—Si verdaderamente pudiera reencarnarme, lo haría en rana.
—¿Para qué ser rana? ¡Absurdo!
—No sería una rana cualquiera, sería la más pequeña y venenosa del mundo.
—¡Ya ves tú! Rana pequeña y venenosa. ¡Un sinsentido!
—Lo que más me fastidia es el color amarillo que tendría. Para muchos humanos el amarillo es el color de la envidia, es el color de los ictéricos, es decir, de los enfermos. Pero mi amarillo sería un amarillo brillante, dorado, casi fosforito, para llamar la atención.
—Sí, también hay humanos que se ponen lazos amarillos. También llaman la atención, aunque no son fosforitos.
—Yo sería rana para vengarme.
—¿Vengarte? ¿De quién?
—Vengarme por vengarme. Sin más razón. De hecho, sin razón alguna. Con mi veneno podría aniquilar a miles de humanos en cuestión de segundos.
—¡Desvarías! No podrías.
—¡Oh, sí! ¡Claro que podría! Con tan solo un miligramo del tósigo batracio de mi piel aniquilaría a más de diez personas en muy pocos segundos.
—Serías carne de cañón… Muy pronto los humanos te utilizaríamos como arma. Te acercaríamos a la llama del fuego para que exhalaras el veneno y lo utilizaríamos como dardo envenenado…
—No lo exhalaría, lo exudaría. A ti también te aniquilaría por utilizar mal las palabras.
—¿Pero no has dicho que te vengarías sin razón alguna?
—Cierto, aunque ahora no hablaba como rana, sino como humano. Los humanos utilizaríais mi ponzoña exudada para matar con una intención. ¡Sois intencionados! Mi aniquilación sería arbitraria. Matar por matar, por puro alarde natural, ni siquiera por placer. Me arrimaría a los humanos y al poner mi piel en contacto con la suya, empezarían a sentir los espasmos musculares, y en muy pocos segundos caerían fulminados cuando los pulmones y el corazón se les pararan. No podrían respirar y la sangre dejaría de correrles por las venas. Una muerte silenciosa, eficaz.
—¡Te equivocas! Seguro que para tener esa virtud aniquilante deberías vivir en un hábitat muy particular, húmedo, cálido, remoto. Pocos seres humanos tendrías ocasión de encontrarte. Además, ¡las ranas viven muy poco! Tu existencia sería muy corta. No podrías matarnos a todos.
—Esa sería la única intención que me llevaría de este mundo a mi reencarnación en rana: la de moverme allí donde hubiera humanos. En cuanto a lo de mi corta existencia, en dos años, como poco, podría exterminar un mínimo de 72.000 individuos. Sin esfuerzo y sin hacer ruido. Silenciosamente…
—¡Vuelves a equivocarte! ¿Te crees tú que no encontraríamos un remedio? Somos inteligentes. Y, por cierto, 72.000 individuos son muy pocos. No podrías aniquilarnos. Somos más de ocho mil millones de personas. Eso sería solo un 0,0001 por ciento de la población ¡Irrelevante! ¡Somos superiores! Y, además, te recuerdo que dijiste que en cuestión de segundos aniquilarías a miles de humanos. ¡Las ranas no entienden de matemáticas! Ja, ja.
—He dicho un mínimo… Si me sumergiera en el agua que bebéis, acabaría con muchísimos más.
—¡Te aplastaríamos con un solo pisotón!
—Todo lo razonas. Eres humano. Tu serías el primero a quien aniquilaría. De hecho, ya estás muerto. Has probado el veneno de mis palabras… Ya soy rana.
Michael Thallium
Etimogogia en acción
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