Siempre que acudo a la madrileña Cuesta de Moyano me prometo a mí mismo que no, que no compraré ningún libro. Y aunque alguna vez he logrado mantener mi promesa, son numerosísimas las otras veces que terminé viendo cómo algún ejemplar acababa en mis manos, por arte de birlibirloque, después de desembolsarle al librero de turno la cantidad adeudada. Lo de birlibirloque lo digo porque no me explico cómo terminan esos libros en mis manos si no es por la mónita untuosa y persuasiva de mi cerebro que concluye: «¡Compra, compra!» Y, claro, mi voluntad, que tiene poco de diamantina cuando de libros se trata, sucumbe y yo compro. ¡Caso de estudio para el freniatra!
Así me ocurrió hace unos días. Llegué al puesto y, tras una amable conversación con el librero, me hice con un ejemplar impreso en 1941 de El mundo visto a los ochenta años del venerando investigador Santiago Ramón y Cajal. La conversación con el librero me sirvió también para descubrir que era hijo del dueño de la librería de viejo Gúlliver, esa a la que más ha ido el escritor Andrés Trapiello según él mismo relata en MADRID. Me dice su nombre y grabo su número de teléfono en el móvil: Jonás Gúlliver.
De Santiago Ramón y Cajal ya había leído hace algunos años Recuerdos de mi vida y me sorprendió lo bien que escribía. Hasta ese momento, solo lo conocía como científico, no como escritor, y reconozco que su imagen la había asociado con la del actor Adolfo Marsillach, quien representó su papel en una serie televisiva del año 1982 en España. En fin, que al ver el título, El mundo visto a los ochenta años», me llamó muchísimo la atención, porque ignoraba que don Santiago hubiese escrito un libro así. Resulta que la introducción está firmada en Madrid, el 25 de mayo de 1934, es decir, apenas cincos meses antes de fallecer a los 82 años, el 17 de octubre, en pleno declive de la II República, con la Revolución de Asturias em marcha y a menos de dos años del comienzo de la Guerra Civil. El libro no se publicó hasta el año 1941, en plena II Guerra Mundial. ¡Todo un documento histórico! Y la clarividencia de don Santiago es asombrosa… Me lo imagino, ya teniente, escribiendo, con sus manos sarmentosas, sin dejarse llevar por vanidades vidriosas, presumiendo la muerte cercana.
El libro consta de cuatro partes: las tribulaciones del anciano, los cambios del ambiente físico y moral, las teorías de la senectud y de la muerte y, por último, los paliativos y consuelos de la senectud. Disfruto con este tipo de libros, porque me obligo a leerlos sin caer en el anacronismo. Por ejemplo, don Santiago habla de la guerra civil y del dictador, pero no se refiere, obviamente, a la Guerra Civil ni al dictador de los que hablamos hoy en España. Señoras y señores, ¡en España hubo más guerras civiles que la del 36! Sin embargo, también vaticina esa guerra así como la II Guerra mundial. Muchos pasajes del libro pasarían por actuales si les quitásemos la referencia temporal a la fecha en que se escribió: 1934. La sociedad, la política, los nacionalismos, los avances científicos y tecnológicos, el arte, los libros… todos ellos están presentes en El mundo visto a los ochenta años. La imitación rebañiega, las diferencias entre el bello sexo que se carmina los labios y el sexo fuerte de varones enterizos, el atraso científico de España —que lucha por hombrearse con los países avanzados—, la aijofilia vitanda —ese odioso gusto por lo feo y burdo, por la bastedad achagrinada—, el pago de gabelas… todos ellos los columbra don Santiago frisando los 82 años. Y casi un siglo más tarde, aquí siguen. Cambian las palabras, pero siguen los trasuntos de aquellos viejos asuntos…
Michael Thallium
Global & Greatness Coach
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