“Desconozco qué extraños y misteriosos códigos hacen que un hombre, muerto hace siglos, pueda comunicar con nitidez sus vivencias más profundas a las generaciones que lo han sucedido. Supongo que en eso radica, en último término, la grandeza del Arte.” – Raúl Mallavibarrena (Oviedo, 1970)
La emperatriz María de Austria, hija mayor de Carlos I (V de Alemania) e Isabel de Portugal, murió en el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid en 1603 después de media vida en el extranjero, 15 hijos y años de rencillas con el hombre más corrupto de Castilla, el primer Duque de Lerma. María había nacido 75 años antes en el Alcázar Real de Madrid que desaparecería, dos siglos más tarde, entre las llamas de un incendio devastador del que sería testigo el compositor Domenico Scarlatti en 1734. (El actual Palacio Real de Madrid se erige sobre lo que fue el Alcázar.)
El retiro de María de Austria en Las Descalzas Reales estuvo acompañado por la música del abulense Tomás Luís de Victoria (1548-1611), quien fue capellán de Las Descalzas desde 1586 hasta la muerte de la emperatriz. Y fue en ese lugar donde Tomás Luís de Victoria compuso su Officium Defunctorum, el conocido réquiem en memoria de la emperatriz que había sido mecenas de las artes y de su música durante muchos años. Este réquiem puede que no sea su última composición, pero sí que es la última obra que Victoria editó en 1605, dos años después del fallecimiento de María de Austria. A las partes correspondientes de la Misa de Difuntos, Victoria añadió una Lectio a cuatro voces sobre un texto de Job, Versa est in luctum, y el responsorio Libera me.
El Officium Defunctorum es una obra que ha sido grabada e interpretada por numerosos conjuntos vocales y, ciertamente, la grandeza de esta música reside en todas esas profundas vivencias que comunica a quien tiene oídos para escucharla. No en vano, más de cuatro siglos ya han transcurrido desde que Tomás Luis de Victoria la compusiera y sigue siendo un testimonio único de una época lejana que para la mayoría de personas del siglo XXI puede resultar aún extraña.
En 2017, con motivo de su 25º aniversario, el conjunto vocal Musica Ficta grabó una nueva versión del réquiem de Victoria para el sello Enchiriadis, la segunda grabación después de la que hicieron en 2002 de esta misma obra. ¿Por qué “otra” nueva versión? Raúl Mallavibarrena, director de Musica Ficta lo expresa muy bien cuando dice que su pretensión es hacer música como le gustaría escucharla en cada momento, difundiendo con humildad el patrimonio musical más pretérito. La versión de 2002 parece que fue “exitosa en lo comercial y en lo personal” para Raúl Mallavibarrena. Su planteamiento interpretativo entonces era presentar un Victoria “pétreo, duro, guiado por el negro pesimismo del texto y conducido por el abatimiento de una música casi abisal, que parecía emanada de la boca misma del fin de los días y las cosas”.
Yo he tenido la oportunidad de escuchar ambas versiones y comparto aquí mi opinión. Y lo hago para todas esas personas profanas en la música antigua —las iniciadas quizás ni se detengan a leer “otra” opinión más sobre “otra” enésima versión—, pues me gustaría humildemente contribuir a la difusión de esta música. No voy a hablar en términos de mejor o peor, bueno o malo. Voy a hablar de “preferencias”, y tengo claro que la versión con la que más conecto es la más reciente, el réquiem de 2017. La grabación de 2002 me resulta más “ceremonial”, de hecho las voces están acompañadas por órgano y bajón —instrumento renacentista, antecesor del fagot, que se utilizaba para acompañar el canto llano—. Nada en contra de lo “ceremonial”. Sin embargo, la versión de 2017 me parece más cercana, menos extraña, más sencilla —no va acompañada de ningún instrumento—, menos “litúrgica” —aun siendo música religiosa—. Si pudiera elegir solo una de las dos versiones, me quedaría con el réquiem de 2017. Probablemente, Raúl Mallavibarrena haya encontrado en mí un oyente interesado en esta nueva versión, y eso quizás le recompense, y más aún si con mis palabras muevo a alguna otra persona a abrir los oídos a nuevas y remotas músicas.
Sí, otra vez, el réquiem de Victoria. En último término, ¡la grandeza del Arte!
Michael Thallium
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