Texto escrito en 2004. Quince años han transcurrido desde entonces. Y aunque algunas cosas han cambiado, hay otras que parecen haberse anclado en el mar del tiempo…
Si no fuera porque he estado en Cuba y porque tengo amigos por esas tierras tropicales, seguramente no escribiría de esa céntrica isla en el mar de las Antillas. Parece ser que el nombre procede del vocablo indígena Cubanacan, que significa algo así como lugar céntrico. Asumiendo esa procedencia como cierta, ya no puedo inventarme sin remordimiento la historia que me había venido a la cabeza. Quería decir que esa verde isla fue bautizada con ese nombre debido a los conquistadores que portaban cubas de vino del Viejo Continente y, al llegar a la isla, se embriagaron con tanta belleza extraña. Dicho de otra forma, se pusieron borrachos como cubas… y de ahí lo de Cuba. Pero no. No colaría por más que fuera verdad.
Los europeos y, en particular, los españoles tenemos un concepto de la sociedad distinto al concepto que pueda tener un cubano, sobre todo, si el cubano ha salido de la jaula tropical alguna vez. La mayoría de los cubanos ven en Estados Unidos o Europa la panacea y la solución a todos sus problemas —a pesar de que la televisión castrista muestre con reiteración y alevosía las miserias del mundo occidental. Sin embargo, es difícil encontrar en Cuba alguien que quiera quedarse en la isla. Resulta que todos quieren marcharse… o eso dicen.
Otros como yo, en Europa, criticamos inútilmente el sistema occidental que los de la céntrica isla de las Antillas están deseando degustar. Sobre gustos hay ya demasiado escrito. Suele ocurrir que cuando uno tiene siempre pollo para comer, termina aborreciendo el pollo y mira con deseo o envidia al que disfruta del caviar. Sin embargo, suele ocurrir que el que come caviar llega a cansarse también de él, porque se da cuenta de que el pez del que provienen las preciadas huevas llegará a agotarse algún día. El apetito es voraz. Vamos, que el sistema que los cubanos envidian, dista mucho de ser la panacea que les libre de toda enfermedad. Por otra parte, yo tampoco envidio el sistema cubano.
Muchas veces me he hecho la pregunta de si será posible que la democracia llegue a Cuba alguna vez. Después de estar allí, mi respuesta es rotunda: no. El cubano se ha acostumbrado a vivir en la apatía de la perentoria subvención estatal. Le da igual trabajar más, porque va a ganar lo mismo. Es cierto que viven del invento e inventan muy bien, pero veo muy difícil que un cubano entienda que para pagarse un alquiler tenga que trabajar y que para comprarse un piso tenga que hipotecarse para toda la vida.
Recuerdo que una vez, con una entrañable amiga mía, estuve en un colmado, un supermercado cubano. La pasividad de quienes allí trabajaban era más que pasmosa. La fila para pagar era larga y la cajera tuvo la genial idea de ponerse a hacer caja a pleno día mientras las personas se asfixiaban de calor y la negrona contaba casi con los dedos de las manos las monedas. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… Cuando aquella mujer tuvo a bien abandonar la tarea de contable para desempeñar la de cajera, el mosqueo del público era patente. No acabó allí la cosa. Al llegar a la caja, aquella eficiente dama tenía colgando de sus gruesos labios un flas que chupaba con tranquilidad —me imagino yo que para refrescarse del cansancio que le supuso contar el dinero. Mi amiga cubana, compatriota de aquella gorda cajera, enfermó de los nervios y me dijo: ¿Entiendes ahora por qué quiero marcharme de aquí?
No voy a ser yo quien juzgue a unos u otros. Solo quería escribir unas líneas menos literarias que en otras ocasiones para recordar a todas esas personas que dejé en La Habana, porque muy probablemente no entenderán mis críticas a la sociedad en la que vivo y que ellas envidian desde el otro lado del Atlántico. A Zeida del Carmen, a Amanda, a Mr. Bean y Mami, a la Abuela Mallorquina, a Nissete, a Boris y a ese talentoso negrón alto, Ernest Havanna, con quien compartí escenario en repetidas ocasiones representando al maestro japonés y su discípulo Tahíto. Inolvidables momentos aquellos. Vayamos muy bien, borrachos como cubas.
Michael Thallium
Global & Greatness Coach
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