Muchas veces no nos damos cuenta. Especialmente ahora, en estos tiempos en los que parece que todo es inmediato y que todos tenemos abierta una ventana al mundo digital para hacernos notar y mostrarnos rápidamente. Sin embargo, obviamos que nuestra historia se ha construido con personas anónimas de las que sabemos más bien poco o nada. ¿Quién fue Marcus Meibomius? ¡A quién le importa! Y si por él conocemos hoy algo de Arístides Quintiliano, ¡qué más da! ¡Es irrelevante!
Y también la historia es caprichosa: da fama a quienes en vida no la tuvieron. ¡Kafka! ¡Pero si apenas se conocieron sus escritos antes de que falleciera de tuberculosis en 1924! Y si se hubieran quemado sus papeles tal y como dejó dicho, jamás hubiésemos sabido de él, ni de sus libros y tampoco la palabra ‘kafkiano’ hubiera entrado en los diccionarios. Hete ahí una prueba más de que algún día seguramente también desaparezca.
Lo inmediato nos impide vernos, somos invisibles ante quienes pasan de largo azacanados sin saber siquiera que queremos hacernos notar, que nos hagan caso. Somos la anécdota del tiempo que vivimos en la faz de la Tierra. A muy pocos se les incluye una palabra que los memore en un diccionario. Casi todos nacemos con la esperanza que en nosotros ponen los progenitores. Todos nos vamos solos, ignorando qué será de todo lo que queda atrás.
Michael Thallium
Etimogogia en acción
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