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Sapere aude – Diego Fortes – Música para todos

Tercer episodio de la serie Sapere aude, atrévete a saber. Este es el primer capítulo dedicado a la música y para ello he contado con la presencia del director de orquesta Diego Fortes. El programa se grabó en un pueblito de Galicia, en plena naturaleza. Hacia el final de la conversación, surge la idea de crear una serie sobre música ¿Será este el origen de Música para todos?

Este episodio con Diego Fortes también puede verse en YouTube.

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Sapere aude – Alberto Enríquez Perea – Alfonso Reyes, Madrid en el corazón

Segundo capítulo de la serie Sapere aude, atrévete a saber se titula Madrid en el corazón. En esta ocasión conversamos con el profesor Alberto Enríquez Perea sobre la figura del escritor y polímata mexicano Alfonso Reyes. No solo de literatura va el asunto, sino también de historia y política. Durante la conversación saldrán a relucir personajes de la intelectualidad española como Enrique Díez-Canedo, Azorín, José Ortega y Gasset, Manuel de Falla… También intelectuales hispanoamericanos: Julio Torri, Juan Rulfo, Jorge Ibargüengoitia, Carlos Fuentes…

Alberto Enríquez Perea es especialista en pensamiento político mexicano de los siglos XIX y XX además de uno de los investigadores más consolidados sobre el exilio español durante la década de los años 30 y 40 del siglo XX.

El Madrid en el corazón puede verse también en YouTube.

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Sapere aude – Joan Manuel Gisbert – Literatura juvenil

Aquí está el primer programa de la serie Sapere aude, atrévete a saber. Un rencuentro con el escritor Joan Manuel Gisbert después de más de 35 años y algunas décadas prodigiosas. En este programa, un servidor y Joan Manuel Gisbert conversamos principalmente sobre literatura y, en particular, de literatura juvenil.

Para quienes tengan curiosidad, la sintonía de la serie Sapere aude es un fragmento del Scherzo de la Sonata para violín y violonchelo op. 55 (1915-1922) del compositor Leopold van der Pals. Interpretación a cargo de Tobias van der Pals (violonchelo) e Elisabeth Zeuthen Schneider (violin).

Este primer programa también puede escucharse y verse en YouTube.

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Sapere aude – Atrévete a saber

Muy pronto llegará la serie de programas Sapere aude, atrévete a saber. Todo sobre música, cultura, ciencia, arte, literatura, humanidades y mucho más. La científica Rita Levi Montalcini tituló de este modo, Atrévete a saber, el libro que escribió a los 95 años y que revisó pocos meses antes de fallecer en 2012. Antes utilizaron la máxima latina otros muchos autores: Horacio, Kant… ¡Atrevámonos a saber juntos!

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Michael Thallium

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El valor del valor propio

Del amor propio emana el valor propio, es decir, el valor que uno se da a sí mismo, que muy probablemente no coincida con el que los demás le den a uno. Ese que a uno le dan los demás queda a merced del capricho ajeno; el propio, si surge de un sincero ejercicio crítico, es el que verdaderamente cuenta. Y cuando ese valor propio no es apreciado en equivalente medida por los demás, a uno no le queda más remedio que buscar otros lugares con otras gentes que valoren quién uno es y lo que hace. La alternativa es conformarse con la infravaloración a saber por qué ocultas conveniencias.

Michael Thallium

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Dos palabras

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Dos palabras
para memorar un día
que alberga tantos años pasados
y esperanzas aún por vivir.

Dos palabras
para recordar tu día,
siempre en la sombra de tu marido,
llevando el compás de la vida.

Para memorar este día
dos palabras que en sí encierran
la dicha de lo aún por porvenir:

¡Feliz cumpleaños!

Michael Thallium

Yo soy un privilegiado

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Yo soy un privilegiado. Lo soy. Sé juntar letras y palabras. Y nótese ese yo inicial. ¿No es un privilegio poder decir yo en un mundo en el que somos, nosotros, tantos miles de millones de personas? Me refiero a los humanos. Podría haber sido cucaracha o lémur, pero soy humano. Seguramente que en cualquiera de esos dos casos, es decir, tanto siendo cucaracha como lémur, no podría escribir esto que estoy escribiendo. Ni siquiera tendría consciencia de ese privilegio. Me refiero al de juntar letras y palabras. Dicen que hay más de 750 millones de personas en el mundo que no saben hacerlo. Son muchos millones de personas. Aunque si tenemos en cuenta que somos más de 7.750 millones de seres humanos en el mundo, tampoco es tanto privilegio saber juntar letras y palabras: 7.000 millones sabemos hacerlo. Algunos en una sola lengua; otros lo hacemos en varias. Sí, cierto que es un privilegio poder expresarse por escrito si luego alguien te lee, pero que haya tantos que sabemos hacerlo… no sé, como que es menos privilegio. Las cifras las he sacado de internet —hace 30 años las hubiera sacado de una enciclopedia— y tendré que creérmelas, porque las escriben los expertos. Los expertos son seres anónimos. Ahora parece que todo el mundo es experto. En la historia de la humanidad no ha habido tanto experto como en el siglo XXI.

Yo no soy experto. Nótese igualmente el privilegio de poder decir yo. No lo soy. En todo caso, aprendiz de casi todo o maestro de casi nada. ¿Privilegiado? Esto es como casi todo: según con quién uno se compare. Nótese ahora el uso del pronombre impersonal uno. A Andrés Trapiello, que lo utiliza mucho, a veces se lo afean. ¿Que quién es Andrés Trapiello? Búsquese en internet o, mejor, léase alguno de sus libros. Uno es menos egotista que yo, dicen. Pero yo hoy voy a utilizar yo, porque junto las letras y las palabras como me viene en gana, que para eso sé juntarlas. Decía al comienzo que era un privilegiado. Nótese el pretérito imperfecto era. En realidad lo soy. Sin embargo, ser privilegiado no es lo mismo que ser rico. Soy más bien pobre, aunque eso también depende de con quién se compare uno. Tener privilegios no es lo mismo que tener dinero. Mi privilegio de saber juntar letras y palabras me lo he ganado con los años, leyendo mucho y escribiendo menos. Saber juntar letras y palabras no me ha hecho rico. De hecho, conozco a bastantes personas que han ganado muchísimo dinero sin saber hacer poco más que la o con un canuto.

¿Privilegiado? Quizás no tanto. Pero ese privilegio individual aún me capacita para poner en orden mis recuerdos y reavivar mi memoria vital. Nací en 1972, en España. Es decir, que nací en los últimos años del franquismo. Pocos recuerdos tengo de aquella época. Era muy pequeño. Pero tuve una infancia feliz chupándome los tres últimos años de dictadura y algunos más de la Transición. Después también me chupé unos 14 años de González, 8 de Aznar, 7 de Zapatero, 7 de Rajoy y, últimamente, 4 de Sánchez. Para quienes no hayan nacido en España, acabo de enumerar una breve lista de apellidos; para los españoles ya maduros, una lista de presidentes de gobierno. En total, 50 años. ¡Que no me vengan ahora a decirme cómo tengo que recordar los años de mi vida! Esto último lo digo por una artificiosa Ley de Memoria Democrática.

¿Leer es un privilegio? No. Tener tiempo para hacerlo, sí. He leído bastante literatura española —menos de lo que me hubiera gustado, eso sí— de 1920 hasta 1940. Desde el punto de vista de la política presente de España, la división tan sencilla como falaz hecha por el gobierno y partidos de izquierda entre fascistas y demócratas, para estimular al pueblo, no se corresponde con la verdad. Eso también lo decía Clara Campoamor hace ya más de 80 años, quien no es sospechosa de ser antidemocrática. Y la verdad, como escribió Jorge Santayana, es cruel, pero puede amarse y nos libera a quienes la amamos. La democracia llama calumnias a las verdades que le dicen sus enemigos y justicia a las lisonjas de sus parciales, eso lo decía ya Concepción Arenal en el siglo XIX. Nada nuevo.

Yo a Sánchez lo desterraría por defraudador, por mentiroso. Lo alejaría de España. Me tacharían de reaccionario, claro. Los acólitos de su ideología jamás lo permitirían. Las ideologías salvan a muchas personas de sus actos, quiero decir que da igual lo mal que uno lo haga. La ideología asiste: ¡es de los nuestros! Afortunadamente, a mí me leen poco, a pesar de los 300 millones de personas que podrían hacerlo en español. Lo de los 300 millones lo conjeturo yo, que no soy experto de nada. Al igual que Álvaro Mutis, he aprendido a aceptar las cosas como se me van presentando, a saber que nada es finalmente grave, y que los apellidos de los hoy ilustres son el olvido del pueblo de mañana… ¡Y yo que me creía un privilegiado por saber juntar letras y palabras!

Michael Thallium

Extraño escritor este, extraño lector yo

EXTRAÑO ESCRITOR ESTENos estrechamos la mano. Era su cumpleaños. Una tarde calurosa de junio en una caseta del Retiro madrileño. Yo había ido allí porque a A. le habían publicado dos libritos en una colección de brisas andaluzas —a él, que es castellano viejo, bueno, leonés— y gobierna. No soy de que me firmen nada. Quiero decir, que no colecciono autógrafos ni dedicatorias. Sin embargo, le pedí que le dedicara los dos libritos a mi sobrino, que pronto cumplirá siete años. De camino a la caseta había pensado que no estaría mal que algún día, dentro de a saber cuántos años, a mi sobrino acaso le diera por leer alguno de esos dos libritos. Claro, eso si para cuando yo muera, todos esos libros que atesoro no acaban antes en la basura o en algún baratillo sin que nadie siquiera se digne hojearlos. Un destino muy probable. Los libros de muerto, como su ropa, estorban y, lo peor de todo, ocupan lugar, como el saber: ¿pues quién a estas alturas se cree ese cuento de que el saber no lo ocupa? En esas cábalas andaba yo antes de encontrarme con A. Cuando por fin le entregué los dos librillos para que los firmara, le dije: “Dedícaselos a mi sobrino, se llama Oliver, tiene seis años. Es el único heredero que tengo y, si los libros que poseo no acaban en la basura cuando me muera, quizás los lea algún día.” A., que es complaciente, le dedicó el primero, pero al tomar el segundo dijo: “Este te lo dedico a ti”. Y con los dos libritos que me fui a mi olivo. Luego, al leer el que me había dedicado, una colección de artículos escritos doce años antes, supe que las cosas no ocurren por casualidad: “siempre supe que estos articulitos, de tener lectores algún día, sería muchos años después. Ha llegado ese momento. Y tampoco muchos lectores. Me basta con uno. Me basta contigo”. Extraño escritor este; extraño lector yo.

Ahora que han pasado tres días desde aquel encuentro, llego a tres conclusiones: a fecha de hoy sólo tengo un heredero, no hago aprecio de las firmas y sí, atesoro esa amistad que no requiere de frecuencia para que A. y yo, en alguna parte, alguna vez, compartamos nuestras parrafadas.

Y mientras tanto, la vida pasa como brisa que mueve la gobierna de nuestras ilusiones y anhelos.

Michael Thallium

Los premios del mejor teatro del universo

Captura de pantalla 2022-06-08 a las 14.13.51Cuando el que dicen ser el mejor teatro del universo —título que le fue concedido por un comité de expertos cientificopolíticos— decidió instaurar sus premios, nadie pensó que el Gran Monarca Europeo, presidente de honor del patronato del mejor teatro del universo, no acudiría a la primera gala de entrega de premios, unos premios que, sin duda, nacían con vocación de continuidad. La muy televisiva presentadora Xana Buruigitar hizo de maestra de ceremonias. La gala comenzó con algunos minutos de retraso y con algunas calvas —no  las que coronan las cabezas de algunos ilustres caballeros, que haberlas las hubo, sino las butacas vacías por la ausencia— en la aterciopelada platea. La gala se dividió en dos partes: una entrega de premios y un recital que posteriormente ofrecería la solicitada mezzosoprano Sylvie Rot Heiliglaub acompañada al piano por Jules Reginald.

Gregor Lys, presidente del mejor teatro del universo, tomó la palabra para pronunciar un breve discurso en recuerdo de la patrona de honor del teatro y dedicataria de esa primera gala, la señora Thérèse Garbanse, quien había fallecido, ya muy anciana, pocos días antes. El señor Lys expresó también su agradecimiento al premiadísimo escultor Christoph Kirche por haber donado al teatro el diseño de los premios. El presidente del mejor teatro del universo hizo hincapié en el carácter público de la institución, equilibrado con el patrocinio de algunas empresas privadas y con un presupuesto que contaba con una cuarta parte de participación de la ciudadanía. Por supuesto, tampoco faltó el encomio a los galardonados.

En la categoría institucional, el primero en subir al escenario para recoger el premio fue el presidente ejecutivo de la gigantesca Telecomunica, Joe Marius Alvan-Follett, quien relató la anécdota de la primera vez que acudió al mejor teatro del universo, cuarenta años antes. Tuvo que hacer cola en la calle, durante una fría madrugada de diciembre, para poder comprar las entradas del recital que el mejor tenor del mundo a la sazón, corpulento y grueso como un rikishi, daría en ese teatro. ¿Quién le iba a decir a él entonces que, luego de cuatro décadas, el mejor teatro del universo lo premiaría? El siguiente galardonado fue el consejero delegado de la potentísima Enerkraft, Joseph Borgia, quien dio gracias a los demás premiados y al patronato del mejor teatro del universo, cuya colaboración con Enerkraft cumplía veinticinco años. La tercera persona que subió al escenario fue la gerente del mastodóntico grupo ZXH, Florence Peters, más conocida para la mayoría de personas por ser la presidente del equipo de rugby que en fechas recientes había hecho botar de alegría a aficionados de todos los lugares del planeta.

Continuó la gala con los premios artísticos. El primero en subir al escenario fue el director de orquesta Louis Nicholson quien en un tono mucho menos institucional que los anteriores galardonados, dijo que ese premio era para “la gente del mejor teatro del universo”, refiriéndose a todos los trabajadores que hacían posible que los sueños se hicieran realidad como, por ejemplo, esa ópera, “defendida contra viento y marea por los artistas implicados”, con la que se terminó la temporada de la Gran Pandemia que azotó el planeta Tierra llevándose consigo millones de vidas. También por su esfuerzo y determinación en la realización de aquella ópera fueron premiados el tenor Fabian Michelle y la soprano Rebecca Seabed. Al respecto de la representación de aquella ópera, el prestigioso crítico musical Robert McArthur había escrito que la reapertura al público del coliseo con aquella ópera no había sido una función memorable en lo artístico, aunque sí que sirvió para recobrar algo de normalidad después de la Gran Pandemia, lo cual no era poca cosa. El mejor teatro del universo quiso premiar el esfuerzo. Otra de las galardonadas por sus logradísimas escenografías durante la Gran Pandemia fue Liselotte Coy. El gran barítono Álvaro Cardona recogió el premio por su participación en la siguiente temporada a la de la Gran Pandemia. El barítono le dedicó el premio a su mujer y tuvo unas palabras de recuerdo para todos esos artistas que jamás lograron, a pesar de su esfuerzo, dedicación y talento, cantar en el mejor teatro del universo.

El último en subir al escenario fue Mario Montalcini, reputadísimo epidemiólogo, quien recibió el galardón por su labor durante la Gran Pandemia y contribuir a que el mejor teatro del universo siguiera abierto. Y así terminó la primera parte… No sin que algunas personas del patio de butacas abandonaran la sala. ¿Estuvieron allí sólo por el compromiso de la entrega de premios o no les gustaba lo que vendría después?

La segunda parte la protagonizó la mezzosoprano Sylvie Rot Heiliglaub, quien seguramente había tenido noches mejores. Tampoco anduvo muy fino Jules Reginald en algunos de los pasajes. El excesivo vibrato de la cantante no favoreció que se entendieran los textos que cantaba. Tampoco el público aplaudió con demasiado entusiasmo, tanto es así que, una vez terminados los aplausos, se produjo una situación algo embarazosa: la mezzo salió al escenario como diciendo, “señoras y señores, ¡que aún tengo preparada una propina!”, y el público arrancó con otro aplauso un poco artificial.

Uno es muy consciente del esfuerzo y dedicación que requiere cualquier actuación, y los artistas siempre merecen respeto cuando están en el escenario. Sin embargo, para ser el mejor teatro del universo, la gala resultó un tanto chirle. Eso no le quita, empero, ningún mérito a quienes con su anónimo trabajo diario contribuyen a que otras personas sigan soñando. Es también de soñadores aspirar a un mañana mejor. Un mal momento lo tiene cualquiera, hasta uno mismo cuando escribe y se convierte en el peor escritor del universo. Vale.

Michael Thallium

No hagan ruido

Vino al mundo llorando. Los médicos certificaron su vida por el llanto. Muchos años después, decidió que se marcharía riendo. Un caso único y extraño. Los médicos certificaron su muerte por la risa. Emitió una enorme carcajada y dejó de existir. El paciente, también moribundo, que estaba en una cama contigua emitió algo parecido a un quejido: Por favor, ¡no hagan ruido! Y el silencio lo cubrió todo, menos la ausencia.

Michael Thallium