Tengo el cuarteto de cuerda n.º 36 en si bemol mayor de Joseph Haydn metido en un iPod shuffle, un aparatito diminuto en el que se puede almacenar mucha música y que se puso de moda a comienzos del siglo XXI en muchos países del mundo. Nadie le hubiera dicho a Haydn que dos siglos más tarde de su muerte alguien escucharía su música mientras camina, corre o hace otras tareas y, encima, sin importunar a otras personas, pues gracias a otra invención del siglo XX, los auriculares, uno puede meterse literalmente en los oídos cualquier música sin necesidad de acudir a una sala de concierto ni tener a los músicos delante. ¡Haydn se quedaría atónito! Aunque no sé si se quedaría aún más atónito si hubiese sabido que después de muerto y enterrado alguien le cortaría la cabeza y que esta estaría dando vueltas por ahí durante 145 años hasta volver a unirse a su cuerpo… Mientras escribo estas palabras, escucho el susodicho cuarteto y, en cola, me espera la sonata n.º 16 para piano de Franz Schubert.
Si uno se para a pensarlo, el “poder” que una persona puede almacenar en un aparato diminuto es inmenso, aunque no somos conscientes de ello, quizás porque no damos a la música la importancia que tiene. El número de canciones y cantidad de música que uno puede acumular en esos aparatitos supera con creces a la cantidad y variedad de música que una persona de hace 100 años pudiera escuchar en toda una vida. Por eso he utilizado la palabra “poder”, porque no es solo música -entendida esta como canciones- lo que uno puede tener con tan solo pulsar un botoncito, sino cualquier tipo de registro sonoro, lo cual incluye la voz, relatos… en definitiva, conocimiento.
Ahora bien, almacenar conocimiento, tenerlo, sirve de bien poco si uno no lo sazona con sabiduría. Y, para mí, la sabiduría va acompañada de la escucha, de la observación. Llevo dedicando ya unos cuantos años a entrenarme en la escucha, pues creo firmemente que la escucha de música me hace escuchar mejor a las personas. Dicho de otro modo, el entrenamiento musical del oído -no hablo de ser un músico profesional- me sirve para “leer” a las personas más fácilmente.
Sin embargo, no basta con saberse mejor escuchador de personas, porque, ciertamente. de poco sirve saber que “escuchas” bien a los demás si los demás no se sienten escuchados. Y es que puede darse la situación -a mí se me ha dado con frecuencia- en que “escuches” -leas- a una persona muy bien, pero que esta no se sienta escuchada. Es aquí donde entra en juego la empatía. En resumidas cuentas, no basta con ser buen escuchador, sino que tienes que parecerlo, escuchar para que los demás se sientan escuchados…
Por eso, todo ese “poder” que almacenamos en diminutos aparatos electrónicos, todo ese poder que almacenamos en nuestras mentes, sirve de muy poco sin el discernimiento, sin la observación, sin la escucha empática, sin la aplicación sabia y serena del conocimiento.
Michael Thallium
Global & Greatness Coach
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