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Otra carta ficticia de amor

Colores2A veces uno es testigo accidental de historias personales cuyo final ignora. Me gusta rebuscar en los montones de papeles llenos de polvo que algunas veces encuentro en librerías de viejo, almacenes o trasteros de tiendas antiguas de pueblo. Es como jugar a la ruleta: apuesto a un número sin saber si me tocará el premio. Cuando toca, encuentro joyas como esta de una mujer que le escribió una carta a un hombre. Está sin firmar, por lo cual ignoro su nombre. Y siempre me asaltan esas mismas preguntas: ¿quién será?, ¿qué fue de ella?, qué habrá sido de ellos?

Y llegó el día, Salvador, que quizás hubieras deseado que jamás llegara, ese día en que te escribo una carta como tantas otras que he escrito en mi vida sin éxito alguno. La notable diferencia con esta respecto de las anteriores es que te llega desnuda de florituras retóricas y palabras rebuscadas de una mujer aspirante a escritora. La pretendo sencilla, como me gustaría que fuera mi relación contigo: sencilla. La sencillez no está exenta de profundidad. Y no hay nada más sencillo que remontarme al día en que te conocí, porque las palabras que le dije a Emilio cuando subíamos por la calle de La Nada, hace ya cinco años, lo dicen todo de un modo muy sencillo: «¡Mira que hombre más guapo! Me gusta. Voy a decirle algo». Allí estabas tú, con unos puntos en la barbilla — porque te habías caído de la motocicleta— liándote un pitillo. Luego resultó que eras artista y que aparte de guapo eras inteligente y talentoso. El tiempo pasó y a cada uno de nosotros nos llevó por senderos sentimentales distintos hasta hoy.

Hay muchas cosas de ti que ignoro como tantas otras habrá de mí que tú ignoras. Pero hay varias cosas que sí tengo claras. La primera es que contigo me encantaría conjugar el verbo ‘descubrir’ en todos sus tiempos. Ciertamente, no conozco ese lado oscuro del que en alguna ocasión me has hablado, pero no me asusta, porque allí donde hay oscuridad, siempre hay un modo de encender la luz —y si hace falta, se hace un buen cableado para que llegue la corriente eléctrica o me pongo a fabricar cirios y encender mechas. Es verdad que también hay cosas de tu arte que no comprendo, pero precisamente eso despierta mi curiosidad, porque si lo que haces te apasiona tanto, me gustaría descubrir el motivo… Otra de las cosas que tengo claras es que tu situación personal actualmente es buena —¡vamos, que estás en racha!— y eso hace que, probablemente, lo que más te apetezca sea estar solo y disfrutar de tu vida sin una mujer al lado que te desestabilice. ¡Muy comprensible! Por mi parte, ahora yo estoy en una situación muy poco favorable, pero tengo claro que si hay un hombre con quien me apetecería tener una relación de pareja ese hombre eres tú. Primero, porque eres «normal»… bueno, vale, siendo artista muy normal no eres, pero me refiero a que, dado mi currículo sentimental (con unos cuantos «locos» en mi haber), no eres un desequilibrado mental (léase con un sonrisa, porque si no, te aseguro que no tiene ni puñetera gracia); segundo, porque te admiro; tercero, porque me inspiras amor. Podría seguir enumerando razones…

Por otro lado, sé que quizás tengamos un concepto de familia distinto porque, como me has dicho varias veces, la «familia» ha sido un foco de conflicto para ti. En mi caso, todo lo contrario: he tenido esa suerte. Sin embargo, comprendo que esa palabra te dé repelús… Ahora viene la frase que, probablemente, te haga poner pies en polvorosa —¡pies pa qué os quiero!: me encantaría que fueras mi familia, me refiero a ese sentimiento de hogar, de ese lugar que compartes con alguien a quien no temes enseñar tus «mierdecillas», con quien puedes sentirte vulnerable y saber que no te falla aún siendo falible.

…Acabo de releer lo escrito y me he dado cuenta de que se parece poco a lo que tenía ideado en un principio, pero como así me ha salido, así se queda. Si es un «churro», Salvador, tómatelo con chocolate para que sea más dulce al menos. Paro aquí, como ves, abruptamente…

Michael Thallium

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Un café con Katarina Gurska

Katarina GurskaEste es el vídeo editado del “café virtual” que me tomé con Katarina Gurska, mujer emprendedora donde las haya. Katarina nació en Eslovaquia y cuando terminó sus estudios musicales en Bratislava, decidió viajar a España a comienzos de los años 80. En España lleva ya 40 años viviendo y ella misma se considera española. Tras una carrera como pianista, decidió dedicarse a lo que quizás más le gustaba: la enseñanza musical. Montó una pequeña escuela de música que, poco a poco, fue creciendo. Al cabo de los años, Katarina abrió el Centro Superior Katarina Gurska en el n.º 181 de la Calle de Santa Engracia de Madrid, un centro de enseñanza que se ha convertido en lugar de referencia internacional. Katarina es una mujer para quien la toma de decisiones es algo habitual, esencial y probablemente ella así también lo apostillaría vital.

Durante nuestra conversación, charlamos sobre sus comienzos en Eslovaquia, sobre su particular “volver a empezar” en España, sobre cómo poco a poco fue construyendo un proyecto pedagógico que la ha llevado también a desarrollar otros proyectos internacionales como, por ejemplo, el Dar Smile Music Festival, en Tanzania, con el fin de recaudar fondos para ayudar a la higiene bucal en los territorios de la jungla.

Un café con Katarina Gurska

Aquí la lista de los 10 anteriores cafés de la serie “Un café con…”

  1. Un café con Marco Antonio García de Paz
  2. Un café con Arturo Reverter
  3. Un café con Iñaki Alberdi
  4. Un café con Robert Hugill (en inglés)
  5. Un café con Joel Frederiksen (en inglés)
  6. Un café con Cristóbal Soler
  7. Un café con Andreea Butucariu
  8. Un café con Bruce Dickey (en inglés)
  9. Un café con Mei-Ann Chen (en inglés)
  10. Un café con Hugo Sanches (en inglés)

Mi intención con estos “cafés virtuales” es que la gente conozca un poco más a la persona con quien comparto estas conversaciones de café.

Michael Thallium

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Una carta ficticia de amor verdadero

Pentágono 2La vida está plagada de ficciones. Hace algunos años, recogí de entre los papeles tirados en un contenedor una carta que, a la vista del contenido, fue escrita por una mujer cuyo nombre ignoro. Las preguntas que me asaltan cuando en alguna ocasión la he releído son siempre las mismas: ¿quién será? y ¿qué fue de ella? Desconozco cuál habrá podido ser el desenlace de una historia de amor que puedo colegir por lo que en esta carta se dice:

Para Adrián, como el mar.

La vida es proyecto. Eso lo decía Julian Marías, el filósofo que tanto le gustaba a tu madre. Los seres humanos desembocamos en la muerte y uno no puede llevarse riquezas ni honores, pero sí que se lleva aquello que ha querido ser o no ha podido ser. Por eso no hay razón para dejar de proyectar. Atendiendo a ese “querer ser”, te escribo esta carta, y también porque considero cobarde esperar al fin de los días para decir todo eso que una no se atreve a decir cuando por delante le queda toda la vida; tampoco es valiente decirlo, sino llevarlo a cabo con todas las consecuencias. Quizás, Adrián, te haya otorgado yo, sin tú quererlo, la calidad de compañero del “pensar en alto”. Créeme que si pienso en alto, lo hago con todo respeto hacia ti y hacia las personas que son importantes en tu vida.

Soy consciente de tu situación. Muy probablemente no te diría nada de lo que voy a decirte si tus circunstancias fueran otras. Sé que tu prioridad en la vida es Carlitos y que actualmente has de resolver tu relación con Alejandra, una mujer que, después de tu madre, seguramente sea la más importante en tu vida. Y deseo que todo se resuelva del mejor modo posible para vosotros tres. Sé que también tu cabeza y, probablemente, tus sentimientos e, incluso, instintos están en otra mujer: Alba. Sé, igualmente, que en tu vida tienes otras muchas prioridades. Así que, contextualizada, retomo la primera frase que dije al principio de este párrafo: soy consciente de tu situación.

Si el deber de no callar la verdad es tan sagrado para el filósofo como lo es el silencio para el confesor, el médico o el abogado, yo, que no soy ni médica ni confesora ni abogada, me siento con el deber de decir la verdad que en estos momentos soy capaz de discernir. No son necesarias las explicaciones, pero sí quiero que sepas que si se diera la situación en que tú y yo pudiéramos estar juntos, yo la aprovecharía con todo lo que ello conllevara. Hablo exclusivamente de mí, a sabiendas de que no tengo por qué ser correspondida. Callarlo ahora sería faltar a la verdad conmigo misma. Cuando llegue la hora de marcharme de este mundo, quiero llevarme aquello que he querido ser.

Ojalá que te fuera bien con Alejandra y que pudieras mantener tu familia. Si eso no puede ser así, ojalá que te fuera bien con Alba. Pero si eso tampoco puede ser, ojalá que yo llegue a ese punto contigo en que dos seres, en este caso un hombre y una mujer, a pesar de su insignificancia, se sienten “un solo ser” en ese vasto Universo que les rodea y cuya magnitud apenas pueden siquiera vislumbrar. A eso es lo que llamo vivir una historia de amor. A mis 46 años, sé también que, por una mera cuestión biológica, ese amor probablemente no dure lo que hubiera podido durar hace 20 años, pero también sé que si hubiera ocurrido hace 20 años, tampoco eso hubiese sido garantía de perdurabilidad. La vida está llena de contratiempos y una sabe cómo empiezan las cosas, desea cómo le gustaría que acaben, pero ignora cuál es su verdadero final.

Una relación es cosa de dos y yo solo puedo hablar por mí. Eso es en definitiva lo que estoy haciendo: ser coherente conmigo misma. Es, en el fondo, un acto egoísta… Eres una persona íntegra, con muchas cualidades que admiro y me resultas un hombre muy atractivo. Tu atractivo está ligado a todas esas cualidades, es un “atractivo integral”: lo que me atrae es el conjunto de tu ser. Si fuera cocinera y castiza, te diría que eres como el cerdo, del cual me gustan hasta los andares. Sin embargo, dado tu vegetarianismo incipiente, amén de lo inapropiado de la comparación y de que no soy ni cocinera ni castiza, pues entonces lo dejaré en que eres “rico, rico” como un… ¡melón! (Vale, ¡las comparaciones no son lo mío!). En honor a la verdad, tampoco sé qué ven los cocineros en los andares del cerdo, por otro lado, nada donosos…

Te lo dije en una de las últimas conversaciones que mantuvimos y lo repito ahora: solo aspiro a estar a la altura de las circunstancias, sean éstas cuales sean. Eres conocedor de mis querencias “intelectosentimentales”. Por otro lado, no puedo dejar de decirte, con un poco de rubor —para qué negarlo—, que nada me gustaría más que abrazarte y mirarte a los ojos para poder decir “te quiero” mientras sonríes, porque no te lo he dicho, pero me gusta mucho cuando sonríes. Sin embargo, sé que no basta con desear algo, porque luego interviene el devenir del día a día que conduce a las personas por vericuetos insospechados, deseados o indeseados.

Dicho lo dicho, me conformo con que esta confesión a medias sirva al menos para que al final de tus días me encuentre yo entre esas personas que sumaron, que te ayudaron en la vida a conformar aquello que quisiste ser, porque eso será lo que te llevarás… Y, entonces, algo de mí se irá contigo.

¿Se quedaría Adrián con Alejandra? ¿Será Carlitos su hijo? ¿Qué relación había entre Adrián y Alba? Y lo más importante, ¿qué habrá sido de la mujer que se declaró en esta carta?

Michael Thallium

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Los barcos flotan, los aviones vuelan y los libros se olvidan

Que los barcos flotan y los aviones vuelan está claro. Sin embargo, siempre me ha resultado más fácil asimilar que 100 toneladas de hierro se eleven y surquen los cielos a que una masa de 200.000 toneladas no se hunda y quede sepultada en el fondo de los mares. Y eso que los aviones solo tienen poco más de un siglo de historia. ¡Ay, la Física! Hete ahí los frutos del conocimiento.

Y, a propósito del conocimiento… Creo estar asistiendo en los últimos 25 años a la volatilización progresiva de un recurso que ha sido importantísimo en Occidente: la autoridad intelectual. Ya decía Julián Marías hace muchos —es que parece que el tiempo no pasa, pero sí que pasa y algunas cosas siguen igual— que «en un mundo lleno de dificultad y de incertidumbre, donde no se sabe qué hacer ni qué se puede esperar», tanto europeos como estadounidenses esperamos una voz que nos oriente para saber a qué atenernos en toda esta provisionalidad que adquiere la vida sin «argumentos». Y me da la impresión de que ya ni siquiera la esperamos, porque quizás tampoco se la eche de menos. No es que falten intelectuales: falta autoridad intelectual, autoridad moral.

Probablemente esa autoridad intelectual se restablecerá cuando se ejerza para resolver los problemas actuales y no para ofrecer soluciones del pasado y, por tanto, ficticias. Volveremos a confiar en la inteligencia en cuanto la veamos aplicarse a la faena de dar razón de las cosas.

Y es en esa tarea ardua de dar razón de las cosas que he querido comprender el presente de España rebuscando en el pasado del siglo XIX y la primera mitad del XX, lo cual me llevó a la lectura de varios libros que recomiendo. Tirar de las palabras como se tira de un hilo para destramar la tela es una acción imposible: ni las palabras son hilo ni el texto es un tejido. Así pues, despalabrando, desrenglonando los párrafos, descubro memorias de otros siglos, de otros nombres que escribieron y me llevaron a otros nombres que la usura del tiempo ha desmemoriado de las mentes de quienes les sobrevivimos.

Entre esos nombres que encontré despalabrando y desrenglonando textos, di con el de Matilde Ras hace un par de meses. Toda una sorpresa para mí. Matilde Ras es una grandísima escritora a quien la ignorancia ha mantenido olvidada literariamente durante demasiados años. A sus Cuentos de la Gran Guerra (1915) añado su Diario escrito entre 1941 y 1943 en Portugal, una narración autobiográfica que, como muy bien prologa José Luis García Martín, está llena de puertas por las que entrar y salir, con un pie en la literatura y otro en la intrahistoria, de ventanas que se abren a la intimidad y al mundo. Una pequeña obra maestra de la literatura autobiográfica y una deliciosa lectura. Ambos libros están publicados por la editorial Renacimiento y editados por María Jesús Fraga.

Matilde Ras libros

En mi búsqueda de comprensión histórica de España, terminé leyendo La España del siglo XIX, 1808-1898 (Espasa Calpe) de Vicente Palacio Atard. «Con la concordia crecen las cosas pequeñas; con la discordia se destruyen las más grandes». Así terminaba un discurso en 2009 el ya nonagenario Vicente Palacio Atard haciendo alusión a Tácito “El Viejo”. Y esas palabras reflejan el espíritu con que este ilustre historiador escribió el mejor libro de historia sobre la España del siglo XIX que conozco —y sí, habrá muchos que no conozco. Actualmente, lamentablemente, el libro solo se encuentra en librerías de viejo o en algunas bibliotecas. Resumo con las propias palabras del profesor Palacio Atard la pretensión de este fabuloso libro de historia, muy bien escrito, por cierto:

«Si mis páginas, escritas al hilo de la ciencia que los historiadores españoles de las últimas décadas han hecho posible, fueran ‘el espejo del cambio’, del panorama cambiante hacia la España del siglo XX que se opera en la centuria anterior, me daría por contento.

Permitidme que esa pretensión vaya unida a mi último y más cordial deseo: que el estudio de ese ‘cambio’, con sus posibilidades, éxitos y frustraciones, sirva de aliciente para nuestro quehacer de españoles de hoy en fraterna y plural convivencia. Con este libro quisiera avivar el espíritu de concordia por el diálogo a través de nuestra historia.»

Cuando uno se pone a estudiar los hechos de la historia, corre el riesgo de caer en el anacronismo. Sirva de muestra un botón. Al hablar de la Constitución española de 1812, conocida popularmente como «La Pepa», tendemos a idealizar la situación y verla desde nuestra perspectiva moderna y, por ende, equivocada. Por eso, cuando me encuentro con textos tan ilustrativos como el del profesor Vicente Palacio Atard, no puedo más que disfrutar de la luz que ilumina mi ignorancia respecto a quienes fueron los creadores de esa constitución:

«Noventa y siete eclesiásticos, de los que solo cinco obispos, prevaleciendo entre los eclesiásticos los miembros del alto y medio clero secular.
Setenta abogados, 55 funcionarios públicos y 16 catedráticos universitarios. Además, 4 escritores y dos médicos. Osea, unos 137 hombres de las profesiones liberales y la función pública.
Treinta y siete militares (¿aristócratas?), 8 nobles titulados, y 9 marinos; en total, 56 miembros de este grupo que podemos considerar aristocrático, si bien haremos luego alguna reserva sobre la identificación de los militares en el mismo.
Quince propietarios y 5 comerciantes.
Destaca, pues, el alto número de eclesiásticos, el predominante grupo de funcionarios y abogados, el escaso número de representantes de la burguesía comercial. En esta clasificación no aparece tanto un denominador común y diferenciador de clase económica, como de base educativa. De esta relación de diputados no se deduce que la Constitución de Cádiz deba definirse como la obra de ‘las clases medias’, sino de las ‘clases instruidas’. En efecto, se trata de eclesiásticos de alto nivel de instrucción, de abogados y funcionarios elevados, catedráticos, intelectuales y militares, sector social este último más calificado por su grado de instrucción que por su condición supuestamente aristocrática.
Se trata, pues, de una ‘minoría instruida’ que no opera según un consenso popular, sino según unos ‘estímulos constituyentes’ compartidos por casi toda la clase política: la necesidad de una reforma institucional, aunque sobre las directrices concretas y el alcance de tal reforma se manifiesten pareceres discrepantes. El pueblo en general de toda España, no politizado, no instruido, no presta su consenso a la obra de Cádiz. La clase media ’silenciosa’ tampoco participa en la acción política de Cádiz, ni la respalda.
¿Es admisible, pues, atribuir a las ‘clases medias’ el protagonismo de la Revolución política gaditana? Con razón Esther Martínez Quinteiro al referirse a estas ‘clases medias’ opina que ‘hablar mucho de algo no sólo heterogéneo, sino poco aprehensible’ es poco convincente.»

Vicente Palacio Atard - La España del siglo XIX

Seguramente que mi olvidadiza memoria sólo se quede con lo anecdótico de este libro, pues fue leyéndolo que me dio por buscar la palabra ‘pecina’, que es una sustancia tóxica, un cieno negro que se forma en los charcos, estanques y cauces donde hay materia en descomposición. Castrillo de Duero es un pueblo de la actual provincia de Valladolid (en el siglo XIX pertenecía a la provincia de Burgos) por el que pasa el arroyo Botijas. En su época, este arroyo se caracterizaba por tener mucha pecina y a los habitantes del pueblo se les apodaba ‘empecinados’, haciendo alusión a la pecina y la pez. Es decir, el mote iba asociado a lo tóxico. Resulta que allí nació en 1775 un tal Juan Martín Díez que años más tarde se convertiría en un héroe de la Guerra de la Independencia. Fue conocido como «El Empecinado». Lo curioso es que sus hazañas en la guerrilla, hicieron que la palabra ‘empecinado’ cambiase su significado. De hecho, aludiendo al carácter de Juan Martín, el verbo ‘empecinarse’ actualmente significa ‘mantenerse excesivamente firme en una idea, intención u opinión, generalmente poco acertada, sin tener en cuenta otra posibilidad’. ¡Nada que ver con la pecina del arroyo Botijas!

Para complementar esta lectura, encontré una jugosa selección de artículos sobre la República y la Guerra Civil españolas escritos por el también injustamente olvidado Fernando Ortiz Echagüe. Nacido en La Rioja en 1891, con 17 años se marchó a la Argentina. Allí se hizo periodista del diario La Nación y obtuvo la nacionalidad argentina. En 1918, el periódico lo envió a Europa como corresponsal. Vivió en París durante 22 años y viajó por toda Europa para escribir sus artículos de prensa. En 1940, con la invasión alemana de Francia, marchó como corresponsal de La Nación a Nueva York. Terminada la guerra, regresó a Europa y murió en extrañas circunstancias en Paris a los 54 años (oficialmente suicidio; aunque la familia jamás creyó esa versión), en 1946. Ejerciendo de periodista en Europa, entre 1931 y 1939, envió a Argentina las crónicas de la República y de la Guerra Civil españolas. Este libro, editado por el historiador Luis Sala González y publicado en la editorial Renacimiento, recoge las impresiones de políticos, literatos, intelectuales y artistas de ese periodo histórico tan poco conocido para muchos de los españoles del siglo XXI desnortados ante el presente que les ha tocado vivir.

Fernando Ortiz Echagüe - Cronicas de la República y Guerra Civil

Confiemos en que los aviones sigan surcando los cielos y en que los barcos sigan a flote. ¡Que la Física lo permita y que algunos libros no se olviden!

Michael Thallium

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De filfas, víctimas y victimarios

Recapitulando lo que ha sido mi vida hasta la fecha en que escribo estas palabras, me doy cuenta, con cierto pasmo, que de muy poco o de nada han servido todos esos viajes que hice por el mundo. Todas las lecturas y libros solo han servido, stricto sensu, para saciar cierto afán mío, aún insatisfecho, por conocer, discernir y comprender. Ante tanta filfa que menudea en los medios de comunicación, tampoco hoy me sirven de mucho los idiomas que hablo ni cierta habilidad para expresarme por escrito. Reconozco que me falta información para siquiera tener una opinión fundada al respecto de lo que acontece en el mundo que me rodea. Sin embargo, mi instinto, mi intuición, encienden el piloto de alarma que me advierte de que las cosas no cuadran. Huele a filfa de patulea y me quedo con la inquietante sensación de que lo que prevalece es la opinión de la gente de tralla y basto.

Últimamente se homenajea a las “víctimas” del coronavirus, pero ¿quién o quiénes son los “victimarios”? Porque, supongo, que quien hable de víctimas, habrá de buscar victimarios. Actualmente utilizamos la palabra ‘víctima’ con la ligereza propia de quien no encuentra una palabra mejor, quizás por ignorancia, en un vocabulario cada vez más empobrecido. Somos víctimas del cáncer, víctimas del tabaco, víctimas del paro, víctimas del capitalismo, víctimas del comunismo, víctimas del imperialismo, víctimas del machismo… ¡Da igual de qué! El caso es ser víctima… y jugar a repartir culpa eludiendo la responsabilidad individual.

Discernir la verdad entre tantas filfas, víctimas y victimarios me resulta en estos momentos imposible. No me queda más que confiar en el instinto, en la primitiva intuición, a la espera de poder formular algún día una opinión que tenga un mínimo de fundamento.

Michael Thallium

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Un café con Jennifer Higdon

La compositora estadounidense Jennifer Higdon, aparte de ser muy prolífica, es uno de los referentes dentro del mundo de la composición actual. Hace ya un par de meses que comencé la serie “Un café con…” del proyecto Música sin cuarentena. Uno de estos cafés virtuales lo tuve con Jennifer. El vídeo entero (en inglés) de este café se puede ver aquí: A coffee with Jennifer Higdon. Durante este café virtual ocurrieron toda clase de problemas técnicos que, en otras circunstancias, probablemente habrían dado al traste con la entrevista. Sin embargo, la amabilidad y paciencia de Jennifer Higdon hicieron que pudiésemos improvisar y convertir ese café en uno de los más memorables. Como el vídeo de nuestra entrevista dura una hora, he subtitulado en español un extracto de dos minutos y medio para aquellas personas que no comprendan el inglés. Uno de los momentos que más me gustan de estos cafés virtuales es aquel en el que pido al invitado que deje un mensaje para las generaciones futuras. Este fue el mensaje de Jennifer:

Jennifer Higdon, un mensaje para el futuro

Para ver los anteriores cafés: 10 cafés musicales para el recuerdo.

Michael Thallium

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10 cafés musicales para el recuerdo

Un café con generalEn buena parte de países del mundo, el número 10 tiene un significado especial y suele utilizarse para conmemorar acontecimientos, fechas señaladas o lo que uno tenga a bien celebrar. En mi caso, cuando empezó la aventura de Música sin cuarentena (Music Without Quarantine) hace cuatro meses, jamás hubiera pensado que la andadura me llevase tan lejos. Diez fueron también los conciertos que dimos durante el confinamiento de 2020 en Música sin cuarentena. Durante aquellos meses en los que participaron más de 30 músicos de 12 países distintos, esos recitales digitales en directo que ofrecimos trajeron alegría y esperanza a muchas personas que se conectaban todas las semanas, los miércoles a las 19:00 CET. A todos ellos, músicos y público, gracias. La aventura de Música sin cuarentena no hubiera sido posible sin el entusiasmo y empeño del violinista Mikhail Pochekin, a quien siempre estaré agradecido por ello.

Más tarde, cuando la serie de conciertos semanales terminaron, comenzamos con una serie de “cafés virtuales” pertenecientes a la serie de entrevistas “Un café con…”. Tampoco nadie hubiera dicho que llegaríamos hasta este punto. Por aquí han pasado hasta la fecha 10 personalidades del mundo de la música: el maestro de coro y director de orquesta Marco Antonio García de Paz, el crítico musical Arturo Reverter, el acordeonista Iñaki Alberdi, el compositor y crítico musical Robert Hugill, el cantante bajo y laudista Joel Frederiksen, el director de orquesta Cristóbal Soler, la agente artística Andreea Butucariu, el musicólogo y cornetista Bruce Dickey, la directora de orquesta Mei-Ann Chen y Hugo Sanches, musicólogo y director del conjunto O bando de surunyo. A todos ellos les expreso mi más sincero agradecimiento, porque de todos ellos he aprendido algo y, sobre todo, porque he disfrutado mucho nuestras conversaciones de café.

Aquí la lista de los 10 primeros cafés de la serie “Un café con…”

  1. Un café con Marco Antonio García de Paz
  2. Un café con Arturo Reverter
  3. Un café con Iñaki Alberdi
  4. Un café con Robert Hugill (en inglés)
  5. Un café con Joel Frederiksen (en inglés)
  6. Un café con Cristóbal Soler
  7. Un café con Andreea Butucariu
  8. Un café con Bruce Dickey (en inglés)
  9. Un café con Mei-Ann Chen (en inglés)
  10. Un café con Hugo Sanches (en inglés)

Ignoro por cuánto tiempo más seguirán estos aromáticos “cafés virtuales”. Y tampoco sé hasta dónde llegaré con esta aventura. Mi intención es hablar de música y dar a conocer a los artistas de un modo más desenfadado, aunque no por ello menos riguroso. Supongo que llegaré a los confines hasta los cuales me lleven esa intención mía y el cariño de quienes me apoyen en el camino…

Michael Thallium

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(English) A coffee with Hugo Sanches

Disculpa, pero esta entrada está disponible sólo en English.

(English) A Coffee With Mei-Ann Chen

Disculpa, pero esta entrada está disponible sólo en English.

(English) A Coffee With Bruce Dickey

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