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Una carta ficticia de amor verdadero

Pentágono 2La vida está plagada de ficciones. Hace algunos años, recogí de entre los papeles tirados en un contenedor una carta que, a la vista del contenido, fue escrita por una mujer cuyo nombre ignoro. Las preguntas que me asaltan cuando en alguna ocasión la he releído son siempre las mismas: ¿quién será? y ¿qué fue de ella? Desconozco cuál habrá podido ser el desenlace de una historia de amor que puedo colegir por lo que en esta carta se dice:

Para Adrián, como el mar.

La vida es proyecto. Eso lo decía Julian Marías, el filósofo que tanto le gustaba a tu madre. Los seres humanos desembocamos en la muerte y uno no puede llevarse riquezas ni honores, pero sí que se lleva aquello que ha querido ser o no ha podido ser. Por eso no hay razón para dejar de proyectar. Atendiendo a ese “querer ser”, te escribo esta carta, y también porque considero cobarde esperar al fin de los días para decir todo eso que una no se atreve a decir cuando por delante le queda toda la vida; tampoco es valiente decirlo, sino llevarlo a cabo con todas las consecuencias. Quizás, Adrián, te haya otorgado yo, sin tú quererlo, la calidad de compañero del “pensar en alto”. Créeme que si pienso en alto, lo hago con todo respeto hacia ti y hacia las personas que son importantes en tu vida.

Soy consciente de tu situación. Muy probablemente no te diría nada de lo que voy a decirte si tus circunstancias fueran otras. Sé que tu prioridad en la vida es Carlitos y que actualmente has de resolver tu relación con Alejandra, una mujer que, después de tu madre, seguramente sea la más importante en tu vida. Y deseo que todo se resuelva del mejor modo posible para vosotros tres. Sé que también tu cabeza y, probablemente, tus sentimientos e, incluso, instintos están en otra mujer: Alba. Sé, igualmente, que en tu vida tienes otras muchas prioridades. Así que, contextualizada, retomo la primera frase que dije al principio de este párrafo: soy consciente de tu situación.

Si el deber de no callar la verdad es tan sagrado para el filósofo como lo es el silencio para el confesor, el médico o el abogado, yo, que no soy ni médica ni confesora ni abogada, me siento con el deber de decir la verdad que en estos momentos soy capaz de discernir. No son necesarias las explicaciones, pero sí quiero que sepas que si se diera la situación en que tú y yo pudiéramos estar juntos, yo la aprovecharía con todo lo que ello conllevara. Hablo exclusivamente de mí, a sabiendas de que no tengo por qué ser correspondida. Callarlo ahora sería faltar a la verdad conmigo misma. Cuando llegue la hora de marcharme de este mundo, quiero llevarme aquello que he querido ser.

Ojalá que te fuera bien con Alejandra y que pudieras mantener tu familia. Si eso no puede ser así, ojalá que te fuera bien con Alba. Pero si eso tampoco puede ser, ojalá que yo llegue a ese punto contigo en que dos seres, en este caso un hombre y una mujer, a pesar de su insignificancia, se sienten “un solo ser” en ese vasto Universo que les rodea y cuya magnitud apenas pueden siquiera vislumbrar. A eso es lo que llamo vivir una historia de amor. A mis 46 años, sé también que, por una mera cuestión biológica, ese amor probablemente no dure lo que hubiera podido durar hace 20 años, pero también sé que si hubiera ocurrido hace 20 años, tampoco eso hubiese sido garantía de perdurabilidad. La vida está llena de contratiempos y una sabe cómo empiezan las cosas, desea cómo le gustaría que acaben, pero ignora cuál es su verdadero final.

Una relación es cosa de dos y yo solo puedo hablar por mí. Eso es en definitiva lo que estoy haciendo: ser coherente conmigo misma. Es, en el fondo, un acto egoísta… Eres una persona íntegra, con muchas cualidades que admiro y me resultas un hombre muy atractivo. Tu atractivo está ligado a todas esas cualidades, es un “atractivo integral”: lo que me atrae es el conjunto de tu ser. Si fuera cocinera y castiza, te diría que eres como el cerdo, del cual me gustan hasta los andares. Sin embargo, dado tu vegetarianismo incipiente, amén de lo inapropiado de la comparación y de que no soy ni cocinera ni castiza, pues entonces lo dejaré en que eres “rico, rico” como un… ¡melón! (Vale, ¡las comparaciones no son lo mío!). En honor a la verdad, tampoco sé qué ven los cocineros en los andares del cerdo, por otro lado, nada donosos…

Te lo dije en una de las últimas conversaciones que mantuvimos y lo repito ahora: solo aspiro a estar a la altura de las circunstancias, sean éstas cuales sean. Eres conocedor de mis querencias “intelectosentimentales”. Por otro lado, no puedo dejar de decirte, con un poco de rubor —para qué negarlo—, que nada me gustaría más que abrazarte y mirarte a los ojos para poder decir “te quiero” mientras sonríes, porque no te lo he dicho, pero me gusta mucho cuando sonríes. Sin embargo, sé que no basta con desear algo, porque luego interviene el devenir del día a día que conduce a las personas por vericuetos insospechados, deseados o indeseados.

Dicho lo dicho, me conformo con que esta confesión a medias sirva al menos para que al final de tus días me encuentre yo entre esas personas que sumaron, que te ayudaron en la vida a conformar aquello que quisiste ser, porque eso será lo que te llevarás… Y, entonces, algo de mí se irá contigo.

¿Se quedaría Adrián con Alejandra? ¿Será Carlitos su hijo? ¿Qué relación había entre Adrián y Alba? Y lo más importante, ¿qué habrá sido de la mujer que se declaró en esta carta?

Michael Thallium

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