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Yo soy un privilegiado

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Yo soy un privilegiado. Lo soy. Sé juntar letras y palabras. Y nótese ese yo inicial. ¿No es un privilegio poder decir yo en un mundo en el que somos, nosotros, tantos miles de millones de personas? Me refiero a los humanos. Podría haber sido cucaracha o lémur, pero soy humano. Seguramente que en cualquiera de esos dos casos, es decir, tanto siendo cucaracha como lémur, no podría escribir esto que estoy escribiendo. Ni siquiera tendría consciencia de ese privilegio. Me refiero al de juntar letras y palabras. Dicen que hay más de 750 millones de personas en el mundo que no saben hacerlo. Son muchos millones de personas. Aunque si tenemos en cuenta que somos más de 7.750 millones de seres humanos en el mundo, tampoco es tanto privilegio saber juntar letras y palabras: 7.000 millones sabemos hacerlo. Algunos en una sola lengua; otros lo hacemos en varias. Sí, cierto que es un privilegio poder expresarse por escrito si luego alguien te lee, pero que haya tantos que sabemos hacerlo… no sé, como que es menos privilegio. Las cifras las he sacado de internet —hace 30 años las hubiera sacado de una enciclopedia— y tendré que creérmelas, porque las escriben los expertos. Los expertos son seres anónimos. Ahora parece que todo el mundo es experto. En la historia de la humanidad no ha habido tanto experto como en el siglo XXI.

Yo no soy experto. Nótese igualmente el privilegio de poder decir yo. No lo soy. En todo caso, aprendiz de casi todo o maestro de casi nada. ¿Privilegiado? Esto es como casi todo: según con quién uno se compare. Nótese ahora el uso del pronombre impersonal uno. A Andrés Trapiello, que lo utiliza mucho, a veces se lo afean. ¿Que quién es Andrés Trapiello? Búsquese en internet o, mejor, léase alguno de sus libros. Uno es menos egotista que yo, dicen. Pero yo hoy voy a utilizar yo, porque junto las letras y las palabras como me viene en gana, que para eso sé juntarlas. Decía al comienzo que era un privilegiado. Nótese el pretérito imperfecto era. En realidad lo soy. Sin embargo, ser privilegiado no es lo mismo que ser rico. Soy más bien pobre, aunque eso también depende de con quién se compare uno. Tener privilegios no es lo mismo que tener dinero. Mi privilegio de saber juntar letras y palabras me lo he ganado con los años, leyendo mucho y escribiendo menos. Saber juntar letras y palabras no me ha hecho rico. De hecho, conozco a bastantes personas que han ganado muchísimo dinero sin saber hacer poco más que la o con un canuto.

¿Privilegiado? Quizás no tanto. Pero ese privilegio individual aún me capacita para poner en orden mis recuerdos y reavivar mi memoria vital. Nací en 1972, en España. Es decir, que nací en los últimos años del franquismo. Pocos recuerdos tengo de aquella época. Era muy pequeño. Pero tuve una infancia feliz chupándome los tres últimos años de dictadura y algunos más de la Transición. Después también me chupé unos 14 años de González, 8 de Aznar, 7 de Zapatero, 7 de Rajoy y, últimamente, 4 de Sánchez. Para quienes no hayan nacido en España, acabo de enumerar una breve lista de apellidos; para los españoles ya maduros, una lista de presidentes de gobierno. En total, 50 años. ¡Que no me vengan ahora a decirme cómo tengo que recordar los años de mi vida! Esto último lo digo por una artificiosa Ley de Memoria Democrática.

¿Leer es un privilegio? No. Tener tiempo para hacerlo, sí. He leído bastante literatura española —menos de lo que me hubiera gustado, eso sí— de 1920 hasta 1940. Desde el punto de vista de la política presente de España, la división tan sencilla como falaz hecha por el gobierno y partidos de izquierda entre fascistas y demócratas, para estimular al pueblo, no se corresponde con la verdad. Eso también lo decía Clara Campoamor hace ya más de 80 años, quien no es sospechosa de ser antidemocrática. Y la verdad, como escribió Jorge Santayana, es cruel, pero puede amarse y nos libera a quienes la amamos. La democracia llama calumnias a las verdades que le dicen sus enemigos y justicia a las lisonjas de sus parciales, eso lo decía ya Concepción Arenal en el siglo XIX. Nada nuevo.

Yo a Sánchez lo desterraría por defraudador, por mentiroso. Lo alejaría de España. Me tacharían de reaccionario, claro. Los acólitos de su ideología jamás lo permitirían. Las ideologías salvan a muchas personas de sus actos, quiero decir que da igual lo mal que uno lo haga. La ideología asiste: ¡es de los nuestros! Afortunadamente, a mí me leen poco, a pesar de los 300 millones de personas que podrían hacerlo en español. Lo de los 300 millones lo conjeturo yo, que no soy experto de nada. Al igual que Álvaro Mutis, he aprendido a aceptar las cosas como se me van presentando, a saber que nada es finalmente grave, y que los apellidos de los hoy ilustres son el olvido del pueblo de mañana… ¡Y yo que me creía un privilegiado por saber juntar letras y palabras!

Michael Thallium

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