(Artículo escrito originalmente en abril de 2004 que publico después de 13 años tras alguna que otra consideración)
Cuando elijo un tema sobre el cual escribir, lo hago más por el placer de ejercitar mi mente y recrearme con lo que escribo —supongo que si no escribiese utilizando el ordenador, también lo haría como ejercicio caligráfico—, que por conocimiento profundo del propio tema.
Así me ocurre con el chiismo y los chiitas, de quienes he oído hablar, sin prestar atención, prácticamente desde que era niño y quienes parecen haberse puesto de moda últimamente con este controvertido asunto de la guerra de Irak. Cuando eres pequeño lo de chiíta te suena un poco más como a Chita, la mona graciosa de Tarzán, el de los monos. Luego, cuando creces y por alguna razón inoportuna —léase el continuo “bombardeo” de noticias sobre la situación en Irak y, por extensión, el Islam, el terrorismo islámico, Israel, Palestina y compañía— no dejas de escuchar en boca de todo el mundo eso de los chiitas, el chiismo, los sunnitas, el islamismo, los islámicos, los islamistas, etc., te entra la curiosidad de averiguar qué es eso del chiismo. Y eso mismo es lo que hice ayer de una vez por todas después de tantos años de confusión entre Chita, los bombardeos, la madre de todas las batallas y la madre que parió a todos. El chiismo es un término que proviene del árabe chiah, secta, o de chií, seguidor. Se trata, pues, de una corriente interna minoritaria del Islam que, por ser considerada heterodoxa o herética por la mayoría de los musulmanes, ha sido marginada en los países islámicos, excepto en Irán, donde son mayoría y donde, en 1979, se instauró, bajo el liderato del ayatollah Jomeini, una república islámica siguiendo las directrices islámicas del chiismo.
Pero el origen del chiismo se remonta al año 656, cuando Alí ben Abú Taleb, primo y yerno del profeta Mahoma, se opuso a la sucesión sostenida por la aristocracia mercantil de La Meca. Alí murió asesinado en el año 661 y, entonces, comenzó a hincharse toda esta balumba de la que somos testigos hoy. Resulta que cuando tiras de una hebra, sacas el hilo de la historia tejida durante los siglos para comprobar que las cosas vienen de antaño. Al parecer, los chiitas creen en el regreso de un salvador, El Madhi, último Imán desaparecido, quien a su vuelta instauraría el reinado de la justicia y de la paz. En espera de ese momento, los chiitas a diferencia de los ortodoxos sunnitas, se rigen bajo la autoridad del imán, un guía infalible, juez en las cuestiones teológicas y jurídicas del Corán.
No puedo hacer alarde de conocimiento del Islam, a pesar de que he visitado con frecuencia países de cultura islámica en mayor o menor grado: Turquía, Egipto, Túnez y Marruecos. Es verdad que también he leído la traducción al castellano del Corán, de igual forma que he leído dos traducciones al castellano de la Biblia así como una de las versiones inglesas. Lo hice hace algunos años como ejercicio lingüístico y no como devoción por unos textos sagrados. Ello me sirvió para analizar las contradicciones en que se incurre al interpretar ambos textos, coránico y bíblico, de forma literal. Podríamos llamarlos Los Libros de las Contradicciones. Dicho de otra forma, el análisis lingüístico comparativo me sirvió para creer más en la persona como hacedora de su destino que como seguidora de un mesías, sea este de origen cristiano o musulmán. Me considero una persona esotérica, entendiendo el término esotérico en su acepción etimológica (esoterikós significa “interior” y proviene de éso, “dentro”). Con todos mis respetos por aquellas personas que vivan su fe o su religión — sea esta cristiana, judía o musulmana— con fervor y respeto hacia los demás, debo decir que, ante la balumba de la que hablaba antes y que mi conocimiento no alcanza a comprender, encuentro igual de primitivas o absurdas algunas manifestaciones religiosas provenientes tanto de Oriente como de Occidente. Estrictamente, es igual de absurdo ver a un judío dándose golpes en la cabeza contra un muro, como ver a millones de musulmanes aplastándose y tirando piedras mientras giran alrededor de una construcción o como ver a un niño colgando de una cuerda representando a un ángel (así sucede en algún pueblo de España, de cuyo nombre no es que no quiera acordarme, sino que realmente no me acuerdo).
Contacto con la cultura islámica y con personas de origen musulmán he tenido en mayor o menor grado y en todas las variedades que se pueda imaginar, lo cual ha contribuido a formarme una opinión: he vivido muy de cerca la ira de un moro argelino fanático y maltratador, la suciedad de los mercados de Alejandría, los rezos incomprensibles en las mezquitas de Antalia, he preferido sentarme con egipcios —antes que con europeos— compartiendo mesa y comida en el palacio de El Cairo que Nasser construyó para que la emperatriz Beatriz de Francia pasara una única noche y viera el amanecer ante las mismísimas pirámides, he visto la pobreza y la picaresca en Casablanca…
Uno de los acontecimientos que me han ayudado a formarme una opinión sobre ese asunto tan recurrente de la contraposición entre Occidente y Oriente fue la Conferencia del Mediterráneo y la Infancia celebrada en Génova a principios de este año 2004. Por aquel entonces trabajaba yo en el barco en que dicha conferencia tenía lugar. Daría para escribir un libro hablar ahora de lo que allí viví. Sin embargo, haciendo un ejercicio de simplificación y con todas las imprecisiones que de ella se puedan derivar, diré que para mí fue un fiel reflejo del absurdo. Allí estaban congregadas personalidades y expertos de países árabes, Europa y América. Siendo una conferencia sobre la infancia, me llamó la atención que la media de edad de las personas que allí estaban sobrepasara, con seguridad, los 50 años. Curiosamente, los representantes de los países árabes eran los más jóvenes. Jamás olvidaré las breves pero enriquecedoras conversaciones que mantuve con algunas representantes árabes —es curioso, pero casi siempre me entiendo mejor con las mujeres. Tampoco olvidaré el boato innecesario y las medidas de seguridad con que recibíamos a las grandes personalidades como Romano Prodi, entre otros. Me viene ahora a la memoria la estupidez de una de las ponentes italianas que, no sé si porque realmente era importante o porque se lo creía, se quejaba indignada en la Recepción del barco porque las maletas no le habían llegado aún al camarote y quería llamar a la policía porque eso lo consideraba un secuestro. Para intentar sacar del apuro a la recepcionista que estaba aguantando el chaparrón, me acerqué a la reputada señora italiana para explicarle que su maleta llegaría al camarote en breve una vez que hubiese pasado el control de seguridad —por cierto, la seguridad del barco estaba en manos de israelíes—, no recuerdo muy bien cuál fue su respuesta pero sí recuerdo lo que yo pensaba cuando estaba hablando con ella: “Señora, es usted gilipollas y no sé por qué estará aquí ni si será muy importante, pero desde luego como el desarrollo de la infancia dependa de usted, los niños del tercer mundo lo llevan tan claro como las aguas del Nilo a su paso por El Cairo”. Naturalmente, por estricta diplomacia, no le dije a la cincuentona lo que de ella realmente pensaba. Me di la vuelta y muy cortésmente, vamos, muy diplomático, me marché. Recuerdo que al día siguiente me la encontré por uno de los salones y le pregunté —no sé si por diplomacia o por el mero placer de “chinchar”— si todo había sido de su agrado y que si había recibido las maletas a tiempo (yo sabía que ya las tenía en el camarote antes de subir de la recepción al camarote), la señora me miró ensoberbecida consciente de que había metido la pata, pero sin pedir disculpas. Entonces, comprendí que cabía la posibilidad de que el día anterior me hubiera leído el pensamiento y, al saber que la consideraba una gilipollas, se negó como una ídem a pedir disculpas.
Esto no dejan de ser meras anécdotas. Desconozco si el resultado de aquella conferencia fue provechoso o no, pero desde luego para mí fue muy revelador el hecho de que una semana después, el lujoso barco en que tan digna conferencia había tenido lugar, fuera detenido por las autoridades francesas en Marsella. La compañía naviera de la que su orgulloso presidente tanto presumía a bombo y platillo durante la conferencia se fue, nunca me mejor dicho, al garete, a pique. Quizás ese también haya sido el resultado de la susodicha conferencia, como el de las sempiternas negociaciones entre palestinos e israelíes, el de las luchas entre Occidente y Oriente y las encendidas rencillas entre chiitas y sunnitas, fundamentalistas, integristas y reformistas.
Fue un 29 de julio de 1856. Clara y Juan salían de la habitación de aquel hospital mental en Endenich para ir a recoger de la estación de tren a José. Clara ignoraba que al salir por la puerta de aquella habitación junto con el amigo que estaría a su lado hasta el fin de sus días, esa sería la última vez que vería a su esposo Roberto con vida. Roberto, quien llevaba ya dos años internado en ese lugar después de haberse arrojado a las frías aguas del Rin para acabar con su vida, esa misma tarde, mientras su esposa y su fiel amigo Juan esperaban en la estación a José, rindió su vida a la terrible locura que lo había poseído. Tenía 46 años. Estaba solo cuando murió. Clara, al regresar con sus dos amigos, abrió los ojos con estupor al ver el cuerpo de Roberto yerto e inerte. Juan y José no pudieron consolar siquiera el llanto de esa mujer de 37 años que quedaría viuda y con siete hijos. Ella vestiría de riguroso luto durante el resto de su vida y se dedicaría a difundir la obra de su esposo junto con los dos fieles amigos que la acompañaron aquella tarde. Aquel día, Clara ignoraba igualmente que sobreviviría a Roberto cuarenta años y que el día de su muerte, en 1896, Juan, catorce años más joven que Clara, lloraría amargamente su pérdida y exclamaría: ¡Ya no me queda nadie en este mundo! Él murió apenas un año más tarde. José los vio morir a ambos. En 1907, la actinomicosis se llevaría también al último de los amigos.
Robert Schumann (1810-1856)
PERSONAJES:
Roberto: Robert Schumann (1810-1856), pianista y compositor.
Clara: Clara Schumann (1819-1896), pianista y compositora.
Juan: Johannes Brahms (1833-1897), pianista y compositor.
José: Joseph Joachim (1831-1907), violinista y compositor.
“No puedo expresar la alegría que siento cuando comienzo a escribir música de cámara -la alegría con la que dirijo las cuatro voces… Uno se siente como en casa en un cuarteto, íntimo, feliz. Fuera está lloviendo y cae la noche, pero las cuatro voces no prestan atención; son independientes, libres -hacen lo que les place y aún así hacen un armonioso conjunto, crean algo, como una nueva entidad, una nueva y bases y un todo armónico; hago hincapié en esto, pues es tan raro en esta época en este mundo.”
Con estás palabras, Bohuslav Martinu (1890-1959) nos introduce en el ecléctico mundo de sus seis cuartetos de cuerda. No puedo decir que sea un gran conocedor de la música de Martinu. Mi breve relación con su música comenzó hará unos dos años cuando compré un cedé con sus sinfonías números 5 (H310) y 6 (H343) y las Invenciones (H234) interpretadas por la Orquesta Filarmónica Checa dirigida por Václac Neumann para el sello Supraphon. Sin embargo, he de confesar que no era esa mi primera opción. En realidad quería comprar un cedé con los cuartetos para cuerda, pero, no había quien los encontrara -cosa extraña- en la tienda que suelo frecuentar en Madrid: La Quinta de Mahler. Así que me decanté por ese cedé y, entonces, dos años más tarde, en la misma tienda, mientras echaba un vistazo a otros cedés, di con una grabación de la integral de los cuartetos para cuerda interpretados por el Cuarteto Panocha. No me lo pensé ni un segundo; lo compré, porque esa grabación del Cuarteto Panocha está muy bien considerada entre muchos de los conocedores de la música de Martinu.
En los dos últimos días, he escuchado los seis cuartetos solo una vez. Y puedo decir que empecé a engancharme con la música de Martinu a partir del segundo cuarteto. Por alguna razón, los números 3, 4, 5 y 6 me resultaron más atrayentes para mis oídos. Eso no implica que no me gusten los dos primeros cuartetos. Cierto es que el primero de ellos, el conocido como Cuarteto francés debido a la influencia de Debussy y Ravel sobre Martinu, es el que menos me gusta, aunque eso solo tiene que ver, supongo, con mi gusto personal. No soy muy forofo de la música de Debussy. El cuarteto n.º 2 fue el que cambió las reglas de juego para Martinu y creo que uno lo nota cuando escucha la integral de los cuartetos.
Bohuslav Martinu escribió casi 400 obras. Fue un compositor prolífico, pero sigue siendo desconocido para la mayoría de personas. Y estoy convencido de que entre todas sus obras habrá obras maestras de las que podamos disfrutar. Por eso decidí escribir este breve artículo: para animarte a que descubras la música de Martinu, sobre todo si aún no la conoces.
La grandeza de las personas… Esa es una de las razones por las que decidí dedicarme al coaching, a la formación. Creo firmemente en el potencial humano. Ciertamente, hay momentos en los que a uno le asaltan las dudas sobre la validez de sus principios y valores. Las personas somos capaces de muchas cosas; unas buenas, otras malas. Y resulta difícil mantenerte firme en tus convicciones y ver la grandeza de las personas cuando lo que te rodea no se corresponde con la idea que tienes de esa grandeza. Cuando decidí hacerme autónomo para dedicarme a lo que me dedico, había cuatro áreas por las que quería que se me conociera, cuatro áreas en las que yo encontraba esa grandeza de las personas: la lengua, la música, la mundialización y el coaching.
Ahora, unos años más tarde, y tomando como cierta la hipótesis de trabajo de que la grandeza humana existe, dedicaré los próximos tres meses a plasmar esa grandeza y, en su momento, la compartiré aquí, en esta página. Para ello me serviré de mi cámara y de mi pluma. Quien quiera contribuir aportando ideas o imágenes que representen la grandeza del ser humano, puede hacerlo dejando comentarios en este blog o poniéndose en contacto conmigo por correo electrónico, Skype, Facebook o Twitter.
Las interpretaciones son libres y, quizás, demasiadas. Tantas como como personas en este planeta, tantas como estados de ánimo de esas personas. Cuando miro un dibujo o un cuadro, cuando escucho una obra musical, constantemente he de recordarme a mí mismo esa subjetividad: ¿Es esto de veras lo que el artista quiere decir? Tendemos a olvidar lo que hay detrás del escenario. Entre bambolinas siempre hay un ser humano, el creador de una obra de arte. Un ser humano, una persona con toda su particular experiencia vital, sentimientos, emociones y expectativas. Una persona cuya vida apenas alcanzaremos a comprender…
"Amor mañana", dibujo a pluma de Elisaveta Sivas
Amor mañana… ese es el título de un dibujo y collage de Elisaveta Sivas. ¿Qué veo cuando miro este dibujo en blanco y negro? Veo un hombre, ahí sentado, mirando a una mujer. Ese hombre podría ser yo. Soy yo pensando en el amor, contemplando a esa mujer. Esa mujer me mira fijamente. Quiere que la vea. Está desnuda, mostrándome su hermoso cuerpo. Es como si yo quisiera levantarme y dejar de contemplarla para convertir esa escena en algo real, para hacer el amor hoy, ahora, no mañana. Y también hay muchas otras mujeres dentro de esa única mujer. En el fondo, ella está luchando. Quiere estar con ese hombre, pero a la vez le da la espalda. Ella se sienta y vuelve la cabeza para no verlo o, quizás, para que él la vea. Quiere liberarse y abrirse a la espiritualidad. Sin embargo, también quiere vivir su Eros, su primitiva sexualidad. A ese hombre ahí sentado (yo) lo corona un ángel. Tengo todas las bendiciones divinas para amar a esa mujer. Pero se requiere acción. Son dos quienes han de encontrarse. Ahí sentado, no hay amor hoy, sino quizás mañana. Un mañana constante que nunca llega…
"Amor mañana (en color)", collage de Elisaveta Sivas
Y entonces surge el color que difumina esa sexualidad primitiva. Los colores traen alegría y montones de nuevos matices que quizás escondan ese instinto sexual tan presente en blanco y negro. La vida no está solo en blanco y negro. Es de colores. Pero el blanco y negro tambien son colores a los que hay que hacer caso. ¿Has notado ese pequeño caballo delante de los libros en la estantería? ¿Qué querrá decir? ¿Un caballo? ¿Serán quizás las emociones (caballo) que cubren la intelectualidad y el conocimiento (libros)? Solo se trata de mundos diferentes que quieren unirse. Las emociones impregnan la intelectualidad y el conocimiento. La intelectualidad y el conocimiento probablemente impidan al hombre (yo) levantarse y unirse a esa mujer. El hombre quiere amar a esa mujer, en blanco y negro y en color. Todas esas mujeres que conforman esa única mujer hermosa, todas ellas, se unen también para convertirse en la novia de un hombre coronado por el ángel divino. Emociones, intelectualidad, conocimiento, hombre y mujer, todos tendrán que superar su miedo al hoy para hacer de ese amor mañana un amor hoy, ahora.
Dije que las interpretaciones son libres y demasiadas. Y sé que es imposible que yo desentrañe completamente los mundos interiores de una artista, de una persona. Pero siempre podré obrar mi interpretación para hacer que el ahora sea eterno, para hacer que el hoy sea el amor eterno que llega mañana… Recuerda: este hombre podría también ser tú contemplando ese dibujo, leyendo estas palabras e interpretando los muchos mundos en que vivimos. ¿Y esa mujer? Esa mujer es amor hoy y siempre.
A estas alturas del siglo XXI, parece que comprar un CD es un acto raro, y si encima es de música renacentista o barroca, más raro todavía. Parece que la gente prefiere bajarse la música de la Internet; cuando no, piratearla. Así que las tiendas de música han ido cerrando y pocos son quienes se plantean abrir una tienda dedicada a la venta de cedés y, menos aún, si son cedés de los que la mayoría de personas conocen como “música clásica”. Sin embargo, eso es lo que hizo Juan Lucas en pleno centro de Madrid: abrir una tienda dedicada no solo a la venta de cedés de música clásica, sino también a actividades (cursos, recitales, conferencias…) relacionadas con la música y la cultura. La Quinta de Mahler (LQM) es uno de los lugares que frecuento desde que llegué de unas expediciones por el Ártico en 2014 y que he mencionado en algunos de mis artículos (Del Ártico, la Quinta y la escucha, Scott Joplin, de la superstición al conocimiento, De Smetana, de mi vida y de las elecciones, Marie Jaëll, la compositora olvidada). Sí, es posible que yo sea uno de esos raros que aún compra cedés… Siempre que he ido, me han tratado y aconsejado muy bien. José Velasco y Blanca Gutiérrez son las personas que os encontrareis allí si visitáis esta tienda.
Una de las últimas veces que estuve allí, me fui con dos recomendaciones que me hizo José Velasco y que quiero compartir aquí. Las Sonatas ZWV 181 de Jan Dismas Zelenka (1679-1745) interpretadas por Collegium 1704 dirigidos por Václav Luks, en el sello musical ACCENT. Se trata de un cedé publicado en abril de 2017. El conjunto Collegium 1704 está especializado en música de Zelenka (el nombre del conjunto viene del año de la primera representación de música de este compositor bohemio de la que se tiene constancia: Via Laureta). Las sonatas, seis en total, están escritas para dos oboes, fagot, violín (la sonata n.º 3) y bajo continuo. Los intérpretes son Xenia Löffler y Michael Bosch (oboes), Jane Gower (fagot), Helena Zemanova (violín), Ludek Brany (contrabajo), Shizuko Noiri (laud) y Václav Luks (clave). Curiosamente, algunos de los fragmentos de estas sonatas me recuerdan —¿será solo a mí?— a la Ofrenda musical de Johann Sebastian Bach, obra que Bach compuso mucho después que la de Zelenka.
La siguiente recomendación que me hizo José fue una grabación para el sello Outhere de las las Suites para violonchelo de Johann Sebastian Bach (1685-1750). Grabaciones de estas suites hay muchas, pero esta tiene algo muy especial: su intérprete, Dmitry Badiarov, utiliza un cello da spalla, un violonchelo de menor tamaño que se toca como si fuera un violín. Y la verdad es que suenan muy bien. Hay musicólogos que incluso creen que Bach compuso estas obras para un violonchelo de estas características…
En fin, espero que disfrutéis tanto de La Quinta como de Zelenka y Bach.
Hace un tiempo empecé la lectura de Prosa musical. II Pensamiento musical del cántabro Gerardo Diego (1896-1987) que publicó la editorial Pre-Textos a finales de 2015. Su lectura se está convirtiendo en un pequeño deleite para mí, porque pocas cosas hay que admire más que alguien que sepa utilizar el lenguaje de las palabras para describir con atino el de los sonidos, el de la música. El 22 de octubre de 1948, en el periódico ABC se publicó un artículo al que Gerardo Diego tituló Un cuarto a boleros y que reproduzco más abajo con anotaciones (al final del texto) referentes a expresiones lingüísticas, vocabulario y personas por si a alguien les sirvieran de algo para mayor disfrute de este texto.
Me pregunto en qué han quedado los artículos periodísticos 70 años más tarde. Poquísimas son las personas que escriben hoy con tanta riqueza como la de la pluma de Gerardo Diego en la era de la Internet, de los periódicos y bitácoras digitales. Las expresiones bajunas, por querer asimilarse algunos al “pueblo”, a la gente de la calle, menudean y hacen gala de la falta de cultura y corrección lingüísticas. Deduzco yo que Gerardo Diego se basó en la expresión un cuarto a espadas, que quiere decir “intervenir en una discusión o controversia expresando la propia opinión”, y la transformó en “Un cuarto a boleros” para expresar su opinión sobre el bolero. En fin, que como para mejor muestra no hace falta más que un botón, aquí dejo este de Don Gerardo:
Alegre torito el del bolero y papeleta difícil la de muletearle y calarle por las agujas. Menos mal que la ceremoniosa y gentilísima cesión de trastos con que me tienta el admirado Felipe Sassone me pone frente al bicho ya un poco aplomado y pastueño tras la primorosa lidia del maestro. Porque, ¿qué he de decir y con qué gratuita autoridad sobre materia tan importante como esta de la ‘Bolerogía’, que mereció en 1807 todo un tratado con ese nombre, impreso en Filadelfia y debido al numen esclarecido de don Juan Jacinto Rodríguez Calderón? Crotalogía y Bolerogía son sutiles ciencias, cuyos legítimos doctores pueden hallarse al presente acudiendo a los escenarios, tablados y viejas escuelas de baile de tradición venerable. Por muy importante que sea la bibliografía bolerística, y sin duda lo es, vale más atenerse a la sentencia y al rito popular. Afortunadamente, en nuestros días gozamos impulso de renacimiento y depuración de nuestros viejos bailes, despojándolos de oropeles y excrecencias cosmopolitas y escenográficas. Díganlo, sin más, las bordadoras de boleros (y de otros bailes seculares) de Sevilla y Mallorca, de Málaga y Jerez, que, formando deliciosas cuadrillas femeninas, han llevado la alegría, el sabor y la disciplina de España por todas las Españas, Bretañas y tierras del Plata.
La inevitable deformación profesional me lleva a la consabida cuestión previa de la etimología. ¿Viene ‘bolero’ de ‘buelo’, con ortografía popular? O, ¿tiene algo que ver su nombre -causa efecto- con el de uno de sus creadores, Antón Boliche, el calesero de Sevilla? Lo más probable es la primer hipótesis, pero un poco de oscuridad y de polémica conviene en todo el rastreo etimológico de lo llamado a insigne descendencia. Por lo demás, parece demostrado que el bolero no aparece hasta el siglo XVII como un consecuencia a la vez de la chacona, de la cachucha y de las seguidillas, cuyos pasos se conservan más o menos transformados en el nuevo baile prerromántico.
El hidalgo manchego Sebastián Cerezo pasa por ser, en efecto, el inventor del bolero, si hemos de creer a Don Preciso, que por algo buscó un apodo que a tanto le compromete. Lo más cauto en nuestro caso será agarrarnos a los faldones del Solitario, y pedirle prestadas sus salerosas luces. Imagina don Serafín en la escena andaluza correspondiente un fin de fiesta en un teatro cortesano, en el que una bailadora trenza el bolero y hallándose sentado el Solitario al lado de un viejo erudito en bolerogía, éste le ilustra con los tesoros de su sapiencia y de sus recuerdos que hacen asomar lágrimas a sus ojos, sobre todo cuando revive los trenzados, giros y donaires de Antonia Prado y la Caramba, que alcanzó el vejete a gozar en sus verdes años. Salpimenta el bolerólogo su disertación con evocaciones y citas de los más conspicuos reyes y ases del bolero, y por él sabemos del Rondeño, la Almanzora y la Celinda del ayudante de ingenieros, don Lázaro Chinchilla, inventor de las glisas, deslumbrante tejido de pies. O del practicante o mano de medicina de Burgos, que sacó el picante paso de matalaraña, y de Juanillo el Ventero de Chilclana, que trenzó el laberinto o macarena y de Perete el de Ceuta, que se sacó del caletre el pasuré cruzado y sin cruzar. Requiere el perfecto bolero que las campanelas sean giradas con plena redondez y los cuatropeados taconeados con garbosa vibración. Por lo demás, el taconeo, el avance y retirada, el paso marcial, las puntas, la vuelta perdida, los trenzados y la vuelta de pecho son otras tantas diferencias con que los sucesivos príncipes del bolero han ido encumbrando una ciencia a la que consagraron sus estudios, y así, en los tiempos románticos de la reina gobernadora, llega el bolero a la plenitud antológica de un baile, resumen y cifra de la tradición mejor, equilibrio entre lo plebeyo y lo culto, entre lo desgarrado y lo cortesano, legítimo orgullo del pintoresco romanticismo español, que pronto se adueñará de todas las deslumbrantes escenas coreográficas del universo mundo.
En cuanto a la música del bolero y a sus triunfos en la coreografía universal, es materia que no se puede despachar en precipitado descabello y dejaremos al torito que se refresque. Nada mejor para ello que cerrar los ojos y superponer nuestras imágenes de boleros contemporáneos con la estampa de 1840: “Mi vista corría desde el engarce del pie pequeñuelo hasta el enlace de la rodilla, muriéndose de placer, pasando y repasando por aquellos mórbidos, llenos y perfiles ágiles, que a fuer de nube caprichosa de abril, ocultaban y tornaban a feriar la seda de la saya y los flecos y caireles. En fin, aquella visión hermosa se mostró más admirable, más celestial, cuando, tocando ya al fin, la viveza y rapidez de la música apuntaron el último esfuerzo de los trenzados, sacudidos y mudanzas; las luces, descomponiéndose en las riquezas del vestido, y éste, agitado y más y más estremecido por la vida de la aérea bailadora, no parecía sino que escarchaba en copos de fuego el oro y plata de las vestiduras o que llovía gloria de su cara y de su talle”.
No me cabe añadir nada más. Solo saborear el sonido de unas palabras muy bien lidiadas.
ceder los trastos: frase de origen taurino que significa dar la alternativa cediendo el torero veterano la muleta y el estoque (los trastos) al novillero (novato) de modo que este último pasa a ser torero profesional. muletear: torear con la muleta. calar por las agujas: en tauromaquia, clavar la espada entre las agujas (costillas del cuarto delantero del toro).
Felipe Sassone Suárez (1884-1959): hijo de padre napolitano y madre sevillana, nació en Lima, Perú y falleció en Madrid. Hombre muy polifacético, a los veinte años comenzó a viajar por el mundo. Pasó la mayor parte de su vida en España donde ejerció principalmente como periodista, escritor y dramaturgo. También hizo sus pinitos en el mundo de la música como tenor y barítono. pastueño: dócil, de embestida suave. bolerogía: ciencia del bolero. numen: aquí, inspiración del artista.
La obra a la que se refiere Gerardo Diego es “La bolerología o Quadro de las escuelas del bayle bolero, tales quales eran en 1794 y 1795, en la Corte de España”. Poco se sabe de este autor. La obra de marras la firma como Juan Rodríguez Calderón y se la dedica a su tío, con lo cual deduzco que la gente le llamaba “Juan”. Nacido en La Coruña, España. Desertó del ejército en la década de 1790 y huyó a Francia, donde colaboró con el gobierno francés como agente infiltrado. Regresó a España y, al reconocerlo las autoridades españolas, fue sentenciado al exilio en Puerto Rico donde llegó a comienzos del siglo XIX. Allí se estableció como funcionario de alto rango, incluso fue traductor para la Santa Inquisición en Cartagena de Indias, y llegó a fundar la ciudad de San Lorenzo en 1811. crotalogía: ciencia de las castañuelas. Antón Boliche: conductor de calesas y que Juan Rodríguez Calderón menciona en su obra La Bolerología. calesero: hombre que tiene por oficio conducir calesas cachucha: baile popular andaluz, de compás ternario y que se acompaña con castañuelas. Sebastián Lorenzo Cerezo: a este bailarín gaditano se le atribuye la invención del bolero en 1780. Don Preciso: uno de los apodos de Juan Antonio de Iza Zamácola (1756-1826), escritor afrancesado de la Ilustración española. El Solitario: Serafín Estébanez Calderón (1799-1867), autor de Escenas Andaluzas (1846). Antonia Prado (1765-1830): actriz española. María Antonia Vallejo Fernández “La Caramba” (1751-1787): actriz cómica y cantante española. El Rondeño, la Almanzora y la Celinda: personajes que aparecen en Escenas andaluzas (1846). Lázaro Chinchilla: también aparece en Escenas andaluzas. glisa: movimiento de baile. matalaraña: paso de baile. Juanillo el Ventero de Chilclana: aparece en Escenas andaluzas. macarena: paso de baile. Perete el de Ceuta: personaje citado en Escenas andaluzas. caletre: tino, discernimiento, talento, capacidad intelectual. pasuré: paso de baile. campanela: paso de baile. cuatropeado: paso de baile. reina gobernadora: María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1806-1878). resumen y cifra: dechado, ejemplo. cairel: adorno a modo de fleco formado por hilos que queda colgando en el borde de algunas telas o vestidos.
“El necio vive pobremente para morir como un rico.” – B.H. Brockes
Cuando llegué a Hamburgo por primera vez, creo recordar que allá por el año 1991, tuve la sensación de que pertenecía a esa ciudad hanseática, era como si ya hubiese estado allí alguna vez. Para mí fue también la primera vez que salía de España si no cuento, claro está, las visitas al sur de Portugal que había hecho de pequeño con mis padres – no sé por qué, me parece que los españoles, al menos yo, consideramos que ir a Portugal no es ir al extranjero. Obviamente, por aquel entonces ignoraba que esa familiaridad que suscitó en mí la ciudad del lago Alster tuviera algún vínculo, si es que lo tiene, con las escuchas musicales que muchos años más tarde me han devuelto al origen de mi primera aventura en el extranjero. Es como si aquellos interminables paseos que di por la ciudad —recorriendo hermosos cementerios, adentrándome por callejuelas que muchos alemanes ni siquiera transitarían, contemplando las aguas del inmenso Elba, entrando a las iglesias para escuchar la música de los órganos— hubieran sido el preludio a todos esos paseos musicales que he dado a lo largo de los años escuchando grabaciones de la música de compositores que, por alguna razón, han estado vinculados a la ciudad de la “hamburguesa que no existe”, porque allí llaman Frikadelle a lo que nosotros llamamos ‘hamburguesa’ (fueron los inmigrantes alemanes que llegaron a los EE.UU. a finales del siglo XIX quienes introdujeron un plato que los estadounidenses llamaron “filete al estilo de Hamburgo”, y de ahí a la ‘hamburguesa” hay solo un pequeño paso). Así que si uno quiere probar la auténtica “hamburguesa” en Hamburgo o bien conquista a una mujer allí nacida o bien pide una Frikadelle en algún puesto callejero o restaurante. De las dos opciones, yo solo probé la segunda, aunque ya me hubiera gustado a mí “saborear”, sin duda, la primera. En fin, a falta de ‘hamburguesa’ buenas son ‘fricadeles’…
Fue precisamente en Hamburgo donde Barthold Heinrich Brockes (1680-1747) nació, cinco años antes de que Johann Sebastian Bach naciera en Eisenach, y murió tres años antes de que Bach falleciera ciego en Leipzig. Brockes fue un escritor, poeta y político de los inicios de la Ilustración alemana. De joven viajó por Italia, Francia y Países Bajos. Fue miembro del senado y cónsul de Hamburgo y defendió la educación y emancipación de la mujer. En 1712, escribió un poema que tituló Der für die Sünden der Welt gemarterte und sterbende Jesus (Jesús padeciendo y muriendo por los pecados del mundo), que se conoce popularmente como la “Pasión de Brockes” y que es un oratorio en verso muy musicado en su época por bastantes compositores entre los que quiero destacar a Reinhard Keiser (1674-1739), Georg Philipp Telemann (1681-1767) y Georg Friedich Händel (1685-1759).
Reinhard Keiser desarrolló buena parte de su carrera musical en Hamburgo. Compositor muy prolífico de óperas —Johann Mattheson lo describió como “el compositor de ópera más grande del mundo”—, fue quizás el primero en poner música a la “Pasión de Brockes” en 1712. Y su composición sirvió de referencia a otros que vinieron detrás de él. Su pasión fue muy interpretada incluso hasta por Johann Sebastian Bach a cientos de kilómetros de distancia, en Leipzig —por cierto, Bach jamás puso música al poema de Brockes porque no se lo permitió el consistorio de Leipzig que se ceñía más al literal bíblico—. Si tuviera que recomendar una grabación de esta obra de Keiser, sin duda sería la “Pasión de Brockes” interpretada por el conjunto vocal Vox Luminis y la orquesta de música barroca Les Muffatti dirigidos por Peter Van Heyghen en el sello Outhere. La interpretación es, sencillamente, excepcional.
Cuatro años más tarde, en 1716, el más prolífico de todos los compositores en la historia de la música, Georg Philipp Telemann, fue quien puso música al poema de Brockes. Por aquel entonces, Telemann trabajaba de director musical de la ciudad de Frankfurt a unos 500 km de Hamburgo. Tendrían que pasar cinco años más, hasta que Telemann se estableciera definitivamente en Hamburgo, en 1721, hasta su muerte en 1767 —tan solo se ausentó de la ciudad ocho meses, entre 1737 y 1738, por un viaje a Paris—. Fue amigo de Reinhard Keiser. Por lo que respecta a la “Pasión de Brockes” de Telemann, la grabación de referencia para mí es sin duda la que el director René Jacobs hizo para el sello Harmonía Mundi con el Coro de cámara de la RIAS y la Academia de Música Antigua de Berlin.
A la par que Telemann, pero bastante más lejos de Hamburgo, Georg Friedich Händel componía su versión de la “Pasión de Brockes” en Londres. Händel fue el más internacional de los tres compositores: nacido en Alemania y nacionalizado inglés, Händel viajó a Hamburgo en 1703 donde fue admitido como violinista y clavecinista del Oper am Gänsemarkt (la actual Ópera del Estado de Hamburgo). Fue allí donde conoció a Reinhard Keiser entre otros músicos. Luego viajó a Italia llegando incluso a italianizar su nombre: Giorgio Federico Hendel. Allí absorbió el estilo de la ópera italiana. En 1710, regresó a Alemania como maestro de capilla del príncipe elector de Hannover, quien en 1714 se convertiría en Jorge I de Inglaterra. Händel se estableció definitivamente en Inglaterra desde 1712. Curiosamente, si a un inglés le pidiéramos que nombrase un compositor británico de música clásica, no vacilaría en responder: ¡Händel! Y un alemán, igualmente, diría que no, que Händel fue un compositor alemán… El caso es que, volviendo al año 1716, Händel compuso su “Pasión de Brockes” en Londres, y luego envió la partitura a Hamburgo, a la casa de Barthold Heinrich Brockes, donde probablemente se interpretaría por primera vez. La obra de Händel es quizás más conocida que las de Keiser y Telemann. En este caso, la grabación que recomiendo es la grabada en el sello Carus por el Coro de Cámara de Colonia y el Collegium Cartusianum dirigidos por Peter Neumann.
En este caso, el orden cronológico de estas tres pasiones, se corresponde también con mi orden de preferencia: Keiser, Telemann y Händel. Los tres músicos, por distintas razones, están vinculados a la ciudad de la “hamburguesa que no existe”. Y aunque Johann Sebastian Bach no trabajase en Hamburgo ni pusiera música al poema de Barthold Heinrich Brockes, esta ciudad quedaría vinculada a él indirectamente por esos caprichos del destino: Telemann fue el padrino de Carl Philipp Emanuel Bach, hijo de Johann Sebastian Bach, y a la muerte de Telemann, su ahijado lo sustituyó en el cargo de director musical de las cinco iglesias más importantes de la ciudad del Elba. Quién sabe, quizás Bach también pensara: ¡A falta de “hamburguesas” buenas son “fricadeles”!
Atendiendo a la frase “cuanto más escucho, más me queda por escuchar”, me queda claro que no tendré tiempo de escuchar – entender, comprender – todo aquello que me gustaría. Tan solo puedo aspirar, si acaso eso es aspirar a algo, a disfrutar de lo que buenamente mi cerebro me permita escuchar. Dicho lo cual, me he dado cuenta de que del mismo modo que uno tiene que dedicar su tiempo y atención a comprender las cosas, a disfrutar de ellas, igualmente ha de dedicárselo a los demás. En este mundo del siglo XXI en que las personas cada vez parecen tener menos tiempo, he decidido inventarme un sustantivo y su correspondiente verbo: tempotención y tempotender.
Tempotención: es el tiempo y atención de calidad dedicados a las personas para que evolucionen felizmente. Es un concepto que surge de un mundo cambiante en el que todo cambia rápidamente y en el que algo es válido en un momento determinado y pasa a ser inválido en otro; lo único invariable es la atención y el tiempo que hay que dedicar a los demás para su desarrollo personal y potenciación como seres humanos. Cuanto menor tempotención, menor desarrollo humano.
Tempotender: dedicar tiempo y atención de calidad a los demás para contribuir a su felicidad y desarrollo personal.
Muy probablemente la utilización de estas palabras no pase de las fronteras de este artículo. Solo una reflexión: las personas necesitaremos tiempo y atención… siempre.
Hace como cuatro años que empecé un experimento sobre escucha empática que me ha llevado por caminos insospechados. Mi intención era ver el efecto que la música podría tener en el cerebro y comprobar si escuchando música se puede mejorar también la escucha empática a las personas. Tengo que confesar que a falta de cobayas, el único sujeto de mi experimento ha sido mi menda lerenda, es decir, que yo mismo he hecho de cobaya, lo cual hace que el resultado sea aún más subjetivo y que, por ende, quizás carezca del rigor científico que caracteriza a un experimento de laboratorio en el que participan muchos sujetos. No obstante, como a falta de pan buenas son tortas, preferí arriesgarme y pegarme un tortazo antes que quedarme viéndolas venir.
En un principio el experimento se limitaba a escuchar durante un periodo de nueve meses los dos libros de El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach y las 32 sonatas para piano y las nueve sinfonías de Ludwig van Beethoven. Era algo relativamente sencillo a priori: un mes dedicado a cada una de las sinfonías, una media de una sonata por semana y unos dos preludios y fugas por semana. El asunto es que cuando uno quiere comprender las cosas, empieza a atar cabos y una cosa termina llevándote a otra. Tanto es así que el experimento de marras me llevó a aumentar mi discoteca considerablemente y a escuchar música que jamás pensé que escucharía. Música desde el siglo IX hasta el siglo XXI. Durante estos cuatros años habré pasado unas 3.000 horas escuchando música de forma deliberada. Y cuanto más escucho, más me queda por escuchar. Así que me conformo con disfrutar de lo que escucho y obviar todo aquello que jamás podré escuchar, porque la vida es limitada.
En las dos últimas semanas me dio por escuchar la música de un compositor del que había oído hablar en varias ocasiones pero cuyas obras jamás antes había escuchado. Me refiero al danés Carl Nielsen. Así que decidí comprarme — sí, yo soy de los que aún compran música — una edición del sello DACAPO con las seis sinfonías de Nielsen y los conciertos para clarinete, flauta y violín interpretados por la Filarmónica de Nueva York dirigida por Alan Gilbert con los solistas Nikolaj Znaider (violín), Robert Langevin (flauta) y Anthony McGill (clarinete). Escuché dos veces cada una de las seis sinfonías y una vez cada concierto. Para mí se abrió un mundo relativamente nuevo de sonoridades sinfónicas. Sin embargo, aunque reconozco la calidad de estas obras y la excelente interpretación de los músicos, por alguna razón que ignoro, no he llegado a conectar con la música de Carl Nielsen, aun reconociendo que es uno de los grandes sinfonistas en la historia de la música. Fue eso lo que me llevó a indagar en busca de nuevos terrenos sonoros. Y hete aquí que apareció un nombre para mí hasta hace un par de días totalmente desconocido: Kalevi Aho.
Kalevi Aho. Pintura de Tuomas Vesala.
Kalevi Aho es un prolífico compositor finlandés nacido en 1949 y que hasta el momento ha escrito 16 sinfonías, de las cuales he escuchado todas una vez en orden cronológico, y tengo que decir que he descubierto un lenguaje nuevo con el que sí que he conectado desde el primer momento. ¿Qué es lo que nos hará conectar con las cosas incluso aunque no lleguemos a entenderlas del todo? Ninguna de las sinfonías que he escuchado me ha dejado de sorprender. Por ello, me atrevo a afirmar que su música perdurará en el tiempo. Para quien esté interesado, el sello BIS publica la música de Aho. Las tres únicas sinfonías que hasta la fecha en que escribo este artículo no están grabadas en este sello son la 5 (recomiendo esta grabación del sello Finlandia Records: Meet the Composer), la 6 (esta sinfonía solo se puede escuchar en Youtube y con muy mala calidad) y la 16 (se puede ver y escuchar con muy buena calidad en Youtube).
El descubrimiento de Kalevi Aho me ha servido para ratificar que siempre hay algo nuevo por descubrir y con lo que conectar, y que ese algo nuevo te hace ver lo que ya conoces desde otra perspectiva, en definitiva te hace redescubrir lo conocido con el entusiasmo de un niño que ve, oye o siente algo por primera vez. En mi caso, la música es mi vehículo de desarrollo personal. Otras personas conectarán con la pintura, el deporte, el baile…
Ignoro si mi capacidad para escuchar empáticamente a los demás habrá aumentado en estos cuatro últimos años, pero desde luego sí que ha aumentado mi capacidad para adentrarme en nuevos mundos sonoros y abrirme a lo desconocido. ¡Quién sabe! A lo mejor algún día a alguien le da por analizar mi cerebro y descubre que verdaderamente todas esas horas de escucha tuvieron su efecto en la estructura de mi cerebro y en el modo en que mis neuronas se conectan entre sí. Vivir quizás es redescubrir la realidad una y otra vez, establecer una sinapsis continua y cambiante con todo aquello que nos rodea.