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Mi nombre es Juan Pedro Ortuño

Mi nombre es Juan Pedro Ortuño, es decir, me llamo Juan Pedro Ortuño, pero me resulta extraño decir “me llamo”, así, en primera persona. Me resulta extraño porque, aunque estés oyendo mi voz, aunque esté yo dando voz viva a estas palabras, me son ajenas, porque no las digo yo… bueno sí, sí las digo, las pronuncio, pero no las he escrito yo, aunque ahora las lea y emerjan de mi interior como si fueran propias. Las ha escrito un impostor que dice en primera persona que me llamo Juan Pedro Ortuño y que soy sacerdote. Yo no soy ningún impostor, quiero decir “yo”, ese yo de quien estás escuchando la voz, aunque las palabras no me pertenezcan. Decía que soy sacerdote —cura, para que nos entendamos—, pero también soy filósofo. Algunos feligreses y amigos, me llaman Juanpe. Me gusta la palabra “feligrés”, porque etimológicamente significa “hijo de la iglesia”. Quizás por eso también muchos de ellos, sin saberlo, me llaman padre, porque soy un humilde representante de la iglesia católica, apostólica y romana. Quizás debiera haber dicho “servidor” en lugar de “representante”, pero el impostor que se hace pasar por mí, ese que ha escrito estas palabras, no ha querido que así fuera, aunque al menos me ha dejado hacer esa pequeña aclaración. Decía que me gusta la palabra “feligrés”, pero también me gusta la palabra “amigo”, que a fin de cuentas tiene su origen en el “amor”.

Tengo fe, pero, ¿tengo dudas? No, no las tengo. Me refiero a las dudas de Dios; de las humanas, tengo muchas. Dentro de unos días me operarán. Es una operación complicada. Tengo dudas, sí, pero a Dios me encomiendo. ¿Cómo será mi vida después de la operación? ¿Viviré? ¿Moriré? ¿Qué quedará de mí en la Tierra si no despierto? ¿Existen los milagros? No sé si existen los milagros divinos —esto me lo hace decir el impostor que dirige mis palabras sin estar presente; yo sí que creo en los milagros de Dios—, pero los milagros humanos existen. Pues, ¿cómo si no se podría llamar a esto de que me estés escuchando y, sin embargo, sea otra persona la que habla por mí mientras yo le presto servilmente mi voz? ¡No, mi nombre no es Juan Pedro Ortuño!, ¡no soy sacerdote!, ¡no soy filósofo! ¡No soy yo…! Pero, sin embargo, es mi voz la que a ti te llega y se mezcla con las palabras de ese impostor que me hace decir lo que no quiero. ¿No es eso un verdadero milagro? Humano, no tengo dudas.

Michael Thallium

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