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El chiismo

(Artículo escrito originalmente en abril de 2004 que publico después de 13 años tras alguna que otra consideración)

ReligionesCuando elijo un tema sobre el cual escribir, lo hago más por el placer de ejercitar mi mente y recrearme con lo que escribo —supongo que si no escribiese utilizando el ordenador, también lo haría como ejercicio caligráfico—, que por conocimiento profundo del propio tema.

Así me ocurre con el chiismo y los chiitas, de quienes he oído hablar, sin prestar atención, prácticamente desde que era niño y quienes parecen haberse puesto de moda últimamente con este controvertido asunto de la guerra de Irak. Cuando eres pequeño lo de chiíta te suena un poco más como a Chita, la mona graciosa de Tarzán, el de los monos. Luego, cuando creces y por alguna razón inoportuna —léase el continuo “bombardeo” de noticias sobre la situación en Irak y, por extensión, el Islam, el terrorismo islámico, Israel, Palestina y compañía— no dejas de escuchar en boca de todo el mundo eso de los chiitas, el chiismo, los sunnitas, el islamismo, los islámicos, los islamistas, etc., te entra la curiosidad de averiguar qué es eso del chiismo. Y eso mismo es lo que hice ayer de una vez por todas después de tantos años de confusión entre Chita, los bombardeos, la madre de todas las batallas y la madre que parió a todos. El chiismo es un término que proviene del árabe chiah, secta, o de chií, seguidor. Se trata, pues, de una corriente interna minoritaria del Islam que, por ser considerada heterodoxa o herética por la mayoría de los musulmanes, ha sido marginada en los países islámicos, excepto en Irán, donde son mayoría y donde, en 1979, se instauró, bajo el liderato del ayatollah Jomeini, una república islámica siguiendo las directrices islámicas del chiismo.

Pero el origen del chiismo se remonta al año 656, cuando Alí ben Abú Taleb, primo y yerno del profeta Mahoma, se opuso a la sucesión sostenida por la aristocracia mercantil de La Meca. Alí murió asesinado en el año 661 y, entonces, comenzó a hincharse toda esta balumba de la que somos testigos hoy. Resulta que cuando tiras de una hebra, sacas el hilo de la historia tejida durante los siglos para comprobar que las cosas vienen de antaño. Al parecer, los chiitas creen en el regreso de un salvador, El Madhi, último Imán desaparecido, quien a su vuelta instauraría el reinado de la justicia y de la paz. En espera de ese momento, los chiitas a diferencia de los ortodoxos sunnitas, se rigen bajo la autoridad del imán, un guía infalible, juez en las cuestiones teológicas y jurídicas del Corán.

No puedo hacer alarde de conocimiento del Islam, a pesar de que he visitado con frecuencia países de cultura islámica en mayor o menor grado: Turquía, Egipto, Túnez y Marruecos. Es verdad que también he leído la traducción al castellano del Corán, de igual forma que he leído dos traducciones al castellano de la Biblia así como una de las versiones inglesas. Lo hice hace algunos años como ejercicio lingüístico y no como devoción por unos textos sagrados. Ello me sirvió para analizar las contradicciones en que se incurre al interpretar ambos textos, coránico y bíblico, de forma literal. Podríamos llamarlos Los Libros de las Contradicciones. Dicho de otra forma, el análisis lingüístico comparativo me sirvió para creer más en la persona como hacedora de su destino que como seguidora de un mesías, sea este de origen cristiano o musulmán. Me considero una persona esotérica, entendiendo el término esotérico en su acepción etimológica (esoterikós significa “interior” y proviene de éso, “dentro”). Con todos mis respetos por aquellas personas que vivan su fe o su religión — sea esta cristiana, judía o musulmana— con fervor y respeto hacia los demás, debo decir que, ante la balumba de la que hablaba antes y que mi conocimiento no alcanza a comprender, encuentro igual de primitivas o absurdas algunas manifestaciones religiosas provenientes tanto de Oriente como de Occidente. Estrictamente, es igual de absurdo ver a un judío dándose golpes en la cabeza contra un muro, como ver a millones de musulmanes aplastándose y tirando piedras mientras giran alrededor de una construcción o como ver a un niño colgando de una cuerda representando a un ángel (así sucede en algún pueblo de España, de cuyo nombre no es que no quiera acordarme, sino que realmente no me acuerdo).

Contacto con la cultura islámica y con personas de origen musulmán he tenido en mayor o menor grado y en todas las variedades que se pueda imaginar, lo cual ha contribuido a formarme una opinión: he vivido muy de cerca la ira de un moro argelino fanático y maltratador, la suciedad de los mercados de Alejandría, los rezos incomprensibles en las mezquitas de Antalia, he preferido sentarme con egipcios ­—antes que con europeos— compartiendo mesa y comida en el palacio de El Cairo que Nasser construyó para que la emperatriz Beatriz de Francia pasara una única noche y viera el amanecer ante las mismísimas pirámides, he visto la pobreza y la picaresca en Casablanca…

Uno de los acontecimientos que me han ayudado a formarme una opinión sobre ese asunto tan recurrente de la contraposición entre Occidente y Oriente fue la Conferencia del Mediterráneo y la Infancia celebrada en Génova a principios de este año 2004. Por aquel entonces trabajaba yo en el barco en que dicha conferencia tenía lugar. Daría para escribir un libro hablar ahora de lo que allí viví. Sin embargo, haciendo un ejercicio de simplificación y con todas las imprecisiones que de ella se puedan derivar, diré que para mí fue un fiel reflejo del absurdo. Allí estaban congregadas personalidades y expertos de países árabes, Europa y América. Siendo una conferencia sobre la infancia, me llamó la atención que la media de edad de las personas que allí estaban sobrepasara, con seguridad, los 50 años. Curiosamente, los representantes de los países árabes eran los más jóvenes. Jamás olvidaré las breves pero enriquecedoras conversaciones que mantuve con algunas representantes árabes ­—es curioso, pero casi siempre me entiendo mejor con las mujeres. Tampoco olvidaré el boato innecesario y las medidas de seguridad con que recibíamos a las grandes personalidades como Romano Prodi, entre otros. Me viene ahora a la memoria la estupidez de una de las ponentes italianas que, no sé si porque realmente era importante o porque se lo creía, se quejaba indignada en la Recepción del barco porque las maletas no le habían llegado aún al camarote y quería llamar a la policía porque eso lo consideraba un secuestro. Para intentar sacar del apuro a la recepcionista que estaba aguantando el chaparrón, me acerqué a la reputada señora italiana para explicarle que su maleta llegaría al camarote en breve una vez que hubiese pasado el control de seguridad ­—por cierto, la seguridad del barco estaba en manos de israelíes­—, no recuerdo muy bien cuál fue su respuesta pero sí recuerdo lo que yo pensaba cuando estaba hablando con ella: “Señora, es usted gilipollas y no sé por qué estará aquí ni si será muy importante, pero desde luego como el desarrollo de la infancia dependa de usted, los niños del tercer mundo lo llevan tan claro como las aguas del Nilo a su paso por El Cairo”. ­Naturalmente, por estricta diplomacia, no le dije a la cincuentona lo que de ella realmente pensaba. Me di la vuelta y muy cortésmente, vamos, muy diplomático, me marché. Recuerdo que al día siguiente me la encontré por uno de los salones y le pregunté ­—no sé si por diplomacia o por el mero placer de “chinchar”­— si todo había sido de su agrado y que si había recibido las maletas a tiempo (yo sabía que ya las tenía en el camarote antes de subir de la recepción al camarote), la señora me miró ensoberbecida consciente de que había metido la pata, pero sin pedir disculpas. Entonces, comprendí que cabía la posibilidad de que el día anterior me hubiera leído el pensamiento y, al saber que la consideraba una gilipollas, se negó como una ídem a pedir disculpas.

Esto no dejan de ser meras anécdotas. Desconozco si el resultado de aquella conferencia fue provechoso o no, pero desde luego para mí fue muy revelador el hecho de que una semana después, el lujoso barco en que tan digna conferencia había tenido lugar, fuera detenido por las autoridades francesas en Marsella. La compañía naviera de la que su orgulloso presidente tanto presumía a bombo y platillo durante la conferencia se fue, nunca me mejor dicho, al garete, a pique. Quizás ese también haya sido el resultado de la susodicha conferencia, como el de las sempiternas negociaciones entre palestinos e israelíes, el de las luchas entre Occidente y Oriente y las encendidas rencillas entre chiitas y sunnitas, fundamentalistas, integristas y reformistas.

¡Y de chiismo quería hablar yo!

Michael Thallium

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