Tengo una amiga maga, aunque ella no es reina y tampoco sus padres son reyes. Hace aparecer cosas e igual que las hace aparecer, las hace desaparecer. Empleará artimañas, pero resulta convincente, sorprendente, mágica. Esas apariciones asombrosas, me hacen reflexionar hoy, víspera de los Reyes Magos en España, sobre la palabra epifanía, que proviene del griego y significa manifestación, aparición. En la tradición cristiana, se trata de una fiesta en la que Jesús se manifiesta ?se da a conocer? como hombre. Los cristianos celebran como epifanías tres acontecimientos: la Epifanía de Jesús ante los Reyes Magos, la Epifanía ante Juan Bautista en el Jordán y la Epifanía ante sus discípulos y comienzo de su vida pública con el milagro de Caná. La más celebrada de todas es la de los Reyes Magos, principalmente, porque está asociada con regalos para los niños y para los no tan niños. En mi opinión, ha perdido el significado cristiano. Pero no quiero hablar de religión. Solo quiero hablar de una epifanía que me ocurrió a mí ayer, una epifanía mucho más mundana ?es decir, del mundo humano, del mío, en el que yo me muevo y del que disfruto? y, por consiguiente, para mí más reveladora.
Tal aparición fue la de un correo electrónico en mi buzón. El remitente era un estudiante de comunicación audiovisual y periodismo, un futuro comunicador, que asistió hace más de un mes a una de las conferencias que di en la Universidad Rey Juan Carlos I de Madrid. Para mí fue una epifanía, porque no lo esperaba después de tantos días transcurridos. Así que adoré y contemplé sus palabras, reflexioné sobre sus reflexiones de universitario inquieto y decidí ofrecerle al niño tres regalos: gratitud por el tiempo que dedicó a pensar en mí –esta es la mirra del siglo XXI, una sustancia muy valorada en la antigüedad, pero que hoy anda un poco devaluada?, reconocimiento por ser proactivo y escribirme –este es el incienso, el perfume del que deberían estar impregnadas las acciones humanas? y una sesión de coaching por haber sido el primero en escribirme –la sesión áurea, el oro con el que podrá enriquecerse si lee estas palabras y acepta este aguinaldo.
El correo de marras hacía referencia a una conferencia que titulé “Mundos interpretativos y sinergias: trabajo en equipo eficaz”. Parece ser que, mientras estudiaba para un examen, mi remitente universitario vio unas anotaciones que hizo en su día sobre algo de lo que expuse y eso le movió a echar un vistazo a mi página web y, posteriormente, escribirme para compartir conmigo su opinión y sus críticas. Lamenta que los universitarios –y él es uno de ellos? no sean capaces de aprovechar el abanico de oportunidades que tienen ante sí y que no valoren lo que tienen. Dejan que otros tiren del carro no solo en los trabajos en equipo, sino en la vida. En su opinión, han nacido en una sociedad en la que tienen de todo y, por eso, no piensan que algún día pueden quedarse sin nada. Yo opino que, si bien puede que eso sea así, en realidad el meollo de la educación no es tanto la universidad como la escuela. En este sentido, comparto la opinión de José Antonio Marina de que el callo hay que darlo en la escuela primaria y en la secundaria, ahí es donde se prepara a las personas para vivir: hay que aprender a vivir.
Hoy es víspera de Reyes. Recuerdo cuando era pequeño y me costaba trabajo dormirme esperando a ver los camellos que nunca veía pero que siempre se comían el turrón que dejaba en la peana de la ventana junto a los licores que terminaban bebiéndose Melchor, Gaspar y Baltasar. Estaba inquieto pero siempre me vencía el sueño y, a la mañana siguiente, allí estaban siempre los regalos que corría a enseñar rápidamente a la cama de mis padres despertándolos con algarabía infantil para mostrarles la novedad de la epifanía de los juguetes. Ahora, muchos años más tarde, la epifanía de mi inquieto remitente me inquieta tanto como a un niño descubrir un regalo al despertar.
Decía yo que tengo una amiga maga, que aunque no es reina, hace aparecer y desaparecer cosas por arte de birlibirloque. Emplea artimañas, pero para sorprender y divertir, no para engañar y aprovecharse. En el fondo todos somos magos sin saberlo. Las palabras son mágicas y las utilizamos sin ser conscientes de ello. Por eso yo procuro ser inmaculado en su empleo y no tomarme lo que dicen otros personalmente o presuponer sin hacer lo máximo que puedo. El éxito que yo pueda tener se lo debo a todas esas personas a quienes llené o me llenaron algún día con palabras y actos. El futuro es de quienes saben relacionarse (comunicar) y trabajar en equipo. Y eso no me lo saco de la chistera, ni yo ni mi amiga la maga ni el futuro comunicador ?mi inquieto remitente universitario?. No, no es solo cosa de tres.
Michael Thallium