciplina de España por todas las Españas, Bretañas y tierras del Plata.
La inevitable deformación profesional me lleva a la consabida cuestión previa de la etimología. ¿Viene ‘bolero’ de ‘buelo’, con ortografía popular? O, ¿tiene algo que ver su nombre -causa efecto- con el de uno de sus creadores, Antón Boliche, el calesero de Sevilla? Lo más probable es la primer hipótesis, pero un poco de oscuridad y de polémica conviene en todo el rastreo etimológico de lo llamado a insigne descendencia. Por lo demás, parece demostrado que el bolero no aparece hasta el siglo XVII como un consecuencia a la vez de la chacona, de la cachucha y de las seguidillas, cuyos pasos se conservan más o menos transformados en el nuevo baile prerromántico.
El hidalgo manchego Sebastián Cerezo pasa por ser, en efecto, el inventor del bolero, si hemos de creer a Don Preciso, que por algo buscó un apodo que a tanto le compromete. Lo más cauto en nuestro caso será agarrarnos a los faldones del Solitario, y pedirle prestadas sus salerosas luces. Imagina don Serafín en la escena andaluza correspondiente un fin de fiesta en un teatro cortesano, en el que una bailadora trenza el bolero y hallándose sentado el Solitario al lado de un viejo erudito en bolerogía, éste le ilustra con los tesoros de su sapiencia y de sus recuerdos que hacen asomar lágrimas a sus ojos, sobre todo cuando revive los trenzados, giros y donaires de Antonia Prado y la Caramba, que alcanzó el vejete a gozar en sus verdes años. Salpimenta el bolerólogo su disertación con evocaciones y citas de los más conspicuos reyes y ases del bolero, y por él sabemos del Rondeño, la Almanzora y la Celinda del ayudante de ingenieros, don Lázaro Chinchilla, inventor de las glisas, deslumbrante tejido de pies. O del practicante o mano de medicina de Burgos, que sacó el picante paso de matalaraña, y de Juanillo el Ventero de Chilclana, que trenzó el laberinto o macarena y de Perete el de Ceuta, que se sacó del caletre el pasuré cruzado y sin cruzar. Requiere el perfecto bolero que las campanelas sean giradas con plena redondez y los cuatropeados taconeados con garbosa vibración. Por lo demás, el taconeo, el avance y retirada, el paso marcial, las puntas, la vuelta perdida, los trenzados y la vuelta de pecho son otras tantas diferencias con que los sucesivos príncipes del bolero han ido encumbrando una ciencia a la que consagraron sus estudios, y así, en los tiempos románticos de la reina gobernadora, llega el bolero a la plenitud antológica de un baile, resumen y cifra de la tradición mejor, equilibrio entre lo plebeyo y lo culto, entre lo desgarrado y lo cortesano, legítimo orgullo del pintoresco romanticismo español, que pronto se adueñará de todas las deslumbrantes escenas coreográficas del universo mundo.
En cuanto a la música del bolero y a sus triunfos en la coreografía universal, es materia que no se puede despachar en precipitado descabello y dejaremos al torito que se refresque. Nada mejor para ello que cerrar los ojos y superponer nuestras imágenes de boleros contemporáneos con la estampa de 1840: “Mi vista corría desde el engarce del pie pequeñuelo hasta el enlace de la rodilla, muriéndose de placer, pasando y repasando por aquellos mórbidos, llenos y perfiles ágiles, que a fuer de nube caprichosa de abril, ocultaban y tornaban a feriar la seda de la saya y los flecos y caireles. En fin, aquella visión hermosa se mostró más admirable, más celestial, cuando, tocando ya al fin, la viveza y rapidez de la música apuntaron el último esfuerzo de los trenzados, sacudidos y mudanzas; las luces, descomponiéndose en las riquezas del vestido, y éste, agitado y más y más estremecido por la vida de la aérea bailadora, no parecía sino que escarchaba en copos de fuego el oro y plata de las vestiduras o que llovía gloria de su cara y de su talle”.
No me cabe añadir nada más. Solo saborear el sonido de unas palabras muy bien lidiadas.
Michael Thallium
Global & Greatness Coach
Reserva tu proceso de coaching aquí
También puedes encontrarme y conectar conmigo en:
Facebook Michael Thallium y Twitter Michael Thallium
ceder los trastos: frase de origen taurino que significa dar la alternativa cediendo el torero veterano la muleta y el estoque (los trastos) al novillero (novato) de modo que este último pasa a ser torero profesional.
muletear: torear con la muleta.
calar por las agujas: en tauromaquia, clavar la espada entre las agujas (costillas del cuarto delantero del toro).
Felipe Sassone Suárez (1884-1959): hijo de padre napolitano y madre sevillana, nació en Lima, Perú y falleció en Madrid. Hombre muy polifacético, a los veinte años comenzó a viajar por el mundo. Pasó la mayor parte de su vida en España donde ejerció principalmente como periodista, escritor y dramaturgo. También hizo sus pinitos en el mundo de la música como tenor y barítono.
pastueño: dócil, de embestida suave.
bolerogía: ciencia del bolero.
numen: aquí, inspiración del artista.
La obra a la que se refiere Gerardo Diego es “La bolerología o Quadro de las escuelas del bayle bolero, tales quales eran en 1794 y 1795, en la Corte de España”. Poco se sabe de este autor. La obra de marras la firma como Juan Rodríguez Calderón y se la dedica a su tío, con lo cual deduzco que la gente le llamaba “Juan”. Nacido en La Coruña, España. Desertó del ejército en la década de 1790 y huyó a Francia, donde colaboró con el gobierno francés como agente infiltrado. Regresó a España y, al reconocerlo las autoridades españolas, fue sentenciado al exilio en Puerto Rico donde llegó a comienzos del siglo XIX. Allí se estableció como funcionario de alto rango, incluso fue traductor para la Santa Inquisición en Cartagena de Indias, y llegó a fundar la ciudad de San Lorenzo en 1811.
crotalogía: ciencia de las castañuelas.
Antón Boliche: conductor de calesas y que Juan Rodríguez Calderón menciona en su obra La Bolerología.
calesero: hombre que tiene por oficio conducir calesas
cachucha: baile popular andaluz, de compás ternario y que se acompaña con castañuelas.
Sebastián Lorenzo Cerezo: a este bailarín gaditano se le atribuye la invención del bolero en 1780.
Don Preciso: uno de los apodos de Juan Antonio de Iza Zamácola (1756-1826), escritor afrancesado de la Ilustración española.
El Solitario: Serafín Estébanez Calderón (1799-1867), autor de Escenas Andaluzas (1846).
Antonia Prado (1765-1830): actriz española.
María Antonia Vallejo Fernández “La Caramba” (1751-1787): actriz cómica y cantante española.
El Rondeño, la Almanzora y la Celinda: personajes que aparecen en Escenas andaluzas (1846).
Lázaro Chinchilla: también aparece en Escenas andaluzas.
glisa: movimiento de baile.
matalaraña: paso de baile.
Juanillo el Ventero de Chilclana: aparece en Escenas andaluzas.
macarena: paso de baile.
Perete el de Ceuta: personaje citado en Escenas andaluzas.
caletre: tino, discernimiento, talento, capacidad intelectual.
pasuré: paso de baile.
campanela: paso de baile.
cuatropeado: paso de baile.
reina gobernadora: María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1806-1878).
resumen y cifra: dechado, ejemplo.
cairel: adorno a modo de fleco formado por hilos que queda colgando en el borde de algunas telas o vestidos.