El próximo 26 de mayo a las 19:00, el violinista hispano-ruso Mikhail Pochekin y ex alumno de la Escuela Superior de Música Reina Sofía presentará en concierto su última y aclamada grabación “J.S. Bach – 6 Sonatas y Partitas para violín solo BWV 1001-1006″ de Bach en el Ateneo de Madrid (entrada 5€). Una gran oportunidad para que el público madrileño descubra estas obras de Johann Sebastian Bach de la mano de un virtuoso violinista como Mikhail Pochekin.
PROGRAMA
Johann Sebastian Bach (1685-1750)
Sonata n.º 1 en sol menor, BWV 1001
I. Adagio
II. Fuga
III. Siciliana
IV. Presto
Partita n.º 2 en re menor, BWV 1004
I. Allemanda
II. Corrente
III. Sarabanda
IV. Giga
V. Ciaccona
Partita n.º 3 en mi mayor, BWV 1006
I. Preludio
II. Loure
III. Gavotte en Rondeau
IV. Menuet I
V. Menuet II
VI. Bouree
VII. Giga
Ganador del Premio Nacional de violín Pablo Sarasate de Madrid, Mikhail Pochekin ha tocado como solista con grandes orquestas como la Orquesta Nacional Rusa, la Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinski, la Filarmónica de Moscú o la Orquesta Sinfónica de Basilea.
El doble CD, que se lanzó a finales de enero de 2019, ya ha sido destacado por la prensa internacional, por ejemplo, en el periódico alemán Süddeutsche Zeitung (con reseñas de críticos tan reputados como Harald Eggebrecht y Reinhard Brembeck), así como en revistas musicales como Pizzicato, Concerti, Audio. En España, el CD de Mikhail Pochekin está recomendado como N.º 1 del mes de febrero en la revista Ritmo y es disco 5 estrellas de la revista Melómano del mes de abril e igualmente ha sido elogiado en la prestigiosa revista Scherzo del mes de mayo. Distintas emisoras de radio como la ORF/Ö1 de Viena, Orpheus en Moscú, HR2 en Frankfurt o NDR-Kultur en Hamburgo destacaron este álbum como el mejor disco de la semana o del día.
Durante los primeros meses de 2019, el álbum “J.S. Bach – 6 Sonatas y partitas para violín Solo BWV 1001-1006″ se ha presentado en conciertos en Berlin, Hamburgo, Munich, Moscu… Para la grabación de este CD se empleó un violín construido por famoso lutier de Venecia Francesco Gobetti en 1720, año en que Bach compuso también este ciclo de música para violín solo. En este enlace se puede encontrar más información sobre Mikhail Pochekin: http://www.mikhailpochekin.com
“A Mikhail Pochekin lo conocí una fría mañana de nieve en Madrid. Era febrero de 2018 y tenía que cubrir para la revista Scherzo el recital que Pochekin ofrecía junto al grandísimo pianista Yuri Favorin en la Fundación Juan March. Al terminar el recital, acudí al camerino y Mikhail, con esa mirada de ojos de gato tan profunda como sus interpretaciones musicales, me habló con admiración de su hermano Ivan (fantástico violista y violinista también). Tras meses de gira por Rusia y Europa, el destino volvió a unirnos en Becerril de la Sierra, donde su padre, Yuri Pochekin, lutier de renombre internacional, tiene su taller. De ese pequeño taller de la sierra madrileña han salido buena parte de los violines con los que Mikhail ofrece sus recitales. Mikhail es un violinista de musicalidad emocionante, de técnica impresionante y de profunda visión interpretativa; inteligente —habla ruso, español, inglés y alemán—, campechano y entusiasta. Tiene las cosas muy claras y uno de sus objetivos es que todo tipo de personas se acerquen a la música clásica.
El proyecto más importante de Mikhail Pochekin hasta el momento es la grabación de las Sonatas y Partitas BWV 1001-1006 de Johann Sebastian Bach. Interpretar estas obras es un reto para cualquier violinista, y para Mikhail ha sido también un camino largo y difícil en el que ha ido descubriendo su propia voz: primero aprendes a tocar unas obras de extrema dificultad, luego las haces tuyas y, después, tu corazón se adueña de ellas y la música crece contigo. Mikhail opina que la música clásica permanecerá siempre con nosotros: “Bach no existe físicamente desde 1750, pero su música existirá mientras haya seres humanos en este planeta. La música no solo nos hace disfrutar, sino también pensar sobre la vida, sobre la eternidad”. Los músicos tienen el privilegio y el don de estar siempre tocando la eternidad. Los seres humanos somos especiales por artistas como Bach, Mozart, Schubert, Shakespeare, Pushkin, Rafael. Y es eso, precisamente, lo que nos diferencia de los animales.” – Michael Thallium
Aquí el vídeo oficial grabado en St. Ludwig en Berlin-Wilmersdorf con subtítulos disponibles en español:
Tú, lector, que hasta aquí has llegado, si alguna vez tienes la suerte de ver tocar en directo a Mikhail Pochekin, acércate y habla con él, déjate engatusar con su mirada profunda. Comprobarás que detrás del artista que toca la eternidad y emociona con sonidos, hay también un ser humano, como tú y yo, de conversación amena que habla con palabras y es cercano y es amigo.
Arturo Reverter es el crítico musical con más solera de España. Su profusa barba blanca, un tanto bohemia, de caballero de andanzas musicales, y su voz grave, potente, de timbre un tanto guasón a veces, son ya suficientes para atraer la atención de aquellas personas con quienes se cruza. Sus avispados ojos azules, picarones, que lo curiosean todo, dicen mucho de esa personalidad tan vital de este gallego preguntón y a veces indiscreto. Nacido en Santiago de Compostela en 1941, a mediados de los años 50 del siglo XX se mudó a la capital del Reino, Madrid, donde ha vivido desde entonces. ¿Qué no ha hecho este hombre de semblante serio y afable compañía en una carrera tan larga? Dirigió Radio Clásica durante muchos años y su programa Ars Canendi sigue siendo el referente musical del arte del canto lírico. Para aquellos de nosotros que escribimos sobre música —y en mi caso, lo confieso, ignorante de esa rara arte que es el canto—, la lectura de su libro El arte del canto, el misterio de la voz desvelado es lectura obligada e interesantísima.
Con motivo de la 58ª Semana de Música Religiosa de Cuenca, tuve la fortuna de compartir tiempo, música, conversación y pitanza durante un par de días con este viejo bonachón —espero que no le ofenda a don Arturo este calificativo— del que siempre se aprende algo nuevo. Y es que cuando uno está a su lado, lo mejor que puede hacer es callarse, pegar muy bien la oreja y aprender.
Arturo, llevas ya unos 50 años escribiendo…
Sí, porque la primera crónica que hice fue en el año 1969. Recuerdo que fue en una revista que se llamaba Gaceta Universitaria. Hice un artículo describiendo el ambiente de los conciertos de la Orquesta Nacional en el Palacio de la Música los viernes, y en el Monumental Cinema los domingos por la mañana. Era una artículo sobre el público y sobre la afición y sobre la programación, un poco así, a vista de pájaro. Eso fue lo primero que escribí. Además creo que mi hermano estaba conectado no sé de qué manera con esa revista. Y debió de ser por eso. Esa fue la primera vez. Lo de la revista Ritmo fue mucho más tarde. Empecé allí en 1975. Publiqué mas cosas en la Gaceta Universitaria, pero empezar en serio, creo que fue en el 75, en Ritmo.
Y cuando miras atrás, ¿qué es lo que has aprendido de todos estos años?
Para escribir tienes que conocer; y si no conoces, investigar. Y estás en contacto con la realidad y con los conciertos. Te vas impregnando de música. Poco a poco, es progresivo, ¿no? Sin darte cuenta. Es como cuando un niño empieza a hablar: sin darse cuenta empieza hablar y hablar y cada vez tiene más vocabulario. ¡Toda la vida estamos aprendiendo! Cada día aprendes una cosa nueva, aunque no te des cuenta. Y pasado el tiempo vuelves hacia atrás y dices: “Ostras, si esto yo no sabía que lo sabía”. Fíjate, yo recuerdo una tontería. Le estuve dando clases a un niño polaco, hace mucho tiempo, porque un amigo mío que era el que le daba clases no tenía tiempo y me lo pasó a mí. No había embajada de Polonia en Madrid. Era un consulado, me parece. El niño estaba aprendiendo español. Recuerdo que tenía un libro de frases en español, de frases hechas. Y, claro, todas las frases que tenía ese libro, yo me decía: ¡pero si yo me las sé! Él me decía: “Empieza a recitar frases hechas”. En ese momento no te sale ninguna. Por ejemplo, refranes: “si te he visto, no me acuerdo”. Pero es que claro, uno no sabe lo que sabe, porque eso se queda ahí dentro, pero no está siempre presente. Aparece cuando lo necesitas. Entonces, en el tema de la música, aparte de estudiar música, te vas impregnando día a día con los conciertos que escuchas, con los libros que lees, con las conversaciones que mantienes. Poco a poco, todo eso va colocándose en el cerebro.
Si eso es lo que has aprendido de tu labor en el terreno musical, ¿de la vida qué has aprendido?
A veces he oído: “Es que la gente que se dedica a la música está fuera de la realidad”. No, porque la música está en la realidad. Pero yo no solo he hecho cosas relacionadas con la música, sino con el derecho, por ejemplo. Vas aprendiendo sin darte cuenta. Nadie se propone cada día: “hoy voy a aprenderme tal cosa”. Hombre, a lo mejor para un examen sabes que te tienes que aprender diez temas, pero es distinto. La vida nos enseña día a día y vamos almacenando sin darnos cuenta. Esto es lo bueno.
¿Se escribe mejor crítica musical hoy que hace cincuenta años? Yo leo mucho a Gerardo Diego para las críticas musicales…
Gerardo Diego era un poeta músico, tocaba muy bien el piano, era un hombre muy preparado. Y sus críticas siempre son muy instructivas. Hace treinta o cuarenta años, había menos críticos, pero de más peso y, probablemente, de mayor preparación que hoy. Hoy, con las revistas online y las que no son online, hay mucha gente que hace crítica, pero mucha gente que hace crítica sin fundamento. Y no todo el mundo que hace crítica escribe bien, evidentemente, porque cada uno tiene su manera. Pero en aquella época, si citamos nombres como Carlos Gómez Amat, Federico Sopeña, Antonio Fernández Cid, Enrique Franco, que eran los más significados, todos ellos tenían más o menos conocimientos, unos más que otros, pero tenían un estilo reconocible, una facilidad para trasladar sus juicios musicales… Yo he aprendido mucho de ellos, sobre todo de Fernández Cid por la frescura del análisis de las interpretaciones; de Sopeña, por el intento de profundización estética; de Enrique Franco, por su conocimiento musical y sus planteamientos; de Carlos Gómez Amat, por el gracejo, por la airosa escritura que tenía. Como yo me leía todas las críticas… En aquella época había críticas todos los días. Hombre, si no había concierto, no; pero empezaba a haber conciertos casi todos los días. El Abc, con Fernández Cid, todos los días tenía una página dedicada a la música. ¡Todos los días! Luego, a Fernández Cid lo sustituyó Sopeña en el Abc y Fernández Cid, me parece que se fue al Informaciones. Enrique Franco estaba en el periódico Ya. Luego Enrique Franco fue el primer crítico de El País, cuando nació El País. Yo esos me los leía todos los días. Vas aprendiendo y también vas aprendiendo a juzgar tu mismo y a decir “este concierto en que juzga a este señor, pues a mí no me ha parecido así”. Empecé en Ritmo en el año 75. No recuerdo ahora cuándo empezó una sección que se llamaba “De Madrid al cielo”, que era una sección crítica mensual, donde yo hacía un resumen de los conciertos más importantes que había visto en el mes. Comentaba los más importantes e interesantes, por la razón que fuera. Y ahí recuerdo que dábamos palos… porque cuando uno es joven y sabe menos, tiene menos problemas en dar palos y en juzgar a veces superficialmente. Y ahora que sé mucho más, puedo plantear juicios acerados y puedo criticar de manera más profunda, pero sobre todo con más conocimiento. Entonces, ahora tengo muchísimo más cuidado con el lenguaje y con el calificativo. Puedo hacer una crítica dura, pero sin decirlo de una manera tajante como, por ejemplo: “Esto es una puta mierda”. No es que dijera eso entonces, pero como si lo dijera. Aquella sección “De Madrid al cielo” tuvo cierta repercusión y era muy divertido hacerlo.
¿Qué te aportó la radio que no te aportara la crítica escrita?
En la radio, desde el momento en que debes de hacerte una idea de lo que debe ser una programación musical —que por un lado debe ser seria, con contenidos, pero al tiempo tiene que ser amena—, entonces lo difícil es casar contenido importante de la música con la manera de divulgarla para que llegue al oyente. Y no es fácil, pero era muy divertido inventarse programas, recibir a gente que te proponía cosas interesantes, planificar una programación de 24 horas diarias, aunque ya en aquella época, muchas veces, la programación nocturna era repetición de cosas que se hacía durante el día. Era divertido. A mí me gustó mucho mi estancia allí, porque también me abrió muchos campos de conocimiento y también de conocimiento de la gente. La crítica escrita es algo más frontal, está ahí, en un papel; la radio se despliega a los cuatro vientos y no solo es crítica, es invención de contenidos pensando en una audiencia determinada y en decir cosas nuevas, pero no de cualquier manera. Al poco de empezar en radio, me saqué de la manga aquel programa que tuvo mucho eco, Contraluz, que lo presentaba José Luis Téllez con una chica que se llamaba Olga Barrio que estaba trabajando en Radio Juventud o Radio Intercontinental. Ese programa fue insólito. Era un programa en directo. En aquella época, los programadores escribían un guión que debía atenerse a unas pautas y poner el minutaje y eso lo leía un locutor que lo único que hacía era leer. no tenía por qué tener conocimientos de música. Afortunadamente, eso ha ido evolucionando y ahora la mayoría de los programas los hacen y los comentan los propios autores de los guiones y que a lo mejor ni siquiera tienen un guión. Yo, por ejemplo, en mi programa no tengo un guión, tengo unas notas que voy comentando de pasada. Lo de tener un guión escrito ya no se lleva. Ahora los programas informativos no los hacen locutores que leen lo que escriben los periodistas, son los propios periodistas los que lo hacen. Claro, no tienen buenas voces, pero es más vivo, más directo.
En todos estos años que has visto a muchísimos músicos y artistas, ¿a cuántos de ellos les has visto crecer y cuántos de aquellos que tenían un futuro prometedor luego no han llegado a nada?
A muchos. Jóvenes cantantes, por ejemplo. En la radio había unos estudios que se llamaban Estudio Música 1, Estudio Música 2… donde se hacían grabaciones de jóvenes intérpretes para luego emitirlas. Ahí he conocido a jóvenes que luego han progresado. Por ejemplo, recuerdo a María José Montiel que grabó un recital de canciones en uno de esos estudios que luego se emitió en un espacio dedicado a ello. María José Montiél ha ido creciendo con el tiempo. Artistas de ese tipo ha habido bastantes. Empezaron a grabar en la radio y luego salieron a flote. También pianistas e instrumentistas en general. Era una labor que no sé si seguirá haciéndose…
Sí, es una chica que presenta un programa los sábados. No es el primer programa así. Antes ha habido otros de similar contenido. Es un programa que está muy bien, porque da a conocer a jóvenes que el día de mañana harán algo importante. Creo que es una de las razones por las que se debe hacer radio: buscar talento joven y usarlo. Una forma de impulsarlo es que los jóvenes graben allí o que se les grabe en concierto y luego eso se radie. Hacerles entrevistas y que digan lo que piensan. Es una ventana… En estos cuarenta años, habrá habido muchos jóvenes que empezaron a grabar en estos estudios de la radio y que luego han despuntado.
Hablemos del presente. En alguna ocasión te he oído decir que el mundo de la música estaba de capa caída. Me imagino que no es un debate nuevo, porque quizás hace muchos años también se hablaba de lo mismo y en los mismos términos. Cuando tú eras más joven quizás también se dijera que la música estaba muy mal…
Sí, son eso que se dice “mantras”, son de toda la vida. Los discos, por ejemplo. Se decía que los discos ya no tenían sentido y que el mundo del disco se acababa. Eso se viene diciendo desde hace cincuenta años y no se ha acabado todavía. Ahora se dice con más razón quizás, pues hay otros medios de reproducción del sonido. Creo que le queda poco tiempo, pero hay sellos discográficos que venden.
En realidad el músico tendría que vivir de lo que hace en directo y no de lo que hace en un CD, me refiero que lo importante son los festivales de música, los conciertos. ¿Cómo ves el panorama?
Creo que no está mal. Cada vez hay más músicos, cada vez hay más conciertos. Cuando vine a vivir a Madrid en el año 54 o 55, solo había los conciertos de la Orquesta Nacional, el viernes en el Palacio de la Música y el domingo por la mañana en el Monumental, unos conciertos de música de cámara que se hacían en el conservatorio, unos conciertos de cámara que se hacía en el Instituto Nacional de Previsión de una sociedad que se llamaba “Cantar y tañer” —a la que Pérez de Arteaga llamaba “Follar y joder”—, pero no había mucho más. Quizás alguna orquesta que venía de gira. Recuerdo haber visto a la Filarmónica de Viena con Karl Böhm en un teatro mediado, donde hicieron una Séptima de Beethoven inolvidable. Pero no había mucho más. Claro, yo iba a todo, porque podías ir a todo. Además, yo que venía de fuera con sed. Pero, fíjate, en todo este tiempo la cantidad de sociedades, de grupos nuevos, de cuartetos, de intérpretes, de orquestas, de programaciones… La Orquesta de la RTVE se fundó creo que en el 65 y ya había otros dos conciertos semanales más. Nacieron otros cuartetos. Empezaron a venir más visitas de conjuntos de fuera de España. Por ejemplo, se hacían bolos de ópera en el Teatro de la Zarzuela. Venía una compañía italiana que la dirigía un señor que se llamaba Napoleone Annovazzi, que también era director de orquesta, y montaban una o dos óperas en el Teatro de la Zarzuela. Me acuerdo de un Falstaff de Verdi, me parece que con Tito Gobbi. Venían buenos cantantes pero la orquesta era muy mala. Eran pocos y la puesta en escena era de aficionados, pero había buenas voces. Franco Corelli vino, creo que en el año 61, y cantó Tosca. Pero eran cosas aisladas, claro. Pero no se organizó una temporada más o menos seria hasta el año 64 cuando se creó la Sociedad de Amigos de la Ópera de Madrid, que de alguna forma conectaba con las temporadas del Teatro Real, que se inauguró en 1925, pero eran temporadas de cinco, seis o siete títulos. Se llamaba “Temporada de primavera” o algo así. La primera la organizó en el año 64 Lola Rodríguez de Aragón, que era profesora de canto y dirigía la Escuela de Canto de Madrid. A partir de ahí, todos los años se organizaba por primavera una temporada corta, era una cosa ya organizada, ya no eran bolos. Desde entonces no ha dejado de haber nunca ópera en Madrid. En el 97 se abrió el Real como teatro de ópera, porque el Real estuvo funcionando como sala de conciertos. Más tarde, los Amigos de la Ópera fueron defenestrados del Teatro Real, y ya es otra historia, aunque siguen existiendo, ya pintan poco.
¿Qué es lo que no has hecho todavía que te gustaría hacer?
A mí me hubiera gustado ser cantante, ser tenor. Estudié canto, pero, primero, no sé si yo tenía las condiciones y, segundo, no me lo tomé en serio. Eso es una cosa que me hubiera gustado. Sin embargo, he hecho muchas cosas. He escrito libros, dado conferencias, he sido programador, he dirigido una emisora… Hombre, no he compuesto, pero tampoco tengo condiciones, aunque haya estudiado música. Bueno, sí eso: me gustaría componer, crear. Componer es crear, pero también es crear hacer un libro, dar una conferencia o escribir crítica. Estamos creando siempre. Y muchas veces, sin darnos cuenta, estamos copiando, no literalmente, pero sí teniendo una influencia. Quieras que no, todo lo que he hecho en el terreno de la música tiene unos padres más o menos conocidos, en los que te has inspirado. Pero todos esto es algo de lo que no te das cuenta. Es un bagaje que está ahí, lo hacen los años. Los conocimientos se van sedimentando. Esa es la base. Con la creatividad uno tiende a no copiar a nadie, pero no puedes evitar estar influido por alguien, aunque a veces no sepas por quién.
¿Cómo te gustaría que la gente te recordase?
Como un comentarista de la música honesto e independiente. Porque para hacer crítica, aparte de ser honesto e independiente, y es muy difícil ser totalmente independiente, hay que saber escribir, saber expresarte adecuadamente y, de esa manera, ayudar a la formación. Formar e informar. Eso es lo que debe tener una labor crítica. Lo mismo haciendo crítica que haciendo libros o notas a programas. A partir de tus conocimientos y de otros que vas a adquirir investigando, tienes que aportar a los demás. Uno está aprendiendo continuamente. Aprendes para hacer aprender a otros. Y siempre está uno aprendiendo.
¿Qué mensaje quisieras dejar a los artistas jóvenes?
Que comprueben y se den cuenta de si lo que realmente quieren es eso, que estén absolutamente convencidos, que midan sus fuerzas, que comprueben si realmente valen. No vale engañarse. Y, por supuesto, trabajar mucho, estudiar y practicar… pero, claro, si no tienes talento, el talento no se inventa.
Andrea Casarrubios, violonchelista, pianista y compositora.
Me levanto como un domingo cualquiera. Salgo a desayunar con mi padre, ritual que ahora solo puedo hacer los fines de semana. Hace tiempo que no echo un vistazo a la sección de novedades de música clásica en iTunes y decido curiosear al regresar a casa. Por diversas razones, me llaman la atención tres cedés que han salido en febrero de 2019: el pianista Kirill Gerstein interpreta el Concierto en do mayor, opus 39, de Ferruccio Busoni (1866-1924) en el sello Myrios Classics; una tal Camille Pépin, una joven compositora francesa de quien no he oído hablar antes, aparece en la portada de Chamber Music (Música de cámara), un cedé del sello Elegant People; luego veo la portada de otro cedé, en el sello Odradek Records, de la que me llaman la atención el título, Caminante, y el nombre Andrea Casarrubios, que jamás antes había oído. Indago un poco por la Internet. Descubro que Andrea Casarrubios es una violonchelista abulense —también estudió piano— y que, además, ha hecho composición con nada más y nada menos que… ¡John Corigliano! De hecho, las obras de Caminante las ha escrito ella. Leo en alguna página digital que nació en San Esteban del Valle, en 1988, y que se crió en Arenas de San Pedro. Al leer “Arenas de San Pedro”, me acuerdo de la piscina de agua natural y gélida a la que mis padres me llevaban de pequeño y a la que luego he acudido en alguna ocasión de mayor —¡quién sabe si hasta en alguna ocasión me cruzara con Andrea cuando era pequeña!— en la capital del Valle del Tiétar. También leo que Andrea Casarrubios triunfa en Estados Unidos y que está afincada en Nueva York. El caso es que, bien sea por el recuerdo de aquella piscina de mi infancia o bien por el título del cedé, Caminante, o porque sencillamente me llama la atención el nombre español de una mujer, Andrea Casarrubios, que se labra una prestigiosa carrera profesional en el mundo anglosajón, decido solicitar la amistad de Andrea por Facebook y adquirir el cedé de marras. De hecho, ahora estoy escribiendo estas palabras mientras escucho Caminante.
La primera obra es la que da título al cedé, Caminante, escrita en 2014 para violonchelo y coro, y basada en el conocido poema de Antonio Machado (1875-1939): Caminante, son tus huellas el camino y nada más… Comienza esta obra con el canto del violonchelo, como un lamento quizás, como si Andrea caminara sus dedos por las cuerdas de la melancolía creando una bella melodía a la que luego se une un coro que canta los versos de Machado. En el libreto que acompaña a esta grabación, leo que la obra está dedicada a Alicia Rodríguez Blanco quien, al parecer, enseñó y acompañó a Andrea en su formación y viajes por el extranjero.
La siguiente obra es Speechless (Sin palabras) compuesta para duo de chelo y percusión (vibráfono, platillo y marimba). Comienza la obra con el suave sonido del vibráfono al que más tarde se une el chelo en las cuerdas graves. Es un viaje que comienza por el final y que intenta responder a la siguiente pregunta: ¿qué es tener voz? Andrea pretende que esta obra sea una experiencia basada en la discusión entre las voces internas de cada ser, atendiendo a esa máxima de que nunca se visita el mismo lugar dos veces. En esa búsqueda del centro vital, uno va destapando las capas del lienzo de la vida para descubrir la esencia. Garret Arney es el percusionista que en Speechless viaja hacia la esencia dialogando con las cuerdas y el arco de Andrea Casarrubios.
En Crisol, Andrea Casarrubios muestra también su buen hacer y exquisita musicalidad al piano. Se trata de una improvisación basada en motivos de la Sonata n.º 39 de Haydn (1732-1809). En palabras de la propia artista, estas improvisaciones comienzan con mi propio lenguaje de armonías y texturas, que pronto se funden en un mundo musical del Romanticismo, pasan por un momento jazzístico y continúan para desvelar la pureza y sencillez clásica del segundo movimiento de la sonata de Haydn, que está unido armónicamente con el último movimiento del mismo. De hecho, la obra que sigue a Crisol es el Finale de la sonata de Haydn; ambas se funden como si de una sola hermosa obra se tratara.
A continuación llega Maktub, un trío para violonchelos que Andrea escribió, mientras vivía en Los Ángeles, para el VI Festival Luigi Boccherini de Arenas de San Pedro. En Maktub, los chelistas Thomas Mesa y Ismar Gomes acompañan a Andrea Casarrubios por otro viaje musical impregnado de culturas diversas de Asia, América, África y Europa. Maktub termina con una referencia al último movimiento de la Sonata opus 109 de Beethoven (1770-1827). Andrea dedica esta obra a sus padres. ¡No estarán orgullosos ni nada los padres de esta fabulosa artista!
La última obra es La Libertad se levantó llorando, un duo para violín y chelo que Andrea escribió a petición de la violinista Emily Daggett Smith, quien también la acompaña también en esta grabación, basándose en el poema homónimo de Pablo Neruda. El violín y el chelo dialogan en un llanto musical lleno de la agresividad y vulnerabilidad de las palabras de quienes luchan por la libertad en el mundo. En un momento de la obra se oye una voz de mujer —supongo que la de la propia Andrea— que recita el poema de Neruda.
Con este cedé, Andrea Casarrubios ha logrado demostrar su gran sensibilidad artística y humana y que ella misma es caminante de las cuerdas y los mundos acercando con sus dedos e imaginación compositiva la música y la emoción a los oídos de las gentes que habitamos este planeta llamado Tierra. Silencio, no hay música, se hace música al escuchar.
Madrid. Café Comercial, 05-XII-2018. Trío VibrArt: Miguel Colom (violín), Fernando Arias (violonchelo) y Juan Pérez Floristán (piano). Obras de Franz Schubert, Trío n.º 2 en mi bemol mayor, D929; Dmitri Shostakóvich, Trío n.º 2 en mi menor, op. 67.
(Crítica publicada en la revista Scherzo n.º 347 de enero de 2019)
Asir lo inasible es, por definición, imposible. Y eso es lo que ocurre “un poco” con ese arte efímero que es la música: asirla resulta imposible. Sin embargo, ese “un poco” es precisamente lo que hace que, aunque no se pueda asir en su conjunto, sí la podamos disfrutar “un mucho”, instante a instante, en el transcurso del tiempo, cuando las ondas sonoras, por una suerte de magia orgánica, se transforman en el cerebro convirtiéndose en bellos sonidos y armónicas melodías que nos hacen vibrar en sintonía. Pocas veces se logra que esa sucesión de instantes se convierta en verdadero arte vibrante. Y eso fue precisamente lo que logró el Trío VibrArt en las noches del madrileño Café Comercial. Hay momentos en que uno es consciente de que aquello de lo que es testigo tiene una transcendencia que va mucho más allá del mero entretenimiento. Creo que no me equivoco al decir que quienes fuimos testigos del recital del Trío VibrArt convendríamos en afirmar que Miguel Colom (violín), Fernando Arias (violonchelo) y Juan Pérez Floristán (piano) hicieron arte vibrante no ya de la buena, sino de la excepcional y única. El listón quedó a la inmensa altura —y difícil de igualar— de los dos compositores a quienes interpretaron: Schubert y Shostakóvich.
La calidad de The London Music N1ghts en el Café Comercial crece con cada recital, lo cual plantea un reto a los artistas que vengan en el futuro —hay que estar a la altura— y al público que acuda asiduamente a este ciclo —hay que estar preparado para la eventual decepción. El alma mater del ciclo, Benjamín G. Rosado, acertó de pleno trayendo al Trío Vibrart. En el programa, dos obras de cámara de dos compositores con un marchamo inconfundible: el Trío n.º 2 en mi bemol mayor D929 de Franz Schubert y el Trío n.º 2 en mi menor, op. 67 de Dmitri Shostakóvich. Dos obras separadas por 116 años, pero unidas por la presencia de la muerte: la de Schubert compuesta en 1828, año de su fallecimiento, todo un canto del cisne; la de Shostakovich, compuesta en 1944 entre los horrores de la Segunda Guerra Mundial, todo un angustiado canto que evoca el holocausto judío.
Miguel Colom (violín), Juan Pérez Floristan (piano), Fernando Arias (chelo).
La primera parte del recital comenzó con Juan Pérez Floristán haciendo de maestro de ceremonias explicando con esa aguda y delicada voz suya de acento sevillano —algo chocante dada la fuerza y potente carácter que consiguen sus manos cuando se sienta al piano— la primera de las obras. El conocido trío de Schubert tiene cuatro movimientos: Allegro, Andante con moto, Scherzo y Allegro moderato. Es una obra de exquisita belleza melódica y potente expresividad que Schumann y Brahms valoraban en su día por encima de los tríos de Beethoven. Fue también una de las últimas que el compositor austriaco pudo ver interpretadas antes de fallecer. Dura entre 40 y 50 minutos. El Trío VibrArt interpretó esta obra con una visión interior, mental y sentimental, clarísima y definida que superó la alteza de la melopea schubertiana.
La segunda parte, introducida de viva voz una vez más por Juan Pérez Floristán, fue una invitación a la epifanía y a la catarsis. La obra de Shostakóvich, llena de melodías y danzas de origen judío, comienza con un suave y melancólico canto del violonchelo en un registro muy alto de armónicos al que luego se une el violín en un registro muy bajo y, finalmente, entra el piano que los acompaña. El Trío VibrArt logró la catarsis: expresividad, angustia, contraste, dinamismo, belleza, sentimiento, potencia, lucha, arrebato, delicadeza… Y hete aquí la epifanía: los tres músicos españoles se manifestaron como todo un referente mundial.
El aplauso entusiasmado del público, consciente de que esa noche había sido testigo de algo excepcional, tuvo su obsequio cuando el chelista Fernando Arias —curiosamente con una voz también aguda y delicada que no se corresponde con el sonido grave y potente de su violonchelo— anunció que, a modo de propina, interpretarían una breve canción de las Escenas de niños de Federico Mompou arreglada para el trío por el propio Juan Pérez Floristán, quien con ello demuestra una vez más su genialidad y penetrante inteligencia musicales. El Trío VibrArt: ¡vibrante, epifánico y catártico!
Obras para piano y violonchelo de Chopin, Franchomme y Schubert interpretadas por Steven Isserlis (violonchelo) y Dénes Varjon (piano Érard). Sello Hyperion.
Variaciones “Rococó” para violonchelo y piano y Trio para piano de Chaikovski. Sergei Istomin (chelo), Claire Chevallier (fortepiano) y Martin Reimann (violín). Sello Passacaille.
Obras para piano solo de Robert y Clara Schumann, Schubert y Liszt interpretadas por William Youn. Sello Sony.
El pulgar, un simple dedo al que llaman gordo.
Es ese dedo fuerte que cuando se levanta
muestra toda su grandeza y fortaleza. Es el dedo que dice:
TODO va a salir BIEN.
Nunca olvides que cuando señalas a alguien,
hay otros tres dedos que no se ven y que te señalan a ti también.
«Hay libros en los que las notas a pie de página o los comentarios garabateados al margen por la mano de algún lector son más interesantes que el texto. El mundo es uno de esos libros» ― Jorge Santayana (1863-1952)
¿Qué es la vida? Esta es una vieja pregunta que muchos de nosotros los seres humanos hemos venido preguntándonos durante siglos. Filósofos, científicos, artistas, escritores, gente corriente… Y a esa pregunta también se le han dado un montón de respuestas; algunas convincentes, otras menos convincentes y algunas otras completamente insatisfactorias. Sin embargo, al final todo se reduce a una cosa: vivir… y vivir bien. A nadie le gustan los problemas ni pasar dificultades en la vida. Desafortunadamente, todos nos topamos con problemas en el camino e intentamos darles solución como mejor podemos. El asunto es que, a veces, las soluciones no resultan nada fáciles e incluso puede parecer imposible encontrarlas por más que uno se empeñe en ello. Así que, ¿qué hacer cuando uno ha estado luchando por cambiar cosas en su vida y aún así termina siempre en el mismo sitio? ¿Qué hacer cuando parece que ninguna transformación es posible? Sí, ya sé, puede que estés pensando que siempre hay “transformación” —algo que Heráclito ya decía hace miles de años—, pero me refiero a esa “transformación” que uno realmente quiere en su vida. Bien, aquí va mi sugerencia: conoce tus limitaciones y acéptalas. Ese es un buen comienzo, aunque no suficiente si uno realmente sigue queriendo transformar su vida. Por eso elegí la cita de Santayana. Supongamos que la vida no es más que un libro, pero un libro que no se puede cambiar. Habrá veces que el texto sea soberanamente insulso, que no nos guste en absoluto y que nos haga querer salir de nuestro particular capítulo. Sin embargo, el texto está escrito con letras indelebles y, o bien seguimos leyendo o abandonamos, y cuando digo “abandonamos” me refiero a “morimos”. Así que la alternativa que nos queda es utilizar nuestros recursos para garabatear comentarios al margen o añadir notas a pie de página para hacer que nuestras vidas sean más interesantes —y recuerda que la primera persona a quien tu vida le debe parecer más interesante eres TÚ. Y esta es mi otra sugerencia: si quieres transformar el libro de tu vida, comienza por escribir al margen y conviértete en el mundo en que quieres vivir. Quizás luego hasta te des cuenta de que la asunción de que no se podía cambiar ese libro vital era errónea.
Ahora bien, no te lleves a engaño. Has de tener claro que utilizar tus recursos requiere esfuerzo y perseverancia. No es nada mágico, sino más bien práctico. Y cuando digo “práctico” quiero decir que hay que practicar, practicar y practicar.
Escribo estas letras mientras escucho a Musica Ficta interpretar el Requiem de Tomas Luís de Victoria. Elegí esta música por razones prácticas. Victoria nació en la provincia de Ávila, fue un sacerdote católico y, posiblemente, el más grande compositor de todos los tiempos. Pasó parte de su vida en Roma y murió en Madrid en 1611. Comenzó como niño cantor en el coro de la catedral de Ávila donde se formó como músico antes de marcharse a Roma, donde magistralmente escribió bellísima música. Bueno, vale, ¿y qué? ¿Cuáles son esas razones prácticas? Permítaseme primero decir que no es sobre Tomás Luís de Victoria de quien quiero escribir, sino de otro hombre nacido más de 250 después de la muerte de Victoria: Jorge Santayana. Bueno, vale… ¿y qué? ¿Qué hay de práctico en esas razones? Bueno, Santayana nació en Madrid y pasó su primera infancia en Ávila antes de mudarse a los Estados Unidos, donde se hizo filósofo, ensayista, poeta y novelista. Bueno, vale, ¿y qué? A Santayana le encantaban las catedrales y murió en Roma. ¿Sigues sin atar cabos? Madrid, Ávila, Roma…
Creo que debería antes explicar como encontré a Jorge Santayana —todo un encuentro fortuito—, de quien jamás antes en mi vida había oído hablar. Por supuesto, dado que murió en 1952, no quiero decir que me encontré con él en persona a no ser que estuviese yo muerto —¡toquemos madera!— y que tuviera ese extraño poder de regresar a la vida desde el más allá. No, mi encuentro con él fue más intelectual que físico. Di con su nombre leyendo Invitación a filosofar según espíritu y letra de Antonio Machado de Juan David García Bacca, otro filósofo español. Me llamó la atención, porque no había oído hablar antes de él. Inmediatamente, mi atención se tornó curiosidad al averiguar algunas cosas de su vida y saber que Santayana había escrito toda su obra en inglés. De hecho, cambió su nombre español “Jorge” por “George” —pronunciado ‘yorch’— y se le considera uno de los más grandes escritores estadounidenses del siglo XX. Sin embargo, Santayana jamás renunció a su nacionalidad española. ¡Eso me resultó muy chocante! ¿Cómo era posible que un español nacido en 1863 se convirtiese en hombre de letras estadounidense? Después de investigar un poco, me las arreglé para comprar uno de sus libros, Persons and Places (Personas y lugares), que encargué en una pequeña librería de lance y viejo del centro de Madrid llamada Menosdiez. Quería comprobar si verdaderamente Santayana era tan buen escritor como decían. En su día, fue candidato a los premios Pulitzer por su exitosísima novela The Last Puritan (El último puritano), pero nunca le concedieron el premio, al parecer porque no era ciudadano estadounidense y mantuvo el pasaporte español. Ni qué decir tiene que para verdaderamente leer a Santayana, hay que hacerlo en inglés, aunque “a falta de inglés buenas son traducciones” —las traducciones de sus libros, que las hay, no puedo juzgarlas.
¡Y vaya que si es un buen escritor! En su autobiografía Persons and Places, que escribió cuando ya era casi octogenario, Santayana describe genialmente una vida de logros académicos, viajes y filosofía. El libro se divide en dieciséis capítulos en los que habla de sus orígenes y primera infancia en España, su adolescencia en Boston, sus logros en la universidad de Harvard, ya de adulto, y su regreso a Europa al renunciar a la cátedra de filosofía en Harvard cuando tenía 48 años.
Puede que Jorge Santayana sea el escritor que mejor escribió sobre España en inglés. Y por supuesto que leer Persons and Places es un gran ejercicio para aquellos de nosotros que quieren dominar la lengua inglesa —o en su defecto, cualquier otra— y el conocimiento de la vida a finales del siglo XIX y principios del XX en Estados Unidos, España y Europa. Por todo lo que respecta a él mismo, a su pensamiento o su felicidad, Santayana cruzó el desierto más de una vez en la vida; así que cuando rememora todos sus años pasados, Santayana ve objetos, ve acontecimientos públicos, ve personas y lugares, pero no se ve a sí mismo. Su vida interior, según la recuerda, parece concentrarse en unos cuantos oasis, en unos cuantos lugares de descanso, verdes posadas o santuarios, donde el ocupado viajero para a descansar, pensar y ser él mismo. Es probable que ahora tú que me lees entiendas las razones prácticas por las que elegí la música de Victoria mientras escribía estas palabras. Si aún no lo entiendes, no te preocupes. Quizás algún día ates también cabos.
Parece que cuando alguien le pilla el gusto a algo, resulta difícil resistirse a la tentación de repetir la experiencia. Hace unos meses, Carmen González Castro y yo decidimos crear un espacio para conversar sobre temas que a “nosotros” nos parecieran interesantes. El entrecomillado del pronombre de primera persona del plural “nosotros” desempeña aquí una función esencial: la de resaltar que lo que quizás sea importante para nosotros, pueda no serlo para otros. Y como eso del interés de las cosas es algo discrecional, dejo a la voluntad de cada cual decidir si lo que lee en este artículo o ve en el vídeo más abajo es de su interés o no.
Esta serie, que lleva el título genérico de “A propósito de…”, está compuesta por tres entregas hasta el momento. En la primera, Carmen y yo abordamos el tema de “la relación con el otro”; en la segunda, Carmen invitó al profesor Antonio Muñoz Carrión quien propuso como tema de conversación “el recomienzo”. La tercera entrega, que es esta presente, versa sobre un tema que propuso Carmen hace un tiempo: “el mito”. Atendiendo al conocido dicho de “la ocasión la pintan calva”, decidimos invitar a otra Carmen, Carmen Cayuela, coach y economista, autora de “Necesidades emocionales. Las razones económicas del corazón” de ediciones Carena. La razón era obvia: en su libro, Carmen Cayuela trata la gestión de emociones y creencias. Dada la obvia relación entre mito y creencia, la presencia de Carmen Cayuela nos venía que ni pintada. Dicho sea de paso, la ocasión sirvió para que ambas Cármenes se conocieran en persona. Siendo amigas mías por separado y habiendo querido yo presentarlas ya desde hacía tiempo, no fue hasta esa tarde del mes de octubre en que grabamos el vídeo que pudieron conocerse en persona.
En cuanto al contenido del vídeo, solo a ti que lees estas líneas te concierne juzgar si lo que decimos en él merece tu interés o no. Libre eres de verlo o de quitarlo cuando más te convenga. ¡Esa es será tu voluntad!