Nunca antes había escrito un artículo de esta manera, pues lo hago a 35.239 pies de altura y a unas 7 horas de mi destino final o al menos eso es lo que dice la pantalla del avión en que me encuentro y que, en estos momentos, vuela sobre Groenlandia. Quería haber empezado a escribir antes, cuando estábamos en algún lugar del cielo sobre el Atlántico, pero no ha sido hasta ahora que he abierto el ordenador para comenzar a escribir. Tampoco importa mucho, pues entre que pienso y escribo cada renglón, entre que alzo la mirada y observo a los pasajeros en derredor en este Airbus que me lleva a Los Ángeles, el avión ha vuelto a aguas atlánticas a medio camino entre Canadá y Groenlandia.
Pensé que escribir en las alturas era la ocasión perfecta para afirmar con rotundidad que la música nos engrandece y nos eleva a grandes alturas. La música, en cualquiera de sus numerosas formas es un lenguaje universal. Yo la utilizo mucho en las conferencias que doy, en los cursos que imparto, en las sesiones de coaching, en la enseñanza de idiomas. Para mí, por ejemplo, una orquesta sinfónica es un paradigma del trabajo en equipo y una metáfora de lo que ocurre en el cerebro y en la vida cotidiana, en las distintas organizaciones en las que trabajamos, vivimos o nos relacionamos. Cada músico con su instrumento quiere expresar su voz en la orquesta.
Antonio Damasio, en su libro “Y el cerebro creó al hombre”, utiliza una bella metáfora sinfónica para explicar cómo surge la consciencia en el cerebro humano. La consciencia, la mente consciente, es el resultado del funcionamiento de muchas zonas cerebrales y no de un lugar en particular, del mismo modo que la interpretación de una obra sinfónica no es el resultado de un solo músico o instrumento, ni siquiera de una sección completa de instrumentos, sino del conjunto de la orquesta. Resulta curioso ver, sin embargo, que en los primeros tramos de la interpretación de la consciencia, el director está ausente antes de que comience el concierto, aunque según este se va desarrollando, el director cobra vida. El director dirige la orquesta, pero es el concierto quien ha creado al director -al sujeto, a la conciencia de sí mismo-. El director se improvisa por medio de los sentimientos y mediante la narración cerebral. Crear una mente que recuerda el pasado que ha vivido y que anticipa el futuro por venir y que, además, tiene la capacidad de reflexionar es como interpretar una sinfonía de proporciones mahlerianas. La 8ª sinfonía de Mahler, “De los mil”, no puede ser interpretada por un solo músico ni siquiera por unos cuantos solistas. Se precisa una multitud. La aportación de cada una de las partes importa, pero solo el conjunto produce el resultado esperado. Y con la mente consciente ocurre algo parecido.
Por eso y otras muchas cosas, considero que la música nos engrandece y nos une. Me refiero a la música como lenguaje, no como negocio en el que intervienen los egos y modas de turno. En otros artículos ya he mencionado a Rachel Flowers, quien para mí es un paradigma de grandeza y de superación de limitaciones por medio de la música. ¡Grande!
Michelle van Min, otra jovencísima intérprete y compositora, me encandiló cuando descubrí por Internet su canción “The Middle Path” (El camino del medio). Recientemente, Michelle también ha escrito una canción, que se puede ver y escuchar en Youtube, para felicitar las navidades de este año 2011 que termina dentro de unos días: Love on Christmas (Amor por Navidad). Y aquí su última canción, “When I look back” (Cuando miro atrás). ¡Grande!
Apenas hace una semana, por medio de Andrea García, una amiga pianista, también llegué a saber de un muchacho de Nueva York que se hace llamar Blue Jay (nombre que en español se corresponde con el cantarín arrendajo azul) y que con tan solo 12 años ya ha compuesto varias sinfonías y es todo un prodigio musical. ¡Grande!
Y yo que vivo en Madrid, no puedo dejar de hablar de otro evento que tiene lugar todos los miércoles en el Café Teatro Arenal y que para mí es otro ejemplo de grandeza. Mi amigo Shahar Rosenthal organiza lo que él denomina “Los miércoles de cámara”. Si la mayoría de las personas que viven o visitan Madrid supieran que por tan solo 10 € pueden escuchar a artistas de la talla de, por ejemplo, Joshua Bell, seguramente que acudirían en masa a este lugar.
Naturalmente, si no hay toma de conciencia, si nuestras mentes no saben, no conocen, la grandeza también pasa inadvertida…
La música nos engrandece, sí. Cuando comencé a escribir este artículo estaba en un avión. Eso fue hace tres días. Ahora que lo estoy terminando, he de confesarte, querido lector, que me encuentro en una habitación rodeado de juguetes de un niño de diez años. Son las 06:00 de la mañana, aquí en Oxnard, California. Las otras tres personas que hay en la casa duermen. Los juguetes son de Vaughan, quien duerme en otra habitación junto a su madre, Y en otra habitación también duerme la persona que ayer nos hizo a Steve Brant , a David Presley, a mí y a otros cuantos sentirnos grandes, muy grandes: ¡Rachel Flowers! Y, sí, yo he recorrido todos esos kilómetros desde España para sentirme realmente grande.
Oxnard, 19 de diciembre de 2011
Michael Thallium
Global & Greatness Coach
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