Del amor propio emana el valor propio, es decir, el valor que uno se da a sí mismo, que muy probablemente no coincida con el que los demás le den a uno. Ese que a uno le dan los demás queda a merced del capricho ajeno; el propio, si surge de un sincero ejercicio crítico, es el que verdaderamente cuenta. Y cuando ese valor propio no es apreciado en equivalente medida por los demás, a uno no le queda más remedio que buscar otros lugares con otras gentes que valoren quién uno es y lo que hace. La alternativa es conformarse con la infravaloración a saber por qué ocultas conveniencias.
Michael Thallium
Etimogogia en acción
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