Ni los unos son imbéciles ni los otros son soberbios; es una mera cuestión de gusto y relectura. No, no somos unos soberbios quienes pensamos que si a la mayoría de personas les gusta un libro es que ese libro no tiene calidad. Y tampoco pensamos, no yo al menos, que la inmensa mayoría de esas personas sean imbéciles. Lo reitero, es cuestión de gusto y relectura. El gusto es muy personal y cada cual tiene el suyo; la relectura, en cambio, pone a cada libro en su sitio y a cada escritor en su lugar. Y sí que estoy convencido de que la mayoría de libros que se escriben y publican actualmente no aguantan la relectura. Libros que leen muchas personas, los hay muy buenos; libros malos y mediocres que leen la mayoría de personas, abundan. Es la cultura…
Cuando me encuentro con alguien que me dice, absolutamente convencido, que Ara Malikian es un gran violinista o que James Rhodes es un gran pianista, no puedo más que callarme. Es inútil discutir y, sobre todo, una pérdida de tiempo. ¿Soberbio? Pues ocurre lo mismo con muchos escritores actuales. Y también resulta inútil discutir. Es la cultura…
Pero, ¿qué es la cultura? Hace muchos años, allá por 2005, leí La cultura. Todo lo que hay que saber de Dietrich Schwanitz (1940-2004), un título que muchos —quizás esos sí que sean imbéciles— encontrarán presuntuoso. En realidad no leí a Schwanitz, sino la traducción al español del original que Schwanitz escribió en alemán. Para poder decir que uno verdaderamente ha leído un libro, ha de leerlo en el idioma original en que se escribió. A falta de pan, eso sí, buenas son tortas, es decir, traducciones. Ya en el título original Bildung. Alles, was man wissen muss (1999) uno encuentra el primer escollo: Bildung. Esta palabra engloba ‘formación’, ‘cultura’, ‘instrucción’… Claramente, tiene una connotación que se pierde en el español al traducirla por ‘cultura’…
De la lectura de aquel libro me quedé con algo anecdótico. Dietrich Schwanitz sugería que dentro del acervo cultural de una persona culta debería encontrarse la lectura de la novela El hombre sin atributos de Robert Musil (1880-1942), entre otras cosas porque son muchos quienes la citan y hablan de ella y poquísimos los que realmente se la han leído. Así que me lo tomé como un reto: yo quería estar entre esas poquísimas personas que realmente la habían leído. ¿Ignorante? ¿Engreído? Me costó, pero me la leí. Ahora, unos trece años más tarde, solo puedo decir que realmente aún no he leído la novela de Musil, porque lo que me leí fue la traducción al español de Der Man ohne Eigenschaften. Así que tengo dos relecturas pendientes: Bildung y Der Man ohne Eigenschaften. Sin embargo, haberme leído El hombre sin atributos, me sirve para poder entrar en cualquier conversación con un mínimo de solvencia literaria. Por ejemplo, si alguien está hablando de que los libros de Julia Navarro o María Dueñas son muy buenos, siempre podré decir sin miedo a equivocarme: «Ah, no he leído ninguno de ellos, pero seguro que entonces El hombre sin atributos te parecerá una obra maestra». También forma parte de la «cultura» saber lo que no hay que saber y no leer lo que no hay que leer. ¿Arrogante? ¿Fanfarrón? Decía Schwanitz que «toda ostentación, incluida la cultural, es absolutamente incompatible con el concepto de cultura. La fanfarronería lo único que delata es la ignorancia. La cultura no se ostenta». Lamentablemente, siempre habrá quienes confundan la erudición con la ostentación. Etimológicamente, ‘erudición’ significa «quitar la rudeza adquiriendo conocimientos», es decir, ser menos burro, con perdón del animal de cuatro patas. Soy un tonto erudito, quiero decir que procuro pulir cada día mis muchas rudezas. Sin embargo, el conocimiento también puede ser perjudicial y contrario a la verdadera cultura, aunque «pocos reparan en la única diversión que no hastía: tratar de ser año tras año un poco menos ignorante, un poco menos bruto, un poco menos vil», escribió Nicolás Gómez Dávila (1913-1994). Es la cultura…
Decía también Schwanitz que la cultura es «el estilo de comunicarse que hace del entendimiento entre los seres humanos un auténtico placer» y «que precisamente porque la comunicación es tan polimorfa y dramática, una persona culta debe conocer sus reglas y ser capaz de aplicarlas correctamente, pues sólo así podrá evitar ser víctima del destino». Otra de las frases que subrayé en mi lectura de 2005 fue: «La cultura es la forma en que espíritu, carne y civilización se convierten en persona y se reflejan en el espejo que son los demás».
Dichosos los seres humanos que son capaces de pensar por sí mismos, que no obedecen ciegamente y que sólo se dejan ordenar —y pueden dejarse ordenar— lo que consideran razonable. Cierto que la lectura —el conocimiento— no te hace mejor persona, pero aprender a leer sí. Y aprender a leer no es juntar letras y palabras para darles significado, sino descubrir que deberíamos pasar toda la vida releyendo. Es la relectura la que separa la paja del grano, es decir, el libro malo o mediocre del libro auténticamente bueno. Y hablando de libros buenos que todo el mundo debiera leer, aquí va una recomendación de un escritor a quien antes he mencionado de pasada, Nicolas Gómez Dávila, cuyo libro Escolios a un texto implícito todo el mundo debería leer. ¿Por qué? Porque es un libro que a cada frase que uno lee, le hace pensar, lo cual no significa que uno esté de acuerdo con lo que ha leído. En mi vida muchos han sido los textos que me han hecho pensar, pero es la primera vez que me he encontrado con uno que me hiciera pensar con cada frase leída. Escolios a un texto implícito es un libro de muchas relecturas. Dudo que algún día haya una inmensa mayoría de personas que lo lean. La mayoría solo busca entretenimiento y que no les haga pensar demasiado. Muy pocos conocen a Nicolás Gómez Dávila y menos aún el libro de marras. No obstante, tampoco hay que lamentar que carezca de lectores. Eso solo sería lamentable si la celebridad mejorase la calidad de una obra. Es la cultura…
La decadencia de una sociedad consiste en «exterminar» a los mejores sin que la mayoría de personas nos demos cuenta de que participamos en ese «exterminio». Es un exterminio ajeno, ignorante, silencioso y, sí, libre, porque cada cual es libre de mirar al horizonte y descubrir los mensajes que quiera. Sin embargo, hay mensajes secretos que están a la vista de todos y que sólo unos pocos descifran. Cuando miro el vasto horizonte cultural, me contenta saber que, de vez en cuando, descubro y descifro pequeños mensajes que pasan inadvertidos para la mayoría, mensajes que me vuelven un poquito menos «exterminador» cada día y amplían el horizonte ante mis ojos. Pero eso a muy pocos importa y a nadie incumbe. Allá con quienes se den por aludidos. Esa es mi cultura.
Michael Thallium
Global & Greatness Coach
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