Murió solo. Eso dicen en algunos libros. Y yo ni siquiera supe de su existencia hasta hace apenas un par de semanas. Lo descubrí en Lecturas españolas de otro casi olvidado: José Martínez Ruiz, Azorín. Me llamó la atención que un hombre que había estado en tantos lugares de Europa y tratado con tantas personas, aristócratas y artistas, y en varios distintos idiomas, decía, me llamó la atención que muriera solo en una buhardilla de un pueblo oscense con castillo. Ni siquiera era suya la buhardilla. Dicen que allí lo acogió, por caridad, el sastre del pueblo. Murió viejo, pobre y olvidado. Tenía 86 años. A su entierro sólo acudieron dos personas: un tal Francisco Abadía, de oficio enterrador, y un tratante de nombre Juan Ric. Entrambos, uno por deber de oficio y el otro por caridad, portaron una humildísima caja de madera para enterrarla en camposanto, sin marca, a pobre. Era un lunes 4 de diciembre. Podemos imaginarnos que haría frío, mucho frío. Seguramente que el suelo estaría cubierto de nieve. Sólo la tierra removida anunciaría que allí yacía un literato. Al marchar los dos últimos acompañantes, el silencio sería el único compañero del ilustre caballero que había muerto un día antes en la buhardilla del sastre. Poco a poco, la nieve lo iría cubriendo todo. Y del silencio, el olvido. Esto ocurrió hace ya 174 años, en el Año de las Revoluciones. Muchos años mas tarde, vendría Azorín a recordárnoslo. Y más de un siglo después, otro aragonés olvidado, Ildefonso Manuel Gil, escribiría Vida de don José Mor de Fuentes.
¿Quién leerá hoy el Bosquejillo de Mor de Fuentes? ¿Quién recordará sus poemas, sus sainetes y comedias? ¿Encontrará alguien alguna vez la música de la zarzuela, La presumida, que escribió? A nosotros, moradores del orbe del siglo XXI, sólo nos queda estar avisados de que, a lo sumo, lo que duren nuestras vidas será memorado en una entrada de Wikipedia con un texto entre dos fechas. ¡Letras y números para el recuerdo imperfectísimo de lo que fuiste! Vive, pues, morador, con intensidad tu existencia y disfruta la mucha o poca dicha que compartas con quienes amas. Y aún así, jamás sabrás si alguien en tus últimos días te acogerá en su buhardilla o si sonarán las campanas cuando apenas el silencio dé paso al olvido.
Michael Thallium
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