La mejor lección para actuar en la vida que jamás puedas tener
¡Hola! Aquí estoy yo queriéndote contar una historia que pretende ser la mejor lección para actuar en la vida que jamás puedas tener. Solamente te va a llevar algunos minutos. Sí, ya sé que puede sonar un tanto pretencioso, quiero decir, yo dando lecciones de nada a nadie, porque, francamente, no soy un buen ejemplo de nada, de veras. Y tampoco estoy aquí para ponerme de ejemplo o modelo de nada en absoluto. Eso no puede tener mucho valor. Tan solo quiero compartir esta historia contigo, porque creo que puede servirte. Es importante, de verdad, porque hay miles de personas que se han gastado montones de dinero en cursos de formación que hacen algunos de esos “super gurús” para saber lo que tú sabrás después de que yo termine si me escuchas, y lo voy a hacer gratis.
¡Es una historia real! Me ocurrió hace muchos años. Yo era mucho más joven, atrevido y, probablemente, bastante inocente. Era de ese tipo de personas que creía que iba a comerse el mundo, a quien ni nada ni nadie iba a parar, y es verdad que viajé por el mundo y que incluso tuve hasta la suerte de dar la vuelta al mundo, literalmente. Pero eso es otra historia que no viene al caso ahora. Como iba diciendo, todo se remonta a la época en que yo trabajaba de animador turístico, uno de los muchos trabajos que he hecho en mi vida hasta el momento, en barcos, en barcos de crucero. Y recuerdo que estábamos en algún lugar, navegando por el mar Mediterráneo, por el sur de Europa o el norte de África y una noche, uno de los pasajeros, que era actor y cantante, se acercó a mí y comenzamos a charlar y estuvimos hablando durante un buen rato, manteniendo una de esas interesantes conversaciones que uno mantiene a veces con perfectos desconocidos, y me dijo: “¿Sabes que te digo? Que me has caído bien, pareces buena gente y te voy a contar el mejor truco que jamás puedas tener para actuar sobre el escenario y ser el mejor actor, y además te lo voy a desvelar gratis”, me dijo, del mismo modo que yo ahora te lo voy a pasar a ti gratis también. Entonces, prosiguió: “Porque si no, si realmente quisieras saber cuál es este truco, tendrías que gastarte un pastón, muchísimo dinero, en un curso de actuación en los Estados Unidos. ¡Así que más te vale que prestes atención, chaval! ¿Quieres saber cuál es el truco?” “Sí, claro”, respondí yo. A propósito, tú, el espectador, tú que me estas mirando, tú que me estás escuchando ahora, ¿realmente quieres saber cuál ese truco?… Entonces, me tomó del brazo, me dio unas palmaditas en la espalda y me apartó del resto de personas y me dijo: “Imagínate que esto es un escenario, tu escenario. Imagínatelo. Ahí va, presta atención, escucha atentamente, porque este es el truco: sales al escenario, dices lo que tienes que decir… ¡y te vas! Ya está. Tan sencillo como eso: “Sales al escenario, dices lo que tienes que decir y te vas”.
Esta idea de “decir lo que tienes que decir y te vas” me ha estado rondando la cabeza durante algunos años ya. Y aunque es posible que no terminase de comprenderla del todo, lo cierto es que, a lo largo de los años, llegué a darme cuenta de lo poderosa que esa idea era, porque: ¿qué es la vida? Creo que la vida es el escenario en el que interpretar las escenas de tu obra vital. Desde el momento en que naces o incluso un poco antes, cuando aún estás en el vientre de tu madre, ya estás en ese escenario. Tienes tu público desde el principio: quizás tus padres, tus parientes, los amigos de tus padres o conocidos. Y al mismo tiempo, ellos son también actores en tu vida, en tu escenario. Este reparto de actores no lo has elegido tú cuando naciste, es verdad. Te los han adjudicado, tanto si te gusta como si no, del mismo modo que el atrezo, la utilería que te rodeaba al nacer. Tú no los elegiste. Estaban ahí, en tu escenario.
Luego, a medida que vas creciendo, quizás te conviertas en el director de reparto y elijas qué actores, tus relaciones, quieres o no en tu obra. Puedes elegirlos. Pero ese poder de elección es limitado. Puede ser que alguna vez quieras que alguien desempeñe determinado papel y que esa persona no quiera hacerlo o al revés, puede que alguien quiera que tú desempeñes un papel que no estás dispuesto a aceptar y que ni siquiera quieras formar parte de su obra. ¿No te resulta curioso? Me refiero a esa interactividad: tú tienes tu escenario, eres el actor principal de tu vida, pero al mismo tiempo compartes tu escenario con otras personas que a su vez tienen su propio escenario y piensan que tú formas parte de él, del mismo modo que tú piensas que ellos forman parte del tuyo. Y esta “compartición de escenarios” hace que tu actuación sea aún más interesante si cabe… y compleja, por supuesto. Y aquí es donde realmente entra en juego la escucha, saber escuchar, porque no hay manera alguna de que actúes, al menos de un modo satisfactorio, si no escuchas, porque escuchar es comprender. No solo escuchas con esto, con las orejas, con el oído, escuchas con todo tu cuerpo. Y cuando escuchas, resultas interesante, y cuando resultas interesante, la gente te presta atención. Tú, ahora, me estás escuchando porque, por alguna razón, sientes que yo te estoy escuchando a ti, te acepto, y por eso me escuchas tú a mí.
Algunos de esos actores se quedarán en tu vida durante mucho tiempo, otros se irán, quizás incluso antes de lo que esperabas o tú quisieras. Algunos de ellos tendrán papeles importantes; otros, papeles secundarios o papeles menores, serán actores de reparto. Pero hay un actor que se quedará tu vida entera contigo, y ese eres “tú”. Así que más vale que también te escuches a ti mismo.
La próxima vez que te llamen a escena, acuérdate de esto: sal ahí, di y haz lo que quieras o necesites decir y hacer y, después, vete. ¡Pruébalo! Puedes ponerlo en práctica, quizás hoy mismo. Si interpretas la escena lo suficientemente bien, es muy probable que el público se quede entusiasmado y, al bajar el telón, te aplaudan e incluso hasta griten “¡bravo!”, “ole, ole y ole”. Pero recuerda que no se puede complacer a todo el mundo. Habrá buenas actuaciones, actuaciones excelentes, y malas actuaciones de las que no te sentirás orgulloso, seguramente. No complacerás a todo el mundo, incluso aunque des lo mejor de ti. A lo único que verdaderamente podrás aspirar es a escuchar lo mejor que puedas, porque eso es lo que te convertirá en el mejor actor que jamás puedas llegar a ser.
Hay algo, sin embargo, que aún no te he dicho. Llegará un día, en el que el telón se baje para todos nosotros por última vez: se bajará para ti por última vez, se bajará para mí por última vez. No sabemos exactamente cuándo, yo no lo sé, pero lo que sí que sé es que, algún día, el telón se bajará por última vez para mí también, y ese día me iré… para siempre. ¡Ya está! ¡Se acabó el tiempo! ¡Juego terminado! ¡Fin! Esa será tu última actuación! Con ello, es decir, con ese no saber exactamente cuándo te irás para siempre, no quiero decir que tengas que vivir la vida como si fuera el último día de tu vida. Vivir así no funcionó conmigo, no funciona conmigo al menos. Lo que sí que me funciona es llegar a darme cuenta de que estoy en mi escenario, que elijo el reparto de actores, mis relaciones -incluso aunque esté limitado de algún modo- e interpreto la escena lo mejor que sé, porque escucho.
El dinero -el atrezo, la utilería, la tecnología en la obra de tu vida-, el dinero viene y va. No estoy diciendo que no sea importante, lo es, pero simplemente viene y va. Tu cuerpo, mi cuerpo, cambia, y también se deteriorará a medida que pasen los años. Todo eso no es más que un mero envoltorio.
Puede que ahora tengas veinte años y creas que es imposible conseguir un empleo, porque la situación laboral no está nada bien, o puede que tengas cuarenta o cincuenta años y que te acabes quedar sin trabajo, porque te han echado, ese trabajo que llevabas haciendo durante tantos años, quizás toda una vida, como se suele decir, y por ello ahora te sientes hundido, porque crees que no eres lo bastante bueno ¡No! TÚ – ERES – BUENO. Eres una persona válida, valiosa. ¡Eres el actor de tu vida! ¡O la actriz de tu vida si eres mujer! No digo que sea fácil. No lo es. De hecho, es difícil. A veces puede resultar muy difícil ser el mejor actor que puedes ser para interpretar una escena…
Creo que lo que realmente hace que tengas una vida feliz y saludable es el reparto de actores en tu obra. No es solo la cantidad, sino más bien la calidad de tus relaciones lo que cuenta.
Ojalá que algún día, tú y yo, tú que me estás mirando ahora, que me estás escuchando, ojalá que algún día tengamos la oportunidad de interpretar una escena juntos, de compartir nuestro escenario, y pasar un buen rato. Incluso aunque solo sea momentáneamente, durante un periodo de tiempo limitado, más limitado aún si cabe que el ya de por sí muy limitado tiempo que pasaremos en este planeta Tierra. Y ojalá que después de interpretar esa escena podamos saludar y decir: gracias por formar parte de mi obra, incluso aunque solo haya sido por unos minutos. Y algún día, en mi caso, espero también dar con esa mujer especial que me ame y que quiera quedarse para interpretar la verdadera escena de nuestras vidas antes de que el telón caiga por última vez para alguno de los dos.
Hay una obra de un poeta y dramaturgo español del siglo XVII, Calderón de la Barca (1600-1681), que se titula “La vida es sueño”. Y en esa obra de Calderón hay un pasaje muy conocido que dice así: “Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. El asunto es que en lugar de “sueño”, yo transformaría esas palabras y más bien diría: “Que toda la vida es una obra, y las obras, obras son”.
Bien, creo que ya he dicho y hecho lo que quería y necesitaba decir. Creo haber expresado mi argumento ya varias veces y, si te he contado esta historia lo suficientemente bien, espero que te sirva. ¡Escucha, sal ahí, di y haz lo que tengas que decir, y te vas! Así que te deseo mucha, mucha suerte con ello.