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Madrid, la Tierra, un violín y el mar

Teatro MonumentalLa foto la saco con el móvil, aunque de mi hombro cuelga la cámara que, como la mayoría de veces, se queda enfundada para recordarme, al regresar a casa, lo absurdo de llevarla, casi de adorno, a dar un paseo por las calles de Madrid y no dejarle abrir el ojo para plasmar lo que los míos ven. El protagonismo se lo quita casi siempre este adminículo fino e inteligente que sirve para hablar en directo o diferido, enviar mensajes, resolver dudas, leer la prensa, ver películas, escuchar música… ah, sí, y también para hacer fotos y vídeos. Es temprano, aunque no tan temprano como cuando me levanté de madrugada para ir a comprar las Figuraciones que a Andrés Trapiello le publican en la prensa cada viernes. Cuando salí de casa, aún era de noche. Crucé el Manzanares por el puente y subí caminando por la calle de Segovia plantándome en el quiosco de Puerta Cerrada a las seis y media, como todos los viernes. Al quiosquero y al negro que lo ayuda debo de parecerles un ser extraño, ese que sólo aparece los viernes a las seis y media de la mañana para comprar el mismo periódico de todas las semanas. Su primera venta del día, mi primera y única compra de un periódico en toda la semana. Leí El último Fausto de Trapiello y busqué un lugar en el que desayunarme sin prisas, porque hoy no trabajo. A esas horas apenas se ve un alma. Callejeé y me metí en una cafetería abierta de madrugada. Me desayuné despaciosamente y reanudé el paseo subiendo por la calle del Arenal hacia la Puerta del Sol. Aproveché para sacar algunas fotos al alba con mi adminículo multiuso. Proseguí hasta la plaza de Jacinto Benavente —por cierto, me pregunto quién leerá hoy al premio Nobel de literatura de 1922—, bajé por Huertas, giré a la derecha en la plaza de Matute y me planté en Antón Martín.

Y es aquí donde saco la foto de marras. Frente a mí, el Teatro Monumental. Apenas son las ocho de la mañana. El sol comienza a clarear los edificios en un cielo que amanece despejado y pronto se apagarán las farolas que han iluminado la noche de Madrid. Caigo en la cuenta de que no hace ni doce horas que salí de ese mismo teatro. Antes, hace años, fue un cine, pero desde 1988 es la sede del Orquesta Sinfónica RTVE. Acudo allí los jueves o viernes para seguir los conciertos de la orquesta. Anoche fue el sexto concierto de la temporada Ecos de la Belle Époque. La semana pasada, había dirigido la orquesta un director invitado; anoche la dirigió su titular, el asturiano Pablo González. A mí Pablo González me parece un muy buen director de orquesta, aunque lo que yo opine poco les importa a las demás personas. También opino que Carlos Pujol es muy buen escritor —un sabio— y, sin embargo, casi nadie lo conoce y menos lee sus libros. A ambos, Carlos y Pablo, los calificaría de excelentes, cada uno en lo suyo. Pablo González tiene un estilo de dirigir elegante. No puedo evitar que su porte me recuerde a Gustav Mahler, aunque más alto y esbelto. Y me imagino que él estará ya harto de que también se lo digan una y otra vez. ¡Qué le vamos a hacer! Uno no es muy original en sus apreciaciones.

En el programa, cuatro compositores, uno español y tres franceses: Jesús Rueda, Ernest Chausson, Maurice Ravel y Claude Debussy. Poco público asistió al concierto, pero muy entusiasta a juzgar por los aplausos. La Tierra del madrileño Jesús Rueda fue la obra que abrió el concierto. El estreno de La Tierra fue en 2007, en Sevilla. Es una obra que completa la serie Los Planetas que el compositor británico Gustav Holst escribió durante la Primera Guerra Mundial, pero armónicamente es muy distinta a todos los planetas de Holst. Escuchándola uno se imagina volcanes, erupciones y lava… Una música trepidante y visual, cinematográfica. Holst no compuso Los Planetas para el cine, aunque muchos años más tarde sí que lo hizo John Williams con su archiconocida banda sonora de La Guerra de las Galaxias, esta sí que armónicamente muy parecida a Los Planetas de Holst. Hay músicas que sugieren imágenes, y otras que, si uno no tira de imágenes mentales propias, resultan difíciles de comprender. En mi personal musicoteca mental, la obra de Rueda está dentro de este segundo grupo.

Svetlin Roussev se unió a la orquesta en Poema para violín Op. 25 de Ernest Chausson y Tzigane de Maurice Ravel. Roussev es un violinista búlgaro y virtuoso. Tocó muy bien, pero me dejó como muchos otros muchos virtuosos que tocan tan virtuosamente como él. El público disfrutó y aplaudió. Roussev lo agradeció con La sonrisa del diablo —no la telenovela mexicana de 1970, sino el Capricho n.º 13 de Paganini.

Tras la pausa llegó El mar de Debussy, obra que inspiró a compositores españoles como Manuel de Falla. Quien escucha el Juego de olas, escucha también —al menos yo— reminiscencias de música española, sobre todo en las melodías del oboe. Me pasa con Debussy algo muy particular: que su mezquindad personal me hizo perder el interés —dicho sea de paso, Ernest Chausson también dejó de hablarle en vida— por su música hace muchos años. Buen debate ese de si al artista ha de juzgársele por su comportamiento o sólo por su obra… La orquesta hizo una interpretación excelente, pero no logré zambullirme en el mar de Debussy.

Ahora que acabo de sacar la foto, esa de la que hablaba al principio, me asalta otro pensamiento. ¿Cuántas personas sabrán que mañana sábado, 29 de enero de 2022 comienza el ciclo de música de cámara que todos los años se celebra en el Monumental? Son conciertos que se celebran todos los sábados a las doce del mediodía. Hace dos años que no he vuelto. Cuando los descubrí hace seis o siete años años eran gratuitos y me llamó la atención que casi no se publicitaran y que tuvieran tan poco público. Eso me dejó perplejo. Me cuesta entender cómo una entidad que pertenece a un medio de comunicación nacional como es la Radio Televisión Española, no haga por que esa información le llegue a la gente de la calle. No lo comprendo. Pero, bueno, tampoco comprendo cómo la gente no lee más a Carlos Pujol al igual que el quiosquero no comprenderá por qué un ser extraño aparece todos los viernes a las seis y media de la mañana y le compra el periódico.

Michael Thallium

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