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Din don: El destino llama a la puerta

Michael Thallium. Verano de 2019. Foto: Beku Marniè.

Michael Thallium. Verano de 2019. Foto: Beku Marniè.

Alguien llama al timbre. ¡Din don! El dedo acusador se aparta temeroso del botón que, mediante una instantánea señal eléctrica, hace emitir un sonido parecido al de las campanas de otros siglos. Estas, sin embargo, son prácticas campanas adocenadas e invisibles del siglo XXI. Ese brevísimo repiqueteo electrónico a ritmo de dos por cuatro, ¡din don!, resuena en el descansillo y se propaga por las estancias de la casa avisando a los anfitriones de que alguien les reclama de pie ante la puerta. Ese alguien es un joven de apenas veinte años, cenceño, rubio, de ojos claros y no muy alto. Él ignora que quien le abrirá la puerta en unos segundos está sobre aviso de su visita. Juan no sabe que Pepe ha enviado un correo electrónico al afamado escritor y compositor don Roberto Zapata:

“Apreciado Sr. Zapata: un buen amigo mío, Juan Bara, hombre de un talento inusitado (créame esto que le digo, pues en mi vida como intérprete me he encontrado, afortunadamente, con personas muy talentosas, pero ninguna con ese asombroso y extraño talento de Juan) estará en su ciudad el próximo fin de semana. A mi buen amigo le he pedido que le haga una visita, pero él se ha mostrado un tanto reticente. He de confesarle (y le ruego que esto quede entre nosotros) que hace un par de meses también le recomendé que visitara en Barcelona a su colega Paco Lista, cosa que hizo, pero el encuentro no parece que fuera muy satisfactorio y sé que el Sr. Lista no mostró mucho interés ni por las composiciones de Juan ni por sus increíbles dotes como pianista. En mi opinión, y lo digo con todo el respeto, creo que eso se debió a que don Paco Lista anda muy metido en eso que está tan de moda ahora y que llaman vanguardia y nueva música, lo cual puede ser que no le deje ver más allá de tres en un burro y apreciar lo que, claramente, es ARTE con letras mayúsculas. Por eso, si finalmente Juan se decide a acudir a su casa, Sr. Zapata, le pediría que tan solo lo escuche y que juzgue por usted mismo. Yo le estaría muy agradecido. Y, sinceramente, creo que ese encuentro entre ustedes, sin ánimo de ser presuntuoso, les cambiará la vida. Dele recuerdos a su mujer con quien tuve ocasión de compartir escenario hace un año. ¡Un recital memorable! Por cierto, un pajarito me ha dicho que vuelve a estar embarazada, así que aprovecho para darles mi más sincera enhorabuena a los dos. Un abrazo, José Joaquín.”

En el descansillo, los segundos se estiran como relojes fundidos al sol de la impaciencia. Juan, con su mochila al hombro, comienza a arrepentirse de la visita. Piensa que no tendría que haber hecho caso a Pepe. Total, ¡para qué! Ya tuvo bastante en Barcelona con el Lista de los cojones que pasó de su cara y de su culo… Juan está a punto de darse la media vuelta, pero justo en ese momento se oyen unos pasos amortiguados que se aproximan al otro lado de la puerta. El tintín de las llaves y el rasgueo del engranaje de la puerta blindada distraen a Juan y lo disuaden de una retirada de la que, muy probablemente, se hubiese arrepentido: no es consciente de la transcendencia que tendrá esta visita en su vida y en la de al menos otras dos personas más. La puerta se abre. Frente a Juan un hombre con una bata verde y en zapatillas de andar por casa; un tanto horteras, tanto la bata como las zapatillas. El Sr. Zapata, quien tiene 23 años más que el apenas veinteañero delante de sus narices, lo saluda parcamente pero con amabilidad. Lo invita a pasar. Por supuesto, no menciona el correo que José Joaquín le ha enviado. Le llama la atención la belleza física del joven. A Roberto Zapata le sorprende un tanto la voz atiplada de Juan. ¿De verdad que tiene 20 años? Lo guía hasta el estudio que alberga un Conrad Graf auténtico. Juan se sienta al piano. Roberto Zapata se sienta en una silla detrás de él, a cierta distancia. “¡Adelante, toque lo que usted quiera!” Juan comienza a tocar los primeros acordes triunfantes de una de las sonatas que ha escrito. No lleva apenas un minuto tocando, cuando siente unas cálidas manos que se le posan en los hombros y una voz que le dice: “Disculpe un momento, que voy a llamar a mi mujer”. Juan traga saliva sabedor de la responsabilidad que eso conlleva. Roberto Zapata sale disparado hacia el otro lado de la casa en busca de su esposa. Son un matrimonio joven, pero ya con familia numerosa. Roberto le saca nueve años a su mujer. “¡Clara, tienes que ver y escuchar esto! ¡Ven!”. Roberto Zapata, entusiasmado, lleva de la mano a su mujer hasta el estudio. Juan, al ver a Clara entrar, vuelve a tragar saliva. Ha escuchado todos los discos que Clara Zapata ha grabado y, aunque no ha tenido oportunidad de verla tocar en directo, es consciente de que tiene delante de sí a la mejor pianista internacional del momento. Clara le pide que siga tocando. Juan vuelve a comenzar la sonata. Y luego toca un divertido y atrevidísimo Scherzo y otra sonata y otra obra y otra… Pasa una hora y dos y tres. El matrimonio y Juan hablan y se divierten en el estudio como hacía tiempo que no ocurría en esa casa. Finalmente, Roberto Zapata sentencia: “¡No se hable más! Juan, quédate con nosotros el tiempo que necesites. La casa es grande y aunque tenemos a los críos alborotando y correteando por ahí casi todo el día, tenemos una habitación de invitados en el piso de arriba que es muy tranquila, con un piano vertical y una decente biblioteca.”

Pepe tuvo mucha razón al afirmar en el correo a don Roberto Zapata que ese encuentro les cambiaría la vida. Unos pocos días más tarde y tras diez años sin escribir en prensa, Roberto retomará su actividad de escritor para publicar un artículo en el que proclamará a Juan Bara como el mejor compositor de los últimos dos siglos. Las malas lenguas dirán, recordando su bisexualidad y vida de juventud un tanto depravada en las noches de Madrid, que ya está aquí otra vez el Zapata enamorado de otro joven al que exalta a saber tras qué tipo de favores, que más le vale dedicarse a cuidar de sus hijos y dejar de chupar del bote de su mujer. Sin embargo, el tiempo dará tozudamente la razón a Roberto Zapata. Juan Bara será un compositor que dejará para la posteridad las mejores páginas musicales jamás escritas en el siglo XXI. Lo que sí que ninguno de los tres sabe ahora es el tremendo giro que darán sus vidas en apenas tres años. Roberto Zapata intentará suicidarse dentro de unos meses y en 2022, a los 46 años de edad, morirá de una terrible enfermedad tras una larguísima agonía. Pepe, Juan y Clara se lo encontrarán ya muerto en la habitación del hospital. Clara quedará viuda y con hijos; tendrá que luchar en la vida y vivir de lo que siempre supo hacer con genialidad incomparable: tocar el piano. Juan Bara se dejará crecer una profusa barba en cuanto su imberbitud se lo permita eso no ocurrirá hasta pasados los 30 y hará todo lo posible por “agravar” su atiplada voz para sonar más varonil. Juan no se casará ni tendrá hijos, aunque se hará cargo de los hijos de Clara y de Roberto con mucha generosidad; a Clara le unirá una amistad que durará hasta que la muerte los separe. Clara Zapata, catorce años mayor que Juan, morirá en 2061 a los 76 años de edad. Apenas un año más tarde, a los 63 años, Juan Bara morirá de cáncer de hígado. Durante su último año de vida se dedicará a destruir todo aquello que deje rastro de su paso por la tierra. Solo sobrevivirán las mejores de sus obras que le darán fama mundial igual que se la darán, amén de muchísima reputación, en vida. En cuanto a José Joaquín, Pepe, les sobrevivirá diez años más y se convertirá en adalid y difusor de la música de los Zapata y de Bara hasta su muerte en 2072.

Hoy, 10 de noviembre de 2019, mientras los españoles votan en las elecciones generales el destino de España para los próximos cuatro años, Juan, Clara y Roberto, ajenos a ese proceso electoral, ignoran que cuando por la mañana temprano sonó ese ¡din don! electrónico, en realidad era el destino el que estaba llamando a sus puertas.

Michael Thallium

Global & Greatness Coach
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