(Artículo escrito el 13 de septiembre de 2004… Es como si para algunas cosas el tiempo no transcurriera)
Quizás se me pueda acusar de escamón, pero es que tal y como veo algunas cosas, no es para menos. Desde el gobierno se dice y se desdice, se anuncia y se renuncia. Las emisoras de radio, las de televisión están plagadas –y digo bien, porque se trata de una plaga de personajes sin reputación que ni saben hablar ni dejan hablar, ni escuchan ni dejan escuchar. Ya no me refiero a lo moral –allá cada cual con su conciencia sino a lo lingüístico. Da igual que sean periodistas o no periodistas, a todos les corresponde el mismo saco: el de los zopencos. Lo digo porque parece que piensan con los pies o que tienen el entendimiento torcido.
Desde los lugares donde se toman las decisiones no se pone coto a esta situación de maltrato a nuestra lengua. Claro es, hacerlo parece que sería ir en contra de la libertad de expresión, de la pluralidad y de la democracia. Cierto es que la lengua es democrática, porque la construimos todos, pero no es menos cierto que quienes atentan contra ella delinquen lingüísticamente con total impunidad ante el asombro de unos pocos, cada vez menos, a quienes nos preocupa.
No estoy defendiendo la pedantería, ni el purismo ni el casticismo ni nada que se les asemeje: son igual de perniciosos que la chabacanería televisiva. Defiendo eso sí, un uso correcto de la lengua. Me importa poco si los niveles de expectación (ahora los llaman de audiencia, porque no distinguen lo que se escucha de lo que se ve) son máximos cuando se insulta, se chilla, se rumorea, se envidia o se desvelan vergüenzas públicamente ante la atenta mirada de los presentadores de los programas y, por consiguiente, con su consentimiento también.
Se me ocurre proponer un programa televisivo. Lo llamaría “La zahúrda”, por aquello de que no suena tan mal como la “pocilga” en que introduciría a famosos, populares y aspirantes a ello, todos ellos de méritos papandujos, para que convivan y expulsen las heces, verbales o corporales, se rebocen en ellas para que los niveles de expectación aumenten y se reconozca, de una vez por todas, que eso es lo que consiente el pueblo con el beneplácito de los diversos gobiernos y de los directivos de los medios de comunicación. Ellos dirán: ¡Y a mí que más me da, si eso es lo que la gente quiere!
En efecto, les da lo mismo que a mí escucharles. Pero no me desdigo ni renuncio a defender lo que es mío, mi lengua, y que comparto con todos, zaborreros incluidos.
Michael Thallium
Global & Greatness Coach
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