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Un Réquiem de Verdi conmovedor y una sublime Miren Urbieta-Vega

OCRTVE Requiem Verdi

Giuseppe Verdi (1813-1901) compuso la Misa de Réquiem cuando tenía 60 años. Se estrenó en Milán, bajo su dirección, el 22 de mayo de 1874, justo un año después de la muerte del poeta Alessandro Manzoni, a quien Verdi dedicó la obra. De hecho, el nombre completo en italiano es Messa da requiem per l’anniversario della morte di Manzoni. Está dividida en siete movimientos de distinta duración: Requiem y Kyrie, Dies Irae, Domine Jesu, Sanctus, Agnus Dei, Lux aeterna y Libera me. La mayor carga dramática se concentra en el inmenso Dies Irae, el día de la ira, aunque el Libera me final es impresionante.

Esta es la obra que anoche pudimos escuchar en el Teatro Monumental. La Orquesta Sinfónica y Coro RTVE (OCRTVE) volvieron a lucirse, especialmente el coro, que arriesgó en la interpretación y logró unas sonoridades bellísimas, sobre todo en los pianissimi y en esas partes susurrantes. Ese lucimiento deslumbrante y emocionante no hubiera sido posible sin el canto extraordinario de los cuatro solistas: Miren Urbieta-Vega (soprano), Nancy Fabiola Herrera (mezzosoprano), Antonio Poli (tenor) y Tadas Girininkas (bajo). Todos ellos estuvieron fantásticamente dirigidos por Pablo González, cuya titularidad en la orquesta termina esta temporada. Aún podremos verlo dirigir en dos ocasiones más. No se pierdan el último concierto de temporada: nada más y nada menos que la Sinfonía n.º 2 de Gustav Mahler.

Una particularidad de la interpretación de anoche fue la colocación de trompetas en el segundo anfiteatro, alejados de la orquesta. Eso produjo un efecto sonoro envolvedor en la fanfarria justo antes del Tuba mirum del Dies Irae con el coro. Igualmente interesante fue el desplazamiento de la soprano Miren Urbieta-Vega hacia la zona del coro para cantar ese dramático y recogido Libera me final. Por cierto, lo de Miren Urbieta-Vega anoche fue sublime. A uno le sabe mal elogiar a uno de los solistas, porque parece desmerecer a los demás. No es el caso. La mezzo Nancy Fabiola Herrera estuvo estupenda en el Liber scriptus y en todas sus otras intervenciones; el tenor Antonio Poli sorprendió por su potencia vocal —había estado enfermo— en el Ingemisco; fabuloso estuvo el bajo Tadas Girininkas —que sustituyó a Kostas Smoriginas—, sobre todo en el Confutatis. Juntos en todas las combinaciones de voz estuvieron excepcionales. Dicho esto, uno ha de añadir que hay algo especial en la voz de la soprano Miren Urbieta-Vega: su potencia, su proyección, su timbre… En cuanto abre la boca para cantar la primera nota, su bella voz penetra hasta allí donde residen las emociones. La interpretación que hizo del Libera me con el coro y la orquesta fue conmovedora. Otro momento estelar fue la Lacrymosa con los cuatro solistas y el coro. Hermosísima ejecución.

La orquesta mostró todo su pulmón en el estribillo del Dies Irae con esos acordes fortísimos y secos: la ira personificada. Quizás los metales sonaron un poco fuertes en los pasajes pianissimi. Ya hemos dicho que el coro logró sonoridades bellísimas. Mostró potencia, delicadeza, lirismo. Estupendo fue el Sanctus y sublime el Libera me final con Miren Urbieta-Vega, que terminó en un solemne susurro, un momento de recogimiento y silencio del que surgió un tímido aplauso que terminó en ovación y con parte del público en pie.

Michael Thallium

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